Al que la verdad, aquí entre nosotros, como quien dice, no dábamos ninguna importancia. O sea, ni caso. Sin embargo, si algún día por casualidad, más que por causalidad, que son dos cosas distintas aunque suenen lo mismo a primera oreja, lo echábamos desde la boca a la chimenea, el que la tenía, pues miren por donde se producía como un relámpago de fuego. Hasta entonces, a lo sumo, algo que tener en la lengua un ratito, hasta que se pelaba del todo. Incluso un sitio hay que no recuerdo ahora mismo donde se celebra todos los años, un pueblo del sur, claro, un campeonato de lanzamiento de huesos de aceituna, cada día con más afluencia de concursantes, público y medios,

Ahora, que sigo buscando sitio, resulta que te añaden al paisaje de olivos y su correspondiente aceite ni más ni menos que la posibilidad de que puedas usar a base de biomasa, que así se llama, el calor, todo, la fuerza que necesitas y no solo en la pava, como llamaba mi abuela a la gran cocina de mi pueblo, sino en todo aquello que sea eléctrico, y con la garantía que da la tierra, de la que venimos y a la que vamos, algunos más pronto que otros, como es mi caso.

Dicho lo cual, y para empezar, que viva el olivo y la madre que lo parió, que es la madre tierra, la Pachamama, como llaman los andinos al suelo en el que crecen. La Pachamama cordobesa, que en mi caso sería el nuestro. Así que de la oliva, hasta el hueso, que calienta, nutre, sirve total, y tanto es asÍ que hasta, me dicen, se vende ya en bolsitas como si fueran almendras garrapiñadas.

Córdoba, hasta en las pequeñas cosas, que parecen grandes, en la cresta del gallo, del mundo, que mientras Trump, el rubio, no demuestre lo contrario, y está al llegar, está al caer, forma parte de la veleta del futuro.

Dicho lo cual, tomen nota, se van a llevar y mucho los lunares, no solo en la ropa, corbatas, vestidos, que ahí esta nuestra Juana Martín para demostrarlo.

Como dice la copla: «Con ese lunar que tienes ahí, cielo lindo junto a la boca…»

Gloria bendita. ¡Ay!, aquel lunar que tantas veces vi y tan cerca cuando escribía las memorias en París de María Félix, que parecía cordobesa aunque era mexicanísima.

Podría escribir de los lunares que he visto, que he vivido incluso, a un palmo de esta nariz de gancho que cada día se me afila con más ferocidad. Por ejemplo, el de Inés Sastre, estos días de enorme actualidad entre otras razones porque dicen que en su día estuvo cerca del corazón del entonces Príncipe Felipe, hoy Rey sexto.

Eso sí, aprovecho para decirles que sé que Manuel Benítez, el quinto califa, que no hay semana sin mi compadre, está más vivo que nunca y según he sabido parece ser que está preparándose un buen gimnasio porque quiere estar en forma, de lo que me alegro tanto. Creo que en Villalobillos, que es su casa de siempre y que también fue la mía en algunas ocasiones, cuando estábamos más cerca.

Y eso sí. Verán. Asomándome a las viejas historias cordobesas encuentro este mito que muy pocos conocen. En la base de la copa de barro en la que dicen que bebió agua aquella santa cena Cristo con sus apóstoles, porque era de barro, alguien en su tiempo la trajo desde Oriente hasta Córdoba para que la enjoyaran los viejos plateros de la época, que ya eran entonces como ahora los mejores del mundo. ¡Y uno de la época, en la base del viejo barro divino de tan humano colocó una piedra rica, preciosa y precisa con cuidado y devoción, aunque no era cristiano!

Y así está donde esté con ese sello de taller y silencio, la ciencia y la paciencia, donde tenga que estar, en la base del sencillo vaso de Jesús, aquel al que fusilaron, perdón, crucificaron, siendo quien era, por los demás.

Bueno, me vale esta historia, entre el belén que ya fue y la pasión que ya viene, y la nuestra es única sin género de dudas. Y aprovecho para decir que he elegido una vasija que me regalaron en Córdoba cuando hice el pregón, cerca de la hermosa plaza de Los Carros, de la Virgen del Socorro. Les diré que será la que guarde mis cenizas, que no van a ser demasiadas, después del incendio personal. Dicho queda y por escrito, como manda mi deseo personal.

Y de nuevo, nuestro Julio Benítez, que además es muy guapo, dicho sea de paso, en la parte más alta del pódium de la elegancia. Tiene mucha clase, las cosas como son. Siempre recordaré aquel día, aquella tarde en Almedinilla cuando mientras se vestía lo puse al habla con Julio Iglesias, que estaba en su casa de República Dominicana, porque el cantante, era, fue, su padrino.

¡Cuánta Córdoba hay en mi vida!