El último bombardeo indiscriminado sobre Kiev sonaba a bombazo. Un impacto que perfora el hormigón abriendo en canal este edificio. Revienta las ventanas de los pisos más altos y llena de escombros habitaciones y cocinas provocando un muerto. La madre del ucraniano de la imagen. Es el alto precio que están pagando cientos de miles de ciudadanos. Putin ambiciona la capital y esa onda expansiva se traduce en un hostigamiento sistemático que se ceba en la población civil. Sin embargo, su moral, lejos de evaporarse, se acrecienta. "Estoy furioso", dice Sergey, ahora sin vivienda por este último bombardeo que documenta la policía. Los bomberos de Kiev están extenuados. No hay descanso en tiempos de guerra ni tampoco asomo de derrotismo. Las masacres son impredecibles, también indiscriminadas. El temor a morir atrapado en un bombardeo es ya una sensación cotidiana. Por eso vemos a vecinos que se agrupan para retirar los cristales de esta escuela. Un daño colateral del ataque. Como ellos, cientos de miles de civiles ucranianos siguen con sus vidas alteradas por la invasión en una capital hoy ya sin toque de queda.