Otra joya unamuniana. Pueden ustedes encontrarla en el capítulo V de La agonía del Cristianismo. Lo titula Abisag la sunamita... o sea, un recuerdo de aquella joven que la Reina Betsabé contrató para que le diera calor a su esposo el Rey David y pudiera salvarle de la muerte. Naturalmente, Unamuno aprovecha esa simple historia o leyenda para ‘filosofar’ sobre el amor pagano y el amor cristiano. Pero, antes de entrar en el fondo de la joya veamos quién fue Abisag la sunamita y por qué entra en la Historia. Según uno de los biógrafos de Betsabé y David:

«La vida de David llegaba a su fin (a los 65 años de edad) cuando los médicos (les llamaban ‘sanadores’ y ‘físicos’) se declararon impotentes para curar la enfermedad que aquejaba al Rey. Fue entonces cuando el sabio griego, Alcneón de Krotona, que había sido llamado a Jerusalén por ser una de las eminencias de su tiempo, sugirió como último recurso que se hiciera venir de Babilonia a una joven que se había hecho famosa en aquel mundo por sus ‘poderes’ curativos sólo con el calor que transmitía su cuerpo desnudo. Se llamaba Abisag, aunque se la conocía como la ‘Diosa del Fuego’. Sólo tenía 16 años y, según la Biblia, era ‘extremadamente hermosa’. Y la joven sunamita, con el beneplácito de la esposa y Reina Betsabé, se metió en la cama con el enfermo para tratar de mitigar el intenso frío que sufría durante el día y durante la noche. Pero, ni los poderes de aquella bellísima joven pudieron con la enfermedad del Rey y la muerte le llegó en los brazos de la Reina Betsabé».

Y Don Miguel, que no llegó a conocer bien, por lo que se ve, la leyenda de aquella «moza muy hermosa», según la Biblia (Libro 1 de Los Reyes, capítulo 1) aprovecha para hablar de la agonía del Cristianismo y escribe:

«La pobre Abisag la sunamita, el alma hambrienta y sedienta de maternidad espiritual, locamente enamorada del gran rey que se moría, trataba de mantenerle, de engendrarle, de darle vida, de resucitarle con sus locos besos y abrazos. Y lo enterró en sí misma. David, por su parte, amaba entrañablemente a aquella pobre muchacha que le calentaba en su agonía, pero no podía conocerla ya. ¡Terrible para David! ¡Terrible para Abisag! ¿Para quién más terrible?...

La Iglesia y el positivismo tienden a fortificar la familia. La Iglesia y el positivismo tienden a secundar a las autoridades políticas como vinientes de Dios o procedente de las mejores leyes naturales. La Iglesia y el positivismo son amigos de la tradición, del orden, de la patria y de la civilización. Para decirlo todo, la Iglesia y el positivismo tienen enemigos en común. Por lo demás, no hay positivista francés que pierda de vista que si los Capetos hicieron a Francia, los obispos y los clérigos han sido sus primeros cooperadores…

Todo lo cual tendrá que ver con el reino de Salomón y con las disensiones ente este y Adonías, tendrá que ver con el catolicismo, pero nada tiene que ver con el reino de David y menos con su agonía, con la agonía, que es la vida del cristianismo.

¿Y qué era el amor de Abisag? ¿Era fe? ¿Era esperanza?

Y ese David que quería revivir Abisag con sus besos y abrazos, ese Cristo que agoniza, ¿hará que su padre, que Dios nos salve? Y aquí se habla de justificación, que es cosa moral».

Pero, según el biógrafo Ladis F. Malini, la cosa fue así:

Señora, Majestad, esta joven es Abisag, las sunamita, la que en Babel llaman la ‘Diosa del Fuego”/ Joven, acércate ¿Qué edad tenéis?/ Señora, 16 años. / ¿Sabéis a lo que venís?/ Si, Majestad, lo sé./ ¿Y os ha explicado el ‘físico’ para que recurrimos a vuestros dones?/ Sí/ ¿Y creéis que podéis hacer algo por el Rey, mi marido?/ Señora, desde muy niña, mi Diosa me concedió poderes que yo considero especiales y gracias a esos poderes yo he sanado a muchas personas mayores e incluso a muchos jóvenes. Mi cuerpo, dicen, irradia calor, un calor curativo que consigue hacer sanar a muchos enfermos./ ¿Y cuál es tu Diosa, Abisag?/ ‘Ninfú’, la Diosa de la Vida, la diosa que cura las enfermedades y mitiga los males de todos los seres que viven sobre la tierra y bajo las aguas./ Está bien, joven Abisag, sois más bella de lo que yo podía imaginar.

Pero, cuando de verdad pude comprobar su gran belleza fue cuando se desnudó por primera vez para meterse en la cama con mi David, porque entonces comprobé que además de bella era extraordinariamente hermosa… y confieso que sentí envidia y hasta me preocupé. Quizás porque vi como se le alegraban los ojos a David.

Y durante unos días pareció que la ‘Diosa del Fuego’ conseguía su objetivo, pues David recuperó, al menos, el brillo de sus ojos, aquel brillo que cautivaba a quien se atreviera a mirarlo, y no sólo eso, sino que pareció olvidarse del frío y hasta las fiebres le desaparecieron. ¡Y qué hombre no habría reaccionado como David ante un cuerpo esplendoroso, hermoso y bello como el de la ‘niña’ sunamita! La verdad es que hasta yo misma veía a la joven desnuda y temblaba… Así que también mi alma respiró y llegué a pensar que la Diosa de la sunamita tenía más fuerza que el propio Yavé. Aunque no sé si consiguió en algún momento hacer el amor con mi David…

Pero, aquellos días y aquellas madrugadas que la joven se pasaba con David en la cama y desnuda sólo fueron un espejismo, otra vez el espejismo de los sedientos del desierto...Porque volvió el frío y volvieron las fiebres y eso volvió a desconsolarme, tanto que ya hubo días que yo me metía en la cama con ellos dos para tratar de calentarle».

Y Unamuno termina diciendo que la historia de Abisag nos demuestra que «Dios está dentro del bien y del mal y envolviendolos, y por más allá del tiempo. ¿Y qué es justicia?. En moral, algo; en religión, nada».