Es triste, muy triste. Lo sé. Pero nada más terminar el encuentro del Córdoba en Sevilla y echando la mirad atrás, con alguna victoria en los últimos meses, se le venía a uno a la cabeza la idea de los últimos estertores, de los movimientos involuntarios de un cuerpo que insiste en mantenerse con vida a pesar de que el cerebro no manda órdenes, de que el encefalograma es plano, y de que el corazón ha dejado de palpitar. Esos últimos latigazos de un miembro podían ser las victorias ante el Alcorcón o el Zaragoza, de aquella manera, con muy poco que echarse a la boca. No ya en fútbol, sino en síntomas de que había algo a lo que agarrarse. Y esas diminutas motas de esperanza se encarga el propio entrenador, el mismo equipo, de limpiarlas de un plumazo.

Se ha hablado mucho de planificación, de organización, de fútbol, de esquema, de caída, de búsqueda de una resucitación... Pero el Córdoba transmite lo que transmite el propio club: dejadez y, cuando no, incapacidad. Incapacidad porque no están los que deberían estar. Al menos, esa es la impresión que, de manera tozuda, transmite todo el Córdoba, desde lo más arriba hasta lo más abajo. Da igual lo que se dé en el campo. Se ha insistido en ello: lo único que vale es ganar. Y no estamos para hablar de «jugar al ataque», de «tener el balón», de «ser protagonistas» o de otras zarandajas. Porque mensajes de ese tipo suenan a eso: a zarandajas. Ganar y punto.

Pero este Córdoba se pone zancadillas a sí mismo. Ya se ha reiterado que desde arriba se ha hecho antes de comenzar el verano, antes de comenzar la temporada, antes de iniciarse, incluso, la temporada anterior. Pero que se pongan zancadillas los que están abajo, en el césped, ya es dramático.

Hay detalles que huelen. Y huelen mal. Cambiar al portero por unos motivos que, más tarde o más temprano se sabrán; insistir con un jugador en el centro de una defensa de tres cuando se pretende «salir con el balón jugado», convocar a determinados jugadores del filial o la caída sistemática de lesiones -algo de lo que se avisó ya en diciembre-, obliga a pensar que el Córdoba, dentro del Córdoba, no le importa a nadie. O a muy pocos.

El lío en el equipo no es sino el reflejo del guirigay que es la propia entidad. Cuando se tiene atrás una línea de cinco para intentar crecer mínimamente porque se le han visto detallitos, se desmonta ésta y se sienta a dos de sus jugadores, o cuando hay otros futbolistas que están por debajo de la media -y la media del Córdoba no es precisamente deslumbrante- y se insiste en regalarles la titularidad, obliga a dudar sobre quién toma las decisiones. O si las toma alguien, que es peor. Por si fueran pocos los problemas externos, de gestión, en los que han metido a este inacabado y descompensado equipo, se añaden otros, también avisados de manera reiterada en su momento: fruto de una preparación física sospechosa combinada con una plantilla veterana, las lesiones continúan cayendo de manera constante. En esta ocasión les tocó a Cisma -que podría tener algo grave- y a Luso Delgado.

El desbarajuste de este Córdoba, por lo tanto, no hace sino aumentar progresivamente. Difícil, por lo tanto, pedir comprensión a sus seguidores cuando ni él mismo se entiende.

Carrión dejó a Antoñito y a Luso en el banquillo y dio la titularidad a Ríos y a Héctor Rodas. No es fácil salir con el balón de esa manera. Y obviamente no lo consiguió. La primera media hora fue sevillista, con tres buenas ocasiones, pero el gol no llegó por ninguna de ellas, sino por una pifia de Pawel Kieszek, que se introdujo el balón de manera incomprensible a disparo de Marc Gual desde la frontal.

La primera parte de los blanquiverdes fue oscura, sin conseguir hilvanar prácticamente nada. Yan Eteki, él solo, se comió literalmente el centro del campo rival, del que sólo Javi Lara, a duras penas, conseguía aparecer entre las fauces del camerunés para pelear por su vida. Dos detalles del montoreño y un centro de Pedro Ríos que remató de chilena Rodri fue lo único destacado de los visitantes en ese primer acto.

Comenzó con algo de empuje el Córdoba el segundo ante un Sevilla Atlético que está lejos de aquel filial que visitó El Arcángel en la primera vuelta. Parece que se le hace larga la Segunda a los cachorros sevillistas. Pero a pesar de estar desaparecidos durante la segunda parte, al Córdoba le dio para rondar el área de Caro durante 20 minutos. Ahí sí se acumularon hasta tres ocasiones claras para igualar la contienda, dos de ellas de un fallón Rodri que necesita un número de balones al área que su equipo a duras penas puede generar.

En los últimos 20 minutos bajó algo el empuje de los blanquiverdes por lo que ya se sabe: menos fondo que una lata de anchoas. Aun así, el balón continuó siendo de los visitantes, pero ya sin lograr transmitir lo que sí hacían antes, que el gol parecía cuestión de minutos. Pero este Córdoba necesita un punto más de presión sobre el rival y, sobre todo, mantenerla en el tiempo, cosa que no ha logrado ni ésta ni la temporada pasada. En el añadido, Markovic tuvo una opción más para salvar un punto, pero era imposible.

En otros tiempos, en otras circunstancias, con más orden y menos angustia, cualquiera hubiera llegado a la conclusión de que el Córdoba mereció más en el Ramón Sánchez Pizjuán. Pero el desbarajuste de este Córdoba, en todos los aspectos, impide ya esa comprensión.