“Sí, es cierto, durante mi juventud caí bajo la locura del ajedrez y durante muchos años fui un maniático del juego que me obsesionó y al que llegué a dedicarle 10 horas diarias… Sí, el ajedrez llegó a constituir para mí un vicio, un vicio que estuvo a punto de alejarme de mi profesión y de mis pasiones literarias». Fueron las palabras que le contestó a un periodista en 1930 al publicar la que fue su última «nivola»: Don Sandalio, jugador de ajedrez (de la que hablaremos después). Según sus biógrafos el ajedrez lo cautivó claramente ya en su infancia y en su adolescencia, como puede comprobarse en el Curso de ajedrez del excampeón mundial Manuel Lasker y una subscripción a la revista Ajedrez Español que se hallan en su Casa Museo de Salamanca.

Sin embargo, en 1912 publica su libro de ensayos Contra esto y aquello en el que incluye uno titulado sobre el ajedrez, donde fijará una postura contraria al juego. Don Miguel se oponía a que el ajedrez fuese asignatura obligada en los colegios. Es ahí donde habla de su vinculación con el ajedrez y escribe: «Nunca olvidaré -me contaba una vez un cura de aldea, socarrón y malicioso- mi primera visita a un pueblo ‘civilizado’. Me llevó al casino y empecé a recorrerlo, encogido y medroso, y hubo de llamarme la atención un grupo de cuatro personas agrupadas en silencio en torno a una mesita y sin levantar sus cabezas de ella. Su mutismo y su recogimiento atrajeron mi atención. Me acerqué al grupo y al romperse el silencio para que uno de los cuatro caballeros exclamara: ‘¡Si hace usted eso, le como el caballo!’, y otro le replicó: ‘En ese caso le comeré yo la torre’. Estas palabras me transformaron. ¡un señor que dice va a comerse un caballo y otro que le explica que comerá la torre!. Me aparté de allí, no sin ciertos temores… tal fue mi primera impresión del ajedrez».

A partir de allí, y así lo reconocería el propio Unamuno, caerá «bajo la seducción de la mansa e inofensiva locura del ajedrecismo». Tanto que durante sus años de opositor en Madrid se pasaba las horas ante un tablero de cuadros blancos y negros… y a punto estuvo de abandonar los estudios y las oposiciones, aunque gracias a su recia voluntad pudo dominar su pasión, quizás porque «el ajedrez, para juego es demasiado, y para estudio demasiado poco».

Y el ajedrez aparece en casi toda su obra, ya desde Paz en la guerra y En torno al casticismo, donde hace sus primeras referencias al ajedrez… y aparece también en La esfinge, De la enseñanza superior en España y en Del sentimiento trágico de la vida. En un momento escribe: «Y si las piezas del ajedrez tuviesen consciencia, es fácil que se atribuyera albedrío en sus movimientos». Es más, en 1922 publica Los obispos del ajedrez, en la que Unamuno desentraña la etiología de las piezas y define a cada una de ellas. Sobre la Reina hará esta consideración: «Que si en Inglaterra se dice que la Constitución inglesa lo puede todo menos hacer de un varón una mujer y viceversa, en el ajedrez se puede hacer de un peón una reina». Del Rey asegurará como caso curioso que la pieza más valiosa de la partida no pueda «salirse de sus casillas» y moverse sólo paso a paso.

En su novela Niebla, la más exitosa de toda su obra, aparece su protagonista central, Augusto Pérez, jugando al ajedrez con su amigo Víctor, y mantiene entre jugada y jugada esta conversación: «¡Eugenia, Eugenia, Eugenia, mi Eugenia, finalidad de mi vida dulce resplandor de estrellas mellizas en la niebla, lucharemos! Aquí sí que hay lógica, en esto del ajedrez y, sin embargo, ¡qué nebuloso, qué fortuito después de todo! ¿No será la lógica también algo fortuito, algo azaroso? Y esta aparición de mi Eugenia, ¿no será algo lógico? ¿No obedecerá a un ajedrez divino?» - Pero, hombre -le interrumpió Víctor-, ¿no quedamos en que no sirve volver atrás la jugada? ¡Pieza tocada, pieza jugada! -En eso quedamos, sí. -Pues si haces eso te como gratis el alfil. -Es verdad, es verdad; me había distraído. -Pues no distraerse; que el que juega no asa castañas. Y ya lo sabes; pieza tocada, pieza jugada. -¡Vamos, sí, lo irreparable!. -Así debe ser. Y en ello consiste lo educativo de este juego. «¿Y por qué no ha de distraerse uno en el juego?» -se decía Augusto-. ¿Es o no es un juego la vida? ¿Y por qué no ha de servir volver atrás las jugadas? ¡Esto es lógica! Acaso esté ya la carta en manos de Eugenia. ¡Alea jacta est! A lo hecho, pecho. ¿Y mañana? ¡Mañana es de Dios! ¿Y ayer, de quién es? ¿De quién es ayer? ¡Oh, ayer, tesoro de los fuertes! ¡Santo ayer, sustancia de la niebla cotidiana!».

Pero donde don Miguel se vuelca en su saber, sentir y pensar sobre el ajedrez es en la novela corta que titula Don Sandalio, jugador de ajedrez, pues en ella inventa o crea uno de los personajes más curiosos de toda su obra. Don Sandalio es un «pobre diablo» que vive envenenado por el juego de la gran batalla entre blancas y negras y gira en torno a la comunicación humana y los sucedáneos inventados para disimularla.

Don Miguel emplea una técnica literaria curiosa, como si fuese la novela de una novela, en la que se inventa una serie de cartas que el personaje le escribe a un ficticio amigo llamado Felipe. En una de ellas escribe: «¿No te lo decía, querido Felipe? He sucumbido. Me he hecho socio del casino, aunque cada día más para ver que para oír. En cuanto han llegado las primeras lluvias. Con mal tiempo, ni la costa ni el monte ofrecen recursos, y en cuanto al hotel, ¿qué iba a hacer en él? ¿Pasarme el día leyendo o mejor releyendo?. No puede ser. Así es que he acabado por ir al casino… En mi oficio de mirón prefiero mirar las partidas de tresillo a mirar las de muss, pues en estas hablan demasiado. Todo es barullo de ¡envido!, ¡quiero!, ¡cinco más!, ¡diez más!, ¡órdago!, me entretiene un rato, pero luego me cansa…Me atraen más las partidas de ajedrez, pues ya sabes que en mis mocedades vi en ese vicio solitario de dos en compañía. Si es que eso es compañía… Pero hay un pobre señor, que es hasta ahora el que más me ha interesado. Le llaman -muy pocas veces, pues apenas hay quien le dirija la palabra, como él no se la dirige a nadie-, le llaman, o se llama Don Sandalio, y su oficio parece ser el de jugador de ajedrez. No he podido columbrar nada de su vida, ni en rigor me importa gran cosa. Prefiero imaginármela. No viene al casino más que a jugar al ajedrez, y lo juega, sin pronunciar apenas palabra, con una avidez de enfermo. Fuera del ajedrez parece no haber mundo para él. Los demás socios le respetan, o acaso le ignoran, si bien, según he querido notar, con un cierto deje de lástima. Acaso se le tiene por un maniaco. Pero siempre encuentra, tal vez por compasión, quien le haga la partida…».

Y por razones de espacio, y con pena, tengo que dejar las bellísimas palabras que don Miguel, ya en la cumbre máxima y en la última recta del camino, le dedica a Don Sandalio. Sí les aconsejo que sigan leyendo en la página web del Diario CÓRDOBA (www.diariocordoba.com). Seguro que me lo agradecen.