La carrera de María de los Ángeles Rozalén (Albacete, 1986) es un caso atípico. Pasó de formar parte del circuito de cantautores alternativos a firmar con Sony y sellar así su entrada en el star-system musical español. Desde entonces, ha publicado tres álbumes sin renunciar a las letras comprometidas. El último, Cuando el río suena… (2017), donde relata episodios de su historia familiar, que resulta ser algo compartido por muchas familias.

—‘Cuando el río suena...’ es su álbum más reflexivo. ¿Le costó componer esas canciones?

—Este álbum es súper íntimo porque canto la historia de mis padres, la de mi abuela… ¿Y, qué hay más personal que eso? Componer estas canciones ha sido un acto de valentía para mí. Pero, antes de hacerlo, he tenido que convencer a mi familia porque hablo de temas tabú como la memoria histórica, el celibato en la Iglesia o la fundación de ETA.

—¿Qué le inspira al componer?

—El amor y el desamor inspiran que te mueres, porque cuando rompes con tu pareja las canciones salen como churros. Pero yo vengo de la psicología social y estoy atenta a lo que pasa a mi alrededor. A mí me inspiran millones de cosas. Soy hipersensible y siento un gran compromiso social. A mí eso de comer mientras ves el telediario me parece cínico.

—Muchos artistas rehúyen las historias personales en sus trabajos. No es su caso. ¿Por qué?

—Yo respeto el trabajo de todo el mundo, pero a mí es lo que me sale. También he hecho canciones donde tiro de imaginación como Berlín o Comiéndote a besos, que habla sobre el VIH. Pero es cierto que cuando uno cuenta lo suyo… Cuando yo canto la historia de mis padres o de mi abuela, siento muchísimas cosas, no hay mentira en lo que digo.

—En su canción ‘Justo’ habla de los desaparecidos de la guerra civil y la memoria histórica. La letra dice: «Si no curas la herida duele, supura, no guarda paz».

—Cuando empecé a escribirla, aún no habíamos encontrado la fosa de mi tío abuelo Justo. Tenía ganas de cantar lo que mi abuela me había explicado desde niña y el calvario que supuso para ella. En mi familia hubo gente que desapareció y yo tengo la obligación de contarlo y defenderlo.

—¿Le ha acarreado críticas?

—Cuando alguien me critica por eso, ya me río. Si hay alguien que no se alegra de que una familia encuentre a un miembro desaparecido, entonces creo que el problema lo tiene él. De hecho, mira la que están liando por querer desenterrar a un dictador de un sitio donde no tiene que estar. Más lógico, imposible. La puerta violeta relata un caso de violencia machista y defiende la importancia del feminismo. Hemos dado muchos pasos adelante, pero también hay casos donde vamos para atrás, como con las letras de las canciones donde a las mujeres nos tratan como objetos sexuales o en la publicidad. Para mí el feminismo es la única revolución de amor de la historia. Nuestra generación está cambiando las cosas.

—¿Se puede cantar sobre cualquier tema por duro que sea?

—Yo creo que tengo algo que hay otros grupos que no tienen: el respeto. Muchas veces las formas te quitan la razón. Yo le doy mil vueltas a las letras para que no haya frases que puedan molestar. Por ejemplo, cuando canto El hijo de la abuela, donde hablo sobre el nacimiento de ETA, lo hago con respeto. A mí me han llegado a llamar proetarra, pero yo no hago apología del terrorismo. A veces creo que si realmente dijera lo que pienso ya me habrían quemado.