Nunca antes había ardido tan intensamente el indie español como lo hizo la noche del sábado con Vetusta Morla. La pequeña llama que empezó a arder por las rendijas de la gran industria hace 25 años se convirtió en un colosal incendio que, desde el directo, lo transformó todo, informa Efe.

«Este mismo sitio será un distinto lugar», publicaba horas antes en sus redes el primer grupo nacional que, forjado al margen de las multinacionales y sus presupuestos marquetinianos, se ha revelado capaz de aglutinar en un único concierto en la explanada de La Caja Mágica de la capital española a cerca de 40.000 paisanos y seguidores, 38.000 para la exactitud de los anales.

Con cada uno de sus pasos, este sexteto de Tres Cantos -formado por Pucho (voz), David (batería), Álvaro (bajo), Jorge (percusión), Guillermo (guitarra) y Juanma (guitarra y teclado)- se atrevió a soñar cada vez más, inasequible al desaliento y sin el apoyo de multinacionales, forjando un sólido cancionero generacional con ambición lírica, estética y musical. Vetusta Morla se plantó ante su público diez años después de la edición de su primer álbum, Un día en el mundo, el que los colocó en los Mapas (2011), como su segundo trabajo, al que siguieron La deriva (2014), el más galardonado de la música independiente y Mismo sitio, distinto lugar (2017), en el que, en aras del arte una vez más, huyeron de la complacencia. Tampoco la mostraron al interpretar íntegramente este cuarto y último disco de estudio, no necesariamente el más popular pero sí uno muy ambicioso, en dos tandas entre las que sonaron cortes tan célebres como Golpe maestro, Maldita dulzura o la seminal Valiente, pero excluyendo otros aptos para la épica colectiva como Saharabbey Road o Un día en el mundo. Desde el inicio, o con Deséame suerte después, dejaron claro el nivel de exigencia y perfeccionismo que hace casi imposible ver un mal concierto de Vetusta Morla, lo que no está reñido con una capacidad de pegada en temas de garra roquera como el de El discurso del rey.