Sucedió en 1964. Estudiaba yo en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid y preparaba la ‘tesina’ fin de carrera sobre La Generación del 98 y el periodismo cuando un día mi profesor de estilo, Jaime Campmany, luego compañero y amigo, me propuso que le acompañara a la cita que tenía con Azorín en su casa de la calle Zorrilla 21 de Madrid, y naturalmente acepté. Ver y hablar con el último vivo de los genios del 98 me pareció un regalo del cielo. Y allí estuve. Tímido, admirado, observador, atentísimo, calladito, sorprendido... oyéndole hablar de esto y aquello, de estos y aquellos: la política, la guerra, el Movimiento, Franco, Europa, Baroja, Valle-Inclán, Maeztu, Machado y Unamuno ¡cómo no!... Pero como no es este el momento de reproducir todo lo que el ‘Maestro’ comentó, me limito a recordar algunas de las frases que dijo sobre Don Miguel: «Unamuno era imprevisible, sorprendente, nunca sabías por donde iba a salir, pero siempre embaucador. Comenzaba a hablar y ya caías en sus redes, y te limpiaba las telarañas del cerebro y hasta del alma... por eso, era tan polémico, tan aplaudido y tan criticado. Eso sí, donde apareciera desaparecíamos todos los demás. Nunca vi un hombre con tanta personalidad...Recuerdo el día que llegó refunfuñando contra Ortega por lo de ‘europeizar España’... ¿Europeizar España? -dijo-. ¡No! Lo que hay que hacer es ‘Españolizar a Europa’».

Y dicho esto (batallitas de viejo) hoy me voy a permitir un capricho, voy a reproducir algunas de las «joyas unamunianas» (así las llamo yo) que tengo anotadas en mi ‘Diario personal’.

Joya 1. La encontré en un artículo publicado en Ahora, el 7 de junio de 1936:

«Hace unos días hubo aquí, en Salamanca, un espectáculo bochornoso de una Sala de Audiencia cercada por una turba de energúmenos dementes que querían linchar a los magistrados, jueces y abogados. Una turba pequeña de chiquillos -hasta niños, a los que se les hacía esgrimir el puño- y de tiorras desgreñadas, desdentadas, desaseadas, brujas jubiladas (…) Y toda esta grotesca mascarada, reto a la decencia pública, protegida por la autoridad. La fuerza pública, ordenada a no intervenir sino después de… agresión consumada. Método de orillar conflictos que no tiene desperdicio… Cada vez que oigo que hay que republicanizar algo me pongo a temblar, esperando alguna estupidez inmensa. No injusticia, no, sino estupidez. Alguna estupidez auténtica, y esencial, y sustancial, y posterior al 14 de abril. Porque el 14 de abril no lo produjeron semejantes estupideces. Entonces, los más que votaron la República ni sabían lo que es ella ni sabían lo que iba a ser esta República. ¡Que si lo hubiesen sabido…! Dejémoslo aquí, que la guerra está a punto de estallar. Ya llegarán los tiros en la próxima entrega».

Joya 2. La encontré en un artículo publicado en LaVoz, en agosto de 1931:

«¡Qué majaderos son los separatistas! Cualquier aldehuela nos demandará el mejor día su estatuto. Son los separatistas una cuadrilla de literatos fracasados compuesta de locos y de vanidosos. No saben lo que piden. La única petición clara es que quieren ser guapos. Y la majeza es una endemia muy española. Y el comunismo es la enfermedad de moda. Si a la majeza del separatismo le llamamos endemia, llamémosle epidemia a la de esos señoritos denominados comunistas españoles. Estos últimos aún son más locos, más vanidosos, más ignorantes y más literatos fracasados que los primeros. A unos y a otros se les puede aplicar exactamente la terminación de uno de los pensamientos de Maquiavelo: Doy la vida por la vanidad».

Joya 3. Lo dijo en una conferencia en el Ateneo de Madrid el 25 de noviembre de 1932:

«El autonomismo cuesta caro y sirve para colocar a los amigos de los caciques regionales. Habrá más funcionarios provinciales, más funcionarios municipales; habrá un Parlamento y un Parlamentito. Es decir, existirá una enorme burocracia. En vez de una República de trabajadores vamos a hacer una República federal de funcionarios de todas clases. Dios quiera que vuestros hijos encuentren en esa nueva sociedad que se avecina las satisfacciones que yo no podría encontrar. ¡Que esa República federal de funcionarios de todas clases encuentre un ideal! No es lo que yo soñaba. ¡Qué le vamos a hacer! Presencio con tristeza que ha desaparecido toda serenidad. Yo sirvo a un sentimiento de justicia, y me aterra que con otros se cometan injusticias. No me gusta eso, no quiero llevar dentro de mí un alma de déspota».

Joya 4. Lo dijo Antonio Machado al salir de la conferencia:

«La cuestión de Cataluña, sobre todo, es muy desagradable. En esto no me doy por sorprendido, porque el mismo día que supe el golpe de mano de los catalanes lo dije: los catalanes no nos han ayudado a traer la República, pero ellos serán los que se la lleven. Y en efecto, contra esta República, donde no faltan hombres de buena fe, milita Cataluña. Creo con don Miguel de Unamuno que el Estatuto es, en lo referente a Hacienda, un verdadero atraco, y en lo tocante a enseñanza, algo verdaderamente intolerable».

Joya 5. De unas declaraciones al periodista francés Jerome Tharaud el 21 de octubre de 1936 (moriría dos meses después):

«Tan pronto como se produjo el movimiento salvador que acaudilla el general Franco, me he unido a él diciendo que lo que hay que salvar en España es la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional, ya que se está aquí, en territorio nacional, ventilando una guerra internacional. (...)Las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción y he de ahorrarme retórica barata. Es el régimen del terror. España está espantada de sí misma. Y si no se contiene a tiempo llegará al borde del suicidio moral. Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido resistir la presión del salvajismo apelado marxista, debemos tener la esperanza de que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror. (...) Insisto en que el sagrado deber del movimiento que gloriosamente encabeza el general Franco es salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional, ya que España no debe estar al dictado de Rusia».

Señores, lo ha escrito Andrés Trapiello y yo lo suscribo: «No hay nadie a quien la lectura de Unamuno deje indiferente... Nadie en España se le puede comparar en su época».