Las casas antiguas y destartaladas suelen inspirar las peores pesadillas del ser humano, y buena parte de ellas vienen acompañadas por tradiciones arrastradas a lo largo del tiempo por la fantasía popular. Cuenta una leyenda recogida por Marcial Hernández Sánchez en el segundo volumen de su libro Historias y leyendas de Córdoba que, hace mucho, existía en los alrededores de la Mezquita-Catedral un siniestro caserón que causaba pavor a los cordobeses, porque se decía que estaba henchido de duendes, trasgos y fantasmas.

Los vecinos, cuando no tenían más remedio que pasar por la calle aledaña, se santiguaban de forma compulsiva, pensando que así mitigarían en cierta medida la maldad que emanaba del viejo edificio. Contaban que a diario, al caer la noche, comenzaban a escucharse desde el exterior estrepitosos quejidos y lamentos, y que extraños seres amorfos salían del pozo ubicado en su oscuro sótano.

Por todo eso la vivienda se ganó el sobrenombre de la casa de los espantos. Su dueño se llamaba Alonso y para él, el encantamiento lo había provocado el dueño anterior. Al parecer la casa había pertenecido años atrás a un despiadado asesino que fue condenado a muerte por sus crueles crímenes. Para evitar ser prendido se encerró en la torre del caserón, impidiendo así que las autoridades pudieran conducirle ante la justicia. Confinado sin agua ni sustento no pudo resistir demasiado, y su cadáver fue hallado por los vecinos al cabo de varias semanas.

Cuando Alonso murió, sus herederos pusieron el inmueble a la venta, pues ellos eran incapaces de instalarse en este terrorífico lugar. Pero era tal la curiosidad que despertaba entre los vecinos que algunos, los más intrépidos, se organizaron para inspeccionar sus misteriosas estancias antes de que encontrara nuevo dueño. Con nocturnidad y alevosía, el pequeño grupo de valientes saltó el muro exterior y accedió al patio. Con la única ayuda de unos pequeños faroles de aceite, los aventureros se dividieron para examinar las distintas estancias. La primera camarilla halló bajo la torreta palomar una puerta secreta. Tras forzarla, penetraron en una habitación rectangular sin ventanas, desde la que se podía acceder al tejado. ¿Quizás fue allí donde el sanguinario criminal pasó sus últimos días?

El segundo grupo se lanzó a explorar las habitaciones, y en el dormitorio que había ocupado Alonso hasta hace pocos días hallaron una escalera oculta en la pared del fondo. Descendieron por ella hasta una puerta cerrada con tres candados, los cuales rompieron. Luego continuaron bajando por unas escaleras húmedas y rotas hasta aparecer en un enorme y oscuro sótano. Allí, en lo más profundo de la misteriosa edificación, localizaron la boca del pozo del que supuestamente salían cada noche los espeluznantes seres. Para medir su longitud, dejaron caer uno de los faroles que los alumbraban, pero nunca escucharon que el mismo llegara a golpear el agua del fondo. Al asomarse no se veía absolutamente nada, tan sólo se podía olfatear el repugnante tufo a azufre que emanaba de su abismo.

Alaridos en el pozo

A pesar de las historias que corrían sobre la casa -propias de los relatos de terror del autor estadounidense H. P. Lovecraft-, parece que al poco tiempo fue adquirida. Un cazatesoros aficionado a los relatos mágicos, que había leído que los duendes siempre guardaban sus tesoros en el fondo de un pozo, fue el responsable de la compra. Ni corto ni perezoso el nuevo dueño se aventuró a introducirse por el angosto agujero. Dicen que en cuanto comenzó su descenso arrancó a escuchar lejanos quejidos y rugir de cadenas, pero eso no lo desvió de su lucrativo objetivo.

Cuanto más se descolgaba más cercanos se percibían los alaridos, que al poco se convirtieron en mazazos de hierro seguidos de una fuerte vibración. Finalmente, un pequeño temblor acabó cegando el pozo, y así, en las turbulentas profundidades de aquella espeluznante vivienda, se perdió la pista de este audaz explorador.

Como he dejado claro desde el principio, esta narración basada en el texto de Hernández Sánchez es una leyenda. Pero si lee mis artículos con asiduidad, ya sabrá que me encuentro entre quienes opinan que toda tradición tiene una base real. Por eso, si en estos días decide dar un paseo por la Judería y se topa con una vieja casa con una torreta, un sótano y un pozo, no se acerque demasiado. Por si acaso.

(*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net