Hace poco me hablaron de una nueva serie con la que muchos están tratando de llenar el vacío dejado por Juego de Tronos. Aunque no soy muy aficionado al género fantástico, confié en sus prescriptores y le concedí una oportunidad. Será deformación profesional, pero en cuanto vi aparecer al tiparraco de la melena blanca dispuesto a desafiar a monstruos y demonios de todo tipo, lo primero que pensé fue «¡Esto también lo tuvimos en Córdoba!».

Si sigue mis artículos dominicales en este medio seguro que me habrá leído afirmar en alguna ocasión que la historia de nuestra ciudad es tan increíble que casi todo lo que un guionista de cine o series pueda imaginar ya ha ocurrido aquí. Por eso al descubrir el argumento de The Witcher, enseguida pensé en Sebastián Ruiz de Escabias, un personaje de principios del siglo XVI cuyas peripecias aparecen recogidas en los Casos notables de ciudad de Córdoba. Aunque su existencia es más que dudosa, el autor de esta recopilación de leyendas y curiosidades aseguraba ser nieto de este aventurero natural de Torremilano, una villa de la comarca de los Pedroches que hace ciento ochenta años se unió a Torrefranca para convertirse en lo que hoy conocemos como Dos Torres. Un mal día, durante una cacería de perdices en dicha localidad, mató al familiar de un influyente noble de la zona y no tuvo más salida que escapar a toda prisa. Tras varias jornadas llegó a Córdoba, donde descubrió con desagrado que habían puesto precio a su cabeza, y continuó su huida hacia Cabra. Una vez allí oyó hablar de su famosa sima, en la que se decía que se podían escuchar los alaridos de los demonios del infierno. Y atraído por esta circunstancia que hubiera ahuyentado a cualquier otro mortal, se acercó a la famosa gruta para echar un vistazo. Allí encontró entre los arbustos a una mujer accidentada, rescatándola de una muerte segura. La joven, que huía de su poderosa familia por haberse enamorado de un mancebo de rango inferior, le pidió que la llevara a Jaén, donde los de su linaje nunca la encontrarían.

Así que Sebastián Ruiz cambió de planes y puso dirección al Santo Reino, donde ayudó a la joven a ingresar en un convento y luego se refugió en Arjona. Al principio se disfrazó y se alojó en una posada, pero viendo que pasaban los meses y nadie lo iba a buscar, decidió establecerse definitivamente allí con su esposa. Cuando inició la búsqueda de vivienda, un hidalgo le informó de una estupenda casa a un precio inusualmente bajo, con un motivo inquietante: desde que murió su dueño, multitud de vecinos habían sido testigos de numerosos fenómenos extraños en su interior. Este aviso, en vez de suponer un inconveniente, se convirtió en el mayor aliciente para que nuestro protagonista quisiera convertirla en su morada. Los arjoneros no daban crédito a que ese insensato se quedara en una casa que todos creían infestada de demonios y espíritus. Por eso cada mañana, en cuanto amanecía, varios vecinos se acercaban a preguntarle cómo había pasado la noche.

Las tres primeras se sintieron profundamente decepcionados, pues no ocurrió nada fuera de lo normal. Pero la cuarta, mientras el matrimonio dormía, comenzó a escucharse un escandaloso arrastrar de cadenas que provenía de la azotea. Sebastián se despertó y, tomando un candil, alumbró la escalera. Estupefacto vio cómo descendía por ella un ser enorme de piel oscura, cargado de cadenas «tan largas y gruesas que parecía que iban a derribar la casa entera». Nuestro protagonista, lejos de achantarse, agarró bien fuerte su espada y se plantó en medio del salón esperando a que el monstruo bajara. Una vez lo tuvo a la distancia adecuada le lanzó varios espadazos, pero todo su esfuerzo fue en balde porque en su dura piel no le hacían la menor marca. Entonces Sebastián soltó su arma y agarró a ese engendro por el brazo. El demonio lo agarró fuertemente para intentar asfixiarlo, cosa que casi logra debido al «hedor del infierno que echaba de sí, no menos espantoso que el fantasma». Y cuando dejó de moverse, se lió a golpes con su cuerpo inconsciente.

De repente, después de propinarle una tremenda paliza, el monstruo se cansó y se marchó por las mismas escaleras por las que había bajado, dejando a Sebastian en el suelo medio muerto. Su mujer lo recogió, lo tumbó en la cama y le aplicó multitud de cuidados. Después de varias semanas logró recuperarse, pero cuentan que las secuelas le duraron el resto de sus días. Dicen que cada dos por tres tosía y echaba sangre por la boca, y cuando la gente veía el rastro escarlata, sabía que por allí había pasado Sebastián Ruiz, «el que peleó con el diablo».

(*) El autor es escritor y director de ‘Rutas Misteriosas’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net