El granero siempre estaba lleno pero, hoy día, dicho almacén está vacío y, sin embargo, repleto de sombras en las que se puede ocultar el vivo pasado de nuestras Caballerizas Reales. Cuando hice mi servicio militar en el Depósito de Sementales de Córdoba el pajar estaba repleto de paja y granza, las cuadras daban albergue a más de un centenar de sementales de pura raza. Ya no quedan herraduras, salvo las que calzan los caballos de Córdoba Ecuestre. Entonces había fogón encendido, herrador, clavos para errar y martillo; ahora, gracias a Córdoba Ecuestre, la vida ha retornado a la catedral del caballo. Este bello animal se ha convertido en hermano de la revitalización del barrio y esa revitalización es apenas una visión de la modestia con la que el caballo ha podido retornar a su hogar; ha entrado en Caballerizas como pidiendo perdón por volver a su casa, ofreciendo allí una vida limitada, severa y austera, sin sobresaltos, como si el hambre hubiera acabado con aquella anterior vida.

Los amigos del caballo quieren devolver a Caballerizas la imagen perdida; recuperarla mínimamente para devolverle el orden, la estabilidad, el bienestar perdido. Han entrado a gatas por el granero buscando restos de pajas, de uniformes de soldados, de botas de montar y no han encontrado nada. No pueden comprender aquella evacuación de sementales, como si hubiese habido una guerra; aquel éxodo hacia Ecija y Jerez, aquella dejadez e incuria.

Cuando contemplo de nuevo al caballo en sus reales caballerizas sonrío y me siento en el lugar donde hice 104 guardias de noche y día, donde cogía con el viergo la paja gorda para hacer la cama a los seis sementales que tenía asignados. Sonrío porque los amigos del caballo han conseguido doblegar, pulso a pulso, la nula voluntad de los gobiernos municipales y ya se puede de nuevo rememorar los olores secuestrados del granero de los establos y de la herrería con los ojos cerrados, los nervios de los sementales, el olor a excremento caliente, aromas de la avena y del verde de la huerta. Ahora puedo recrear mis percepciones. Aquellos sementales eran míos y tuyos y nunca entendí con mi cabeza la razón de la salida de su ubicación en el Alcázar Viejo.

Ha habido un tiempo de renuncia, de miedo, de fatalidad en el que nadie luchó para que el caballo volviese. Luego hubo un tiempo de anhelo y de falso heroísmo en la lucha por su regreso. Ahora ha llegado el tiempo del regreso, sin retorno, a su viejo claustro donde el caballo va a encontrar refugio doloroso de frías paredes, de fuelles olvidados, de granero vacío, pero donde el caballo descubre su santuario ancestral con gozo y dignidad.

Muchos no entendieron, cuando vino la democracia, que el caballo en Caballerizas Reales era anterior a todo, era Andalucía misma; no entendieron que el caballo debería volver para liquidar partidismos y vinificar tan rancio edificio. El caballo tenía que volver para ofrecer otra imagen del mundo, distinta de la artificial y falsaría que habían transmitido algunos políticos de la nueva democracia. Los locos del caballo de pura raza no oyeron los argumentos de los políticos para mantener en el vacío a Caballerizas; los locos del caballo siguieron adelante en su lucha para devolverlo a su lugar de origen. Mantuvieron la ilusión de la razón para fundamentar la ilusión de devolver la vida al santuario. La virtud es impensable sin un testigo. Yo soy testigo de la virtud de la perseverancia de quienes constituyen Córdoba Ecuestre y de su lucha para volver a Caballerizas Reales; el mal sin testigo también es impensable y yo doy testimonio de que se ha hecho mucho mal habiendo dejado vacío durante varias décadas el santuario cordobés del caballo. No se ha podido frustrar el natural fin para el que fue diseñado ese edificio en el siglo XVI. De haberse podido frustrar el fin para el que fue construida Caballerizas se hubiese cometido un crimen y un pecado.

* Catedrático Emérito

Universidad de Córdoba