Cuando aquí el escribidor cuidaba las vacas y el huerto en la finca El Duende tenía por encargado a un venerable anciano, al que gustaba escuchar en voz muy alta la lectura del diario Pueblo. Y es cosa curiosa que todavía, transcurridos 58 años, no puedo saber qué odiaba más desde mi atribulada condición de zagal puteado, si el sueño compartido cada noche con las ratas en el pajar o la lectura diaria de aquel periódico, bastante incomprensible para mí sobre todo los jueves cuando la tercera página era toda un artículo (de fe en el nacionalsindicalismo) que escribía Emilio Romero, su director. Rafael Ramírez, que así se llamaba mi politizado jefe, sí parecía enterarse de algo. Cada vez que surgía la palabra «justicia social» suspiraba y decía conmovido: «¡Qué güevos le echa el tío ese!».

Tanto entusiasmo ponía que llegué a imaginar al intrépido periodista peleando con los tigres aquellos que ilustraban la famosa página.

Más tarde supe que, más que huevos, lo que le echaba el Emilio era mucha cara como todo el que vive a la sombra de cualquier poder.

Y unos años después, cuando podía entender casi todo lo que leía, averigüé que la justicia es una virtud con demasiados nombres, y hasta contemplativa puede ser según el juez al que corresponda discernir y acordar oído el fiscal de turno, si premia a los buenos, castiga a los malos o se pasa por el forro de los desos la patética revisión de una cláusula suelo y a ti te encontré en un cajero automático.

En cuanto a la justicia social, fue un palabro muy utilizado por el afamado periodista en sus paridas laudatorias para halagar el injusto régimen frankista que padecimos. El que ahora recordamos cuando se pide con respeto y educación a la señora ministra Fátima Báñez una ligera subida en las pensiones, que Dios se lo pagará en cuanto funcione la justicia divina, más de creer que todas las conocidas y si no al tiempo.

Hay quien defiende la jurisprudente y estimulante teoría del juicio final como una esperanza para los pobres, mayormente si son tontos y creyentes a la vez, aunque es de suponer que cuando llegue esa movida los altos responsables de la Seguridad Social se han podido meter la revisión de las pensiones en el orificio central de la región glútea según se penetra a la derecha y a quien los escaños culoneros del PePe se la dé, que los demás diputados se la bendigan.

En fin, estoy pasando un mal momento y no por el pegote feudalista de algunos catalanes de nacimiento, a los que respeto aunque estén manipulados por una burguesía de mierda.

Me duelen los nacidos en Andalucía y criados en Cataluña como me duelen las madres y los padres andaluces que allí fueron a trabajar y han contribuido con su sudor a crear lo que hoy es el fabuloso lugar donde viven.