El día y la noche se fundieron en la madrugada de ayer para cientos de cordobeses que, tras ser desalojados, permanecieron en vela en casas de familiares o refugiados en coches y caravanas, en las inmediaciones del aeropuerto, a la espera de que el amanecer les trajera noticias de sus hogares. Andrés y Rafi ni siquiera pudieron abandonar su vivienda, en el Fontanar de Quintos, y pasaron la noche despiertos, junto a sus tres perros, alojados en la segunda planta, viendo cómo subía el agua e impacientes por salir para salvar algunos de sus enseres. "Ha sido horrible, pero lo peor viene ahora, esto es todo lo que hemos podido sacar", explicaba Rafi señalando unas cuantas maletas y una tele. A la misma hora a la que ellos salían de la urbanización, bajo un estridente sol, las fuerzas de seguridad dejaban entrar a los vecinos de la zona que, apiñados ante el cordón policial, esperaban el momento de adentrarse por las calles para comprobar el volumen de los daños sufridos. Unos minutos más tarde, algunos derramaban las primeras lágrimas de impotencia. Rafi y Francisco, apodado El Pesca, propietarios del único bar del Fontanar, descubrían en ese momento que, además de su casa, el negocio familiar estaba echado a perder. "Solo se ha salvado la máquina de tabaco y eso que anoche nos fuimos a la una y media pensando que el agua no iba a llegar aquí".

María Castaño, paralizada por la visión, no paraba de llorar al cruzar la puerta de su vivienda mientras sus hijos y sus nueras recogían la ropa tendida, el televisor y todo a lo que daban abasto. En el corral, encerradas, una gallina flotaba muerta y las supervivientes permanecían encalomadas sobre varias cajas. Nadie reparó en abrir la puerta para salvarlas en medio de la tragedia. Del mismo modo que nadie pudo controlar el instinto de varios perros que, movidos por su olfato, se afanaban en llegar a nado a sus casas, sin éxito. Escenas similares se desarrollaban paralelamente en la zona de Majaneque o en la urbanización de La Forja, donde el agua obligó ayer a desalojar a prisa y corriendo a varias familias.

Aunque, sin duda, los más desesperados eran los vecinos de Guadalvalle o la Altea, donde las casas seguían ayer sumergidas bajo varios metros de fango. Nadia, una marroquí afincada en Córdoba, en la Altea, desde hace años, explicaba a todo el que quisiera escucharla su situación: "Me he quedado sin nada, salí con lo puesto con mis dos niños pequeños en brazos cuando me avisaron de que había que irse y hemos dormido los tres en el coche, ¿adónde puedo ir?", repetía angustiada. Y es que, durante toda la mañana, el descontrol y la desorganización se apoderaron del entorno del aeropuerto, sin un punto de referencia al que acudir para aclarar dudas y pedir auxilio ni una voz común de todos los afectados con la que hacerse oír.

En medio del caos, mientras unos vecinos se afanaban por salvar objetos y animales, otros intentaban poner orden para organizar una reunión, y los más se quejaban casi a gritos por la falta de previsión que, según ellos, ha sido el origen del desastre. "Que alguien nos explique por qué se ha desembalsado el agua de golpe y cómo es posible que antes de hacerlo no nos hayan avisado para desalojar esto en condiciones y no en el último minuto", comentaban. "Lo que hace falta es que ahora hagan con nosotros lo mismo que han hecho en Jerez, allí también había casas ilegales y derechos tenemos todos los mismos", añadía otro, antes de que un tercero le contestara: "Con decir que las casas son ilegales lo arreglan todo, pero llevamos aquí veinte años".

La tregua meteorológica de ayer amenaza con ser solo eso, una tregua en medio de una batalla cuyos próximos capítulos aún están por escribir. Un relato de improbable final feliz.