esta no es una historia de amor al uso antiguo. Pero existe una vieja querencia del dicente hacia este periódico tan majo como es el CÓRDOBA de ahora. Sin haber superado los traumas de mi primera e infeliz infancia (cabras, mulos, señoritos, aperaores, manijeros de la Cuesta del Espino, y minas de antracita en León). Llegué a Vitoria con catorce años mal cumplidos y me coloqué de repartidor en el periódico El Pensamiento Alavés. Me dieron una bicicleta y una boina carlista (año 1960). El sacerdote que me entrevistó se encantó porque le recité en latín la letanía completa que yo decía en la Iglesia de Montemayor cuando con nueve años era monaguillo con el cura Juan Espejo Gómez. El Pensamiento Alavés era vespertino y yo repartía el periódico por todos los estancos de Vitoria, una ciudad casi tan hermosa como la Córdoba que no conocí hasta 1972.En 1980 entré en el Diario CÓRDOBA como repartidor, Federico Miraz era el director. Buena persona y buen periodista. Desde el principio me gustó porque, aunque era gallego, parecía asturiano y uno siempre ha sido más de Mieres que de Montemayor. Tras unos meses de repartidor con jornada a cuatro horas, superé las pruebas de estereotipista y el administrador del periódico, funcionario de Hacienda y muy malo de padre y de madre, me condenó a ser repartidor. Federico Miraz publicó algunos escritos míos en el CÓRDOBA. Mi sueño era que mis hijos Elio y Rafael estudiaran Enfermería. Cuando aquel teniente coronel Tejero de los cojones dio su golpillo de Estado, en la noche aquella me dieron de hostias unos fascistas de Fuerza Nueva que rodeaban la sede del periódico en La Torrecilla, con la simpatía de la policía. Al día siguiente me llamó el administrador a su despacho y me dijo “Sepa usted que a los comunistas no puedo verlos, pero los anarquistas me hacen vomitar”. Yo le dije: «A usted lo va a castigar Dios nuestro Señor por ser tan cabrón». «¡Fuera de mi despacho!», gritó el de Hacienda. H