Escritor y profesor universitario (Madrid, 1963), rinde homenaje y ajusta cuentas con su generación, la del boom demográfico de los 60, en su última novela, los cinco y yo.

<b>-La de los 60 fue una “generación de “chichinabo”, de “cobardes y mansos”. Ahora ya, en la década de los 50, ¿ha asumido esa decepción o desengaño?

</b>-La he asumido, soy capaz de señalarla con el dedo y es probablemente, junto al número de miembros de mi generación, la mansedumbre lo que nos caracteriza.<b>

-En ‘Los cinco y yo’ no hay nostalgia, pero sí un ajuste de cuentas con el pasado.

</b>-Sí. El peligro de escribir una novela como Los cinco y yo es caer en la nostalgia. Y yo he huido de ese peligro tratando de ajustar las cuentas con mi generación.<b>

-El libro arranca con memorias de la infancia y evoluciona a una ficción donde se confunde lo verdadero con lo falso.

</b>-Como la vida misma. Y nada mejor que nuestro mundo actual para darse cuenta de que es uno de los grandes temas de nuestro tiempo: la confusión entre lo verdadero y lo falso. Si no, no se puede explicar el triunfo de Trump en Estados Unidos.<b>

-Se define como un escritor lento. En veinte años ha publicado cinco libros. Ha elaborado borradores y borradores, ha peinado y pulido. Lo dice así: “Es un lío y soy un puto desastre”.

</b>-Escribir una novela es una tarea de paciencia, esfuerzo y atención al detalle. Yo no soy capaz de publicar una novela cada dos años.<b>

-Toni, en parte, es Antonio Orejudo. Y Reig, autor de ‘After Feive’, lo es de Rafael Reig. ¿A veces es necesario desdoblarse para reconocerse a uno mismo?

</b>-Para reconocerse a uno mismo es necesario mirarse a un espejo. Mirarse a un espejo es una manera de desdoblamiento y escribir sobre uno mismo es también desdoblarse. De manera que sí, para conocerse así mismo es necesario convertirse en otro.

<b>-De verdad. ¿Tanto le influyeron las aventuras de ‘Los cinco’ de Enid Blyton?

</b>-Sí. Fue mi lectura infantil y no he vuelto a leer ningún libro con la sensación de estar participadno en la ficción de ese modo como leí entonces.

<b>-“Estoy hasta los huevos del humor”. Ahora está más cerca de Peter Handke, cuando decía “reír despista”. Pero tampoco lo veo muy solemne.

</b>-No. Yo, que publiqué una novela bastante humorística en 1996, he estado veinte años defendiendo el humor. Y ahora que hay una reivindicación del humor, a mí me ha dado por retraerme un poco. Ahora bien, efectivamente ni siquiera en este libro he conseguido amansar la fiera y hay un poquito de cachondeíto detrás siempre.<b>

-Y eso, incluso ahora que el Premio Cervantes tiene en cuenta el humor.

</b>-Efectivamente. El Cervantes se lo han dado al gran escritor por antonomasia que es Mendoza. Pero no llego a coincidir con Peter Handke, pero sí creo que me voy a retirar de la reivindicación del humor, aunque no de su práctica.

<b>-Toni es un escritor que no escribe y un profesor que no enseña. Me da la impresión de que de esos hay muchos.

</b>-Aquí delante de ti tienes al primero (ríe). Sí. Es un representante genuino de esa generación. Alguien que quiere y que no actúa, que yo creo es algo que caracteriza a mi generación: la mansedumbre y la no actuación.<b>

-Toni abandona la escritura para volcarse en las inversiones financieras. ¿Ahí es donde usted y él rompen la amistad o tampoco lo tiene tan claro?

</b>-No. Yo lo que creo es que Toni, que es un representante de mi generación, abandona las humanidades y abraza momentos más prácticos de ganarse la vida. Esto es lo que ha pasado con mi generación. La claudicación es, junto a la inacción y la mansedumbre, otra de las características de todos los que nacimos en los 60.