En Mariúpol, en un escenario de pesadilla transcurre la vida cotidiana con los más atrevidos o los más desesperados aventurándose al exterior en busca de comida. Sin agua corriente ni calefacción ni electricidad solo el fuego ofrece algo de calor. Los edificios fueron bombardeados, al igual que el teatro, en cuyos sótanos se refugiaban más de 1.000 personas, de las que 130 fueron rescatadas; del resto nada se sabe. Es difícil recibir noticias porque tampoco funciona Internet ni la línea telefónica. Son más de dos semanas sin noticias en una espera angustiosa. Con entereza admirable, Olga asegura que no se permite el llanto. Solo llorará, dice, cuando encuentre por fin a sus padres y abuela y que serán, entonces, lágrimas de felicidad.