Comienza un año 2016 cargado de cambios en la vida política, económica y social, que tienen reflejo en nuestra ciudad. Pero al mismo tiempo, nuestra propia evolución sigue su calendario y este año es un momento simbólico por los anhelos frustrados, pero también por el trabajo desarrollado y el esfuerzo aunado entonces. Un momento clave para ir pergeñando las bases de nuestro modelo de ciudad en un mundo en crisis, en un mundo en transición. Y la clave de bóveda de tal construcción en nuestra ciudad puede ser, sin duda, la cultura.

Sin embargo, hemos de entender la cultura como algo vivido y vivible, como un conjunto de valores, saberes, artes, conocimientos, lenguas, y relatos que conforman nuestra propia identidad y nos proporciona desarrollo y no como algo secundario. Una cultura que ha de contemplarse como un bien común, como el aire, el agua o la luz solar que nos calienta, un derecho básico de ciudadanía, no una mercancía, privativa de nadie, aunque permite y facilita el desarrollo económico. La cultura la hacemos todas las personas que habitamos la ciudad.

La cultura, de esta forma, recoge memoria de nuestro pasado como ciudad, creatividad en marcha y emergente, diversidad de manifestaciones y conocimiento profundo y compartido. En una ciudad, como la nuestra, por sus características, los ejes cartesianos de su desarrollo debieran ser lo actual y nuestra herencia. Un desarrollo cultural que sumaría junto a un Patrimonio de valor incalculable, simbolizada en el icono de la Mezquita-Catedral, nuestras propias manifestaciones, en fiestas y expresión de creencias, y, muy especialmente, una innumerable lista de iniciativas culturales actuales, cuya lista crece velozmente en los últimos años al margen de lo público y oficial. La lista de iniciativas culturales emergentes sería, por suerte, demasiado larga para este espacio, desde editoriales, sellos discográficos, espacios expositivos... hasta colectivos de artistas que impulsan nuevos modelos.

Una cultura que, en el espacio, continúe extendiéndose por el mapa y el territorio. Que ha de abandonar la centralidad para instalarse también en la periferia, proceso que ya ha comenzado. El mapeo de la cultura debe dar como resultado una red que configure una ciudad integrada, viva y conectada, para lo que ya cuenta con infraestructuras en gran parte gestionadas por la administración pública, pero que fija excesivamente su impacto en el casco histórico.

Una cultura que, en el tiempo, huya de un calendario sujeto a los grandes eventos, algunos de una sola noche, y que reparta la agenda durante todo el año, sin abandonar aquellos de alto valor social, cultural y económico. Y una agenda única de las administraciones públicas y actores sociales, que podría coordinarse desde lo municipal.

Una cultura que, por fin, apueste, facilite, apoye y reúna a todas las iniciativas, especialmente a aquellas emergentes que han nacido y crecido al margen y que apueste por una cultura participada, democrática, no partidista ni sesgada, sino construida colectivamente, mediante instrumentos o herramientas utilizados en otras ciudades como el Consejo de la Cultura, que haga funciones de observatorio, de diseño de la política cultural local y que tome las grandes decisiones en este ámbito, construyendo democráticamente nuestro modelo cultural y, por ende, de ciudad.

Una cultura que sea factor decisivo de desarrollo sostenible, valor para otro desarrollo económico, así como de equidad y de inclusión social. No hay democracia sin acceso a la cultura, a la educación, al conocimiento. La cultura empodera. Capacita, dota de herramientas para desenvolverse en la vida social, económica, y política. Debemos finiquitar la idea de una cultura como recurso elitista para iniciados. Véase la hibridación que hace el Niño de Elche de la cultura popular, el flamenco y la electrónica más vanguardista para entender lo que está pasando.

Y una cultura, de esta forma, motor de otra economía. Reunidos en Bilbao en marzo de 2015 representantes de gobiernos locales de todo el mundo actualizaron la Agenda 21 de la Cultura con un objetivo prioritario: integrar ciudadanía, cultura y desarrollo sostenible. Una ciudad en transición hacia otro modelo de economía post-carbono implicará el desarrollo de actividades económicas con impacto nulo o casi nulo en la emisión de gases invernadero, y sostenibles en el tiempo y con recursos. Por otro lado, si sumáramos el impacto económico generado por la ciudad, desde el Patrimonio hasta los creadores actuales, sorprenderíamos y sonrojaríamos a más de un experto.

2016 es el año. No dependamos más de grandes eventos ni competiciones internacionales. Empecemos la transición hacia otro modelo de ciudad: la ciudad de la cultura. Una ciudad que dependa de sus propios valores y riquezas. De nuestras "ventajas comparativas" que llaman los economistas. Cooperemos. Manos a la obra.

* Profesor y concejalde Ganemos Córdoba.