Traigo hoy a colación dos anécdotas que circulan sobre Unamuno, ciertas o no, que definen muy bien la personalidad del vasco por excelencia y cabeza de la «generación del 98». Se cuenta que mientras daba una conferencia sobre William Shakespeare en «su» universidad de Salamanca y cada vez que tenía que citar el nombre del genio inglés lo decía en español, o sea «Sha-kes-pe-are», lo que provocó risas entre algunos de los asistentes, pensando que Don Miguel no sabía inglés. El viejo catedrático de griego se dio cuenta de las risas y en un momento dijo: «Señores, si les divierte que hable en español, ahora lo haré en inglés»… y en inglés, un inglés perfecto, terminó la conferencia, con el consiguiente bochorno de los que se habían reído de él. También se cuenta que cuando Alfonso XIII le otorgó la gran Cruz de Alfonso X el Sabio y fue a recogerla, le dijo a su Majestad: «Me honra, Majestad, recibir esta Cruz que tanto merezco». A lo que el Monarca contestó: «¡Qué curioso!. La mayoría de los galardonados aseguran que no se la merecen» y Don Miguel respondió: «Señor, es que efectivamente no la merecían».

Así era Don Miguel de Unamuno, o también aquel que cuando España se hundía en los primeros años del siglo y los Partidos Políticos se destrozaban unos a otros y se había corrido la voz de «¡sálvese quien pueda!» el joven Unamuno, solo tenía 42 años, lanzó un grito que retumbó a escala nacional: «¡No, salvémonos todos, pero si es posible juntos!, porque o nos salvamos todos o todos nos hundimos».

Hoy, sin embargo, quiero traer al recuerdo la conferencia que dio en el teatro de la Zarzuela de Madrid el 27 de febrero de 1906, Sobre la crisis del patriotismo, especialmente invitado por un gran número de escritores, políticos, intelectuales y hasta militares, cuya lista firmaban en primer lugar Azorín, y tras él Galdós, doña Emilia Pardo Bazán, Azcárate, Melquiades Álvarez, Julio Camba, Manuel y Antonio Machado Rusiñol, Ricardo y Pío Baroja, Eduardo Marquina, Ciges Aparicio, Amadeo Vives, Pijean, Eugenio Ors , Zulueta e tutti quanti… o sea, que allí estaba el «todo Madrid», ya que los que no pudieron estar dentro estaban fuera en plena calle. Según las crónicas, había tal expectación a la llegada a Madrid de Unamuno, y estando la situación política tan grave como estaba, que el ministro de la Guerra, en ese momento el general Luque, temió que se produjera una rebelión y tomó sus precauciones enviando al acto a varios de sus Jefes de Estado Mayor.

Pero, Don Miguel, aunque fue un rebelde toda su vida no era un revolucionario. Por encima de todo era un intelectual y entre otras cosas dijo: «Ahora que con ocasión de la desdichada guerra de Cuba, en que se está malgastando el tesoro espiritual del pobre pueblo español y abusando de su paciencia, se ha dado suelta por la prensa de la mentira a la patriotería hipócrita, ahora es la verdadera oportunidad de hablar aquí del sentimiento patriótico y de la crisis por que está pasando en los espíritus todos progresivos, los abiertos a las iniciaciones del futuro; ahora, que es cuando lo creen más inoportuno los prudentes, según el mundo viejo. Para estos tales es no ya inoportuna, sino hasta criminal la injerencia de la idea en el campo de la fuerza cuando está ésta a su negocio; después es ya otra cosa. En triunfando, tienen razón, que es lo propio del bruto. Lo del hombre es tener verdad, no razón precisamente».

Y más adelante dijo: «La Historia, la condenada Historia, nos oprime y ahoga, impidiendo que nos bañemos en las aguas vivas de la Humanidad eterna, la que palpita en hechos permanentes bajo los mudables sucesos históricos. Y en este caso concreto, la Historia nos oprime con esa pobre honra nacional, cuya fórmula dio en nuestro siglo llamado de oro el conde Lozano, de Las mocedades del Cid, diciendo: Procure siempre acertarla el honrado y principal; pero si la acierta mal defenderla y no enmendarla…Toda la historia humana es la labor del hombre sobre el ambiente en que vive. Los esfuerzos de generaciones, acumulados y multiplicados con interés compuesto, van civilizando el ámbito, en que hombres nuevos beben nueva y más alta vida. Es el ámbito social, más que el individuo, lo que progresa…El apego al rincón natal, al valle o llano que nos vio nacer, al terruño que sudaron nuestros padres y a la aldea en que viven los camaradas de nuestra infancia, es el sentimiento de aquel que labra su propia tierra, del capitalista obrero, del que produce realmente con medios productivos suyos, del que produce para consumir sobre todo, puesta en el consumo la intención casi siempre… Esperemos el crujir del verdadero patriotismo de la conjunción del hondo sentido histórico popular refugiado hoy, ante la brutalidad del Capital, en la región y el campanario, y el alto sentido ideal que se refugia en el cosmopolitismo más o menos vago del libre cambio».

Para Unamuno, el patriotismo tiene dos raíces fundamentales: una sentimental (el apego a la tierra y las costumbres) y otra intelectual (la idea de la patria como entidad histórica). Una y otra raíz deben integrarse en el alma de los verdaderos españoles. ¿Cómo? Por lo pronto, logrando que los partidos políticos no sean partidos de ricos o partidos de pobres. La nueva Patria -dice- y la tradición nueva deben resultar, tienen que resultar, de la cooperación de las diversas castas peninsulares.

Al terminar la conferencia, se acercó a Don Miguel un periodista y le preguntó: «¿Don Miguel usted es vasco o español?»… y el temible, a veces, Unamuno le respondió: «Mire joven, mis padres eran vascos, mis cuatro abuelos eran vascos, mis cuatro bisabuelos eran vascos ¿Qué quiere que sea yo japonés? En cuanto a si soy español le voy a decir algo muy claro. Pues sí, soy español. Español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu y hasta de profesión y oficio. Español ante todo y sobre todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en el que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios español, el de nuestro señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: «¡Sea la luz! ¡y su verbo fue un verbo español!»

«Pasó por la política llamando mentecatos a los nacionalistas vascos (a Sabino Arana le llamaba tonti-loco) y catalanes y defiende como ‘chifladuras’ sus doctrinas… y por ello los fanáticos no lo incorporan a su ‘hecho diferencial’ a pesar de ser el más grande de los intelectuales de su tiempo» (Méndez-Monasterio).