Genio de la luz y del claroscuro, y maestro en retratar el alma humana. Magistral en los retratos, sobre todo los propios, y pionero en dar una visión dramática y emotiva en escenas tradicionalmente impersonales. Admirado por sus coetáneos y homenajeado por los grandes (de Goya a Chardin pasando por Reynolds y Picasso). Conoció la gloria -la fortuna crítica le acompañó en vida- y el fracaso -murió en la miseria y con la prohibición de vender por parte de su gremio-. Autor de reconocidas obras de la historia del arte, ahí están La novia judía y La ronda de noche. Es Rembrandt van Rijn (Leiden, 1606 - Amsterdam, 1669). Es el gran pintor del siglo de oro holandés y de la historia del país. Y es el protagonista del año en Holanda, que dedica el 2019 al 350º aniversario de su fallecimiento bajo el título Rembrandt y el siglo de oro holandés.

Para ello todos los museos han organizado exposiciones relacionadas con el pintor barroco. Y han desempolvado todas las piezas del creador, las salidas de sus pinceles y las dudosas, aquellas que la atribución baila, que no son pocas, pues Rembrandt invitaba a sus alumnos a copiar sus óleos en los que él también metía pincelada. Así, siete obras del Mauritshuis, que hoy se consideran realizadas por sus tutelados, en su día se adquirieron como autógrafas. Pero no hay problema, el museo de La Haya atesora 11 óleos más cuya autoría no se discute. Entre estos, dos de las piezas más apreciadas de Rembrandt: La lección de anatomía del Dr. Noicolaes Tulp y Susana y los viejos.

La primera -«Nada puede ser más verdadero que el color de la carne muerta», afirmó Reynolds, acerca de la obra- entró en la colección, en 1828, gracias al rey Guillermo I que ordenó su compra al Estado para evitar su pérdida: la viuda de Tulp la tuvo colgada en la cocina hasta que decidió venderla en una subasta con permiso del gobierno municipal de Amsterdam que la tildó de «pieza de mobiliario no aprovechable e innecesaria»; la segunda, criticada en su momento por no representar el ideal de belleza femenino, la compró el príncipe de Orange a finales del XVIII junto con todos los fondos del coleccionista Govert van Slingelandt. Y de todo ello: del qué, del cómo, del cuándo y del porqué de la relación del creador con el museo es lo que cuenta Rembrandt and the Mauritshuis, exposición (hasta el 15 de septiembre) basada en un trabajo de investigación homónimo realizado por el museo durante décadas.

Veintidós son los óleos de Rembrandt que custodia el Rijksmuseum. «No solo la colección más amplia del mundo sino también la más representativa», según su director Taco Dibbits. Abarca todos los temas y periodos y permite tanto recorrer la evolución artística del creador como su situación personal. Cada autorretrato, hizo casi un centenar, es como un diario vital: de la alegría de la juventud a serenidad de la madurez. No en vano Rembrandt se utilizaba a sí mismo como modelo, para practicar su habilidad a la hora de retratar emociones: la alegría, el miedo, la sorpresa... Todas están presentes en la muestra a través de una selección de 60 dibujos y 300 grabados.

«Hasta la fecha Rembrandt se había mostrado por separado, ahora lo mostramos junto por primera vez», afirma Dibbits al tiempo que se pregunta: «¿Por qué amamos tanto al pintor Rembrandt? Porque habla de nosotros como seres humanos, de nuestras imperfecciones y lo hace de una manera brutal y tierna al mismo tiempo». Del mismo parecer es el comisario de la exposición Gregor Weber: «Es el pintor del alma, de las emociones y de las pasiones», afirma.

Pero hay más, fue también un gran narrador de historias: «Mezclaba su experiencia personal con sus conocimientos de historia del arte, por eso consigue que su pintura se sienta próxima y conmueva», continúa el comisario. De manera que humanizaba los personajes de las escenas bíblicas -La novia judía, que como título alternativo luce Isaac y Rebeca o Tobías y Ana con el niño- y conseguía retratarlos como seres vulnerables a partir de la plasmación magistral de sus gestos y de su impecable dominio del color y de la luz.

La exposición del Rijksmuseum, hasta el 10 de junio, coincide en Amsterdam con la que le dedica la que fue casa del pintor a su entorno. Las relaciones que tejió, así como su dramática vida (perdió a tres de sus cuatro hijos, a su mujer y todo el patrimonio), además de cómo sus allegados le ayudaron tras su bancarrota (su segunda mujer y su único hijo abrieron taller en su nombre) es lo que evidencia, hasta el 19 de mayo, el Rembrandthuis. Porque si bien el barroco fue el rey del selfie, se autorretrató más que ningún otro autor, también le dio al retrato en general: dibujó a familiares y amigos, sobre todo a su esposa Saskia, y a coleccionistas y comitentes. También a sus amantes.