Con ese frío en los graderíos del Arcángel los cordobeses preferían los toros de Los Califas, que se celebran en épocas más cálidas. Al menos la víspera de San José, ya casi en primavera, en la que en un festival benéfico reaparece Manuel Benítez El Cordobés, que encandila al graderío y cuelga el cartel de no hay billetes. Con él torean Zurito y El Pireo. Este año, en que Manzanares, Niño de la Capea y Paquirri encabezan el escalafón, cuando las bandas de música lloran la muerte de Antonio Machín, se celebran en Córdoba ocho festejos taurinos y en ellos, aparte de la crema nacional -Palomo Linares, Curro Romero o El Viti, entre otros muchos-, intervienen nombres de la tierra como Antonio José Galán, Parrita, Juan de Dios de la Rosa, Chocolate, El Califa, Rafael de Córdoba, Fermín Vioque, Antonio Tejero y Antonio Romero.

Y ya fuera de ambientes concretos, en tabernas, pubs -Vip, Marrón, El Boliche-, cafeterías -¿quién no ha conversado en Aqua?- o sitios de la canalla noctámbula como el Montes de enfrente de la estación, cada grupo habla de lo que le concierne. Los más religiosos, de las muertes del Hermano Bonifacio -Fray Garbanzo-, de los papas Pablo VI y Juan Pablo I y de la elección de Karol Wojtila como Juan Pablo II, del cacao que arma en El Palmar de Troya Clemente Domínguez, carmelita de la Santa Faz, que se autoproclama papa con el nombre de Gregorio XVII y de lo bien que se lo ha montado el exjesuita Jesús Aguirre, director general de Música, que este año se casa con la Duquesa de Alba. Los más conspiradores no dejan de comentar la huida de Albert Boadella, la detención en Barajas de la hija de Franco, cuando salía para Suiza con un montón de joyas, del fuego que quema el Pazo de Meirás, residencia veraniega de Franco, del estreno de La escopeta nacional y de Ramón Mercader, el asesino de Trotski, que muere este año. Los melómanos, que estrenan sonido FM, hablan de Camilo Sesto, Miguel Bosé, José Vélez, Elsa Baeza, Jorge Cafrune -que muere-, Triana, Orquesta Mondragón, Juan Manuel Serrat, La Trinca, Felipe Campuzano o Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina. Los más chismosos, de las separaciones de Julio Iglesias e Isabel Preysler, Curro Romero y Conchita Márquez Piquer. Y los de más visión económica de futuro, del credi-hogar que acababa de lanzar Galerías Preciados.

Pero ese sábado noche del 28 de enero Manuel López Toledano no estaba para nada. Y menos, para pensar que a España se le abría un mundo nuevo, él, que se veía sin porvenir. Había ido a ver una película de guerra y fuego, le había dado al camarero de la cafetería Renault de la Avenida de América 25 pesetas por una caja de cerillas y se dirigió al bar Puerto Rico, cerca de la Diputación, donde tomó cerveza y algunas tapas. Y, luego, su mente se cargó de fiebre. Aquella madrugada le prendió fuego a la iglesia de la Merced. Pocos días antes de que los cordobeses le dieran un apabullante sí a la Constitución Manuel López Toledano, un niño de la inclusa, fue condenado a diez años y cuatro meses de prisión a pesar de que

el psiquiatra Carlos Castilla del Pino insistiera en el carácter determinante de sus circunstancias socio-biográficas y de la brillante defensa de su abogado, Rafael Sarazá. Seguro que nunca supo que la Constitución que se aprobó unos días después de su condena era la de la concordia.

(El reportaje ‘El año del fuego y la concordia’ fue publicado en el suplemento ‘25 años de la Constitución’ editado por Diario CÓRDOBA el 6 de diciembre de 2003. El autor, Manuel Fernández, recibió de la Junta el Premio Andalucía de Periodismo por su trabajo).