Es más, su mayor triunfo político fue el 10 de agosto de 1932, cuando sin despeinarse acabó con el golpe del general Sanjurjo, que pudo ser el fin de aquella República que ya se inclinaba descaradamente hacia la izquierda. No, la tragedia, lo que no podría ya borrar nunca de su biografía política, fue la «masacre de Casa Viejas» (Cádiz), una sublevación anarquista que pretendía implantar en Andalucía el «comunismo libertario». Sucedió los días 10-13 de enero de 1933. Pero centrémonos en los hechos:

Una de las provincias donde se produjeron disturbios protagonizados por comités anarquistas locales fue la de Cádiz. El 10 de enero de 1933, el Gobierno decidió enviar allí a una compañía de guardias de asalto al mando del capitán Manuel Rojas Feijespán. Cuando el día 11 llegaron a Jerez de la Frontera, fueron informados de que la línea telefónica había sido cortada en Casas Viejas, una población de unos 2.000 habitantes cercana a Medina Sidonia y que actualmente es parte del municipio de Benalup-Casas Viejas.

En la noche del 10 de enero y en la madrugada del 11, un grupo de campesinos afiliados a la CNT habían iniciado una insurrección en Casas Viejas. Por la mañana rodearon, armados con escopetas y algunas pistolas, el cuartel de la Guardia Civil, donde se encontraban tres guardias y un sargento. Se produjo un intercambio de disparos y el sargento y un guardia resultaron gravemente heridos (el primero moriría al día siguiente; el segundo dos días después). A las dos de la tarde del 11 de enero, un grupo de doce guardias civiles al mando del sargento Anarte llegaron a Casas Viejas, liberaron a los compañeros que quedaban en el cuartel y ocuparon el pueblo. Temiendo las represalias, muchos vecinos huyeron y otros se encerraron en sus casas. Tres horas después llegó un nuevo grupo de fuerzas de orden público al mando del teniente Gregorio Fernández Artal compuesto por cuatro guardias civiles y doce guardias de asalto. Inmediatamente comenzaron a detener a los presuntos responsables de ataque al cuartel de la Guardia Civil, dos de los cuales, después de ser golpeados, acusaron a dos hijos y al yerno de Francisco Cruz Gutiérrez, apodado Seisdedos, un carbonero de 72 años que acudía de vez en cuando a la sede del sindicato de la CNT, y que se habían refugiado en su casa, una choza de barro y piedra. Al intentar forzar la puerta de la casa de Seisdedos, los de dentro empezaron a disparar y un guardia de asalto cayó muerto en la entrada (en algunas versiones se dijo que el guardia fue retenido como rehén y murió después) y otro resultó herido. A las diez de la noche, empezó el asalto a la choza sin éxito. Pasada la medianoche, llegó a Casas Viejas una unidad compuesta de cuarenta (o noventa según otras fuentes) guardias de asalto, al mando del capitán Rojas, que había recibido la orden del director general de Seguridad en Madrid, Arturo Menéndez, para que se trasladara desde Jerez y acabara con la insurrección, abriendo fuego «sin piedad contra todos los que dispararan contra las tropas».

El capitán Rojas dio orden de disparar con rifles y ametralladoras hacia la choza y después ordenó que la incendiaran. Dos de sus ocupantes, un hombre y una mujer, fueron acribillados cuando salieron huyendo del fuego. Seis personas quedaron calcinadas dentro de la choza (probablemente ya habían muerto acribilladas cuando se inició el incendio), entre ellos Seisdedos, sus dos hijos, su yerno y su nuera. La única superviviente fue la nieta de Seisdedos, María Silva Cruz, conocida como la Libertaria, que logró salvar la vida al salir con un niño en brazos.

Hacia las cuatro de la madrugada del día 12, Rojas y sus hombres se retiraron a la fonda donde habían instalado el cuartel general. Allí fue tomando cuerpo la idea de realizar un escarmiento. El capitán Rojas envió un telegrama al director general de Seguridad con el siguiente texto: «Dos muertos. El resto de los revolucionarios atrapados en las llamas». Rojas ordenó a tres patrullas que detuvieran a los militantes más destacados, dándoles instrucciones para que dispararan ante cualquier mínima resistencia. Mataron al anciano Antonio Barberán Castellar, de 74 años, cuando volvió a cerrar su puerta tras la llamada de los guardias y gritó «¡No disparéis! ¡Yo no soy anarquista!». Detuvieron a doce personas y las condujeron esposadas a la choza calcinada de Seisdedos. Les mostraron el cadáver del guardia de asalto muerto y a continuación el capitán Rojas y los guardias los asesinaron a sangre fría. (Wikipedia).

Responsabilidades

Sin embargo, aquella «masacre de Casas Viejas» no se quedaría en un acto de represión de las fuerzas de seguridad del Estado, porque rápidamente la tragedia saltó a la prensa nacional y al Parlamento, donde surgieron las órdenes que, al parecer, los mandos responsables de la represión habían recibido del propio Azaña, presidente del Gobierno: «Ahora vaya y diga a sus hombres que rechacen los ataques y que nada de hacer prisioneros ni heridos. Tiros a la barriga. Tiros a la barriga y nada más». Y tal escándalo se produjo que hasta se orquestó una comisión de investigación para aclarar y definir la responsabilidad de los mandos que habían fusilados a los prisioneros y especialmente sí era cierto o no que el presidente Azaña había dado la orden salvaje de los «tiros a la barriga». También la «masacre» llegó a los tribunales y en 1934 se celebró el juicio en Cádiz.

La frase, la tan traída y llevada orden, la sacó a la luz en Cádiz, en el juicio a Rojas de 1934, el capitán de estado mayor Bartolomé Barba. A Barba lo llevó como testigo el defensor del capitán Rojas, Pardo Reina, para que contase algo muy concreto: que dos días antes de los sucesos de Casas Viejas, en Madrid, Azaña, entonces jefe del Gobierno y también ministro de la Guerra, lo llamó a su despacho y le informó de que habían sido atacados cuarteles en Lérida y otras ciudades y que se esperaban asaltos en Madrid. Entonces, contó Barba, Azaña le ordenó: «Ahora vaya y diga a sus hombres que rechacen los ataques y que nada de hacer prisioneros ni heridos. Tiros a la barriga. Tiros a la barriga y nada más»…

Azaña no acudió a declarar a Cádiz como testigo al juicio de 1934 contra Rojas. El tribunal no lo consideró necesario y rechazó la petición de la defensa. Pero eso fue precisamente lo que hizo que el Tribunal Supremo ordenase repetir el juicio. Y entonces sí acudió a la capital gaditana Manuel Azaña, entonces ya ex jefe del Gobierno, para declarar como testigo. También lo hizo el capitán Barba y hasta con un careo público con Azaña, en el que tampoco quedó claro si la famosa frase de los «tiros a la barriga» la dijo o no la dijo el prepotente Azaña. (T. Ramos. Diario de Cádiz).