Hace justo un año, habría sido imposible imaginar que el todopoderoso productor Harvey Weinstein acabaría en el estrado de los tiempos convertido en el icono del depredador sexual. Pero ocurrió. El pasado 5 de octubre, al diario 'The New York Times' le bastaron 10 palabras -«Harvey Weinstein pagó durante décadas para ocultar sus abusos sexuales»- para empezar a levantar la tapa de ese pozo ciego inconmensurable que son las violencias sexuales.

El resto de la historia ya la conocen. La actriz Alyssa Milano reactivó en Twitter una vieja campaña animando a que las víctimas de las agresiones -esa espiral de violencias que van desde el acoso callejero y laboral hasta la violación y la muerte- usaran el 'hashtag' #MeToo. Y de las redes fue brotando un hilo de testimonios que pronto se convirtió en géiser y que, solo en EEUU, se ha materializado en decenas de sumarios contra señores poderosos de Hollywood, la televisión y la judicatura; en nuevos protocolos antiabusos en en empresas, el cine y la moda, y en una nueva conversación que ha hackeado los silencios y clichés -en el trono de todos ellos: la culpabilización y la desacreditación de las víctimas- que durante siglos han estado apuntalando la llamada cultura de la violación.

¿DÓNDE ESTÁN LOS HARVEY WEINSTEIN LOCALES?

Que la auditoría del fenómeno en España no presente muescas tan gruesas no tiene una sola explicación. Cuando a juristas, activistas y sindicalistas se les pregunta «¿dónde están aquí los Harvey Weinstein?», coinciden en contestar que la precariedad, la vergüenza y, sobre todo, el temor a no ser creídas, tanto entre allegados como en los tribunales, aún hacen que muchas veces las posibles denuncias se queden entre la porquería de debajo de la alfombra.

"Además, los puntos de partida entre Europa y EEUU son diferentes: aquí queda mucho por hacer, porque en la implementación de políticas de igualdad la falta de recursos económicos y humanos es endémica, pero en cuestión de protocolos y estructuras institucionales en esta materia, EEUU parte del desierto", apunta Tània Verge, politóloga y directora de la Unitat d’Igualtat de la Universitat Pompeu Fabra. Y luego, claro, está Hollywood y su fabuloso entramado de poder. La misma maquinaria que durante décadas sirvió para silenciar abusos, llegado este 'yo acuso' -que empezaron, recordemos, un puñado de secundarias y amplificaron luego las redes-, ha dado altavoz y autoridad a las denuncias, también seguramente escalfadas por el efecto de tener un presidente que compra el silencio de amantes y se jacta de «coger a las mujeres por el coño».

CORTOCIRCUITO CULTURAL

Aun así, el aterrizaje del #MeToo en la pista local -redoblado por el juicio de 'La manada' y la eclosión feminista del 8-M- no ha sido menor. Como en tantas otras partes del mundo, miles de mujeres han contribuido a este cortocircuito cultural al ponerse a hablar, con hartazgo y a menudo de forma intuitiva, de diferentes experiencias de abuso que, de tan naturalizadas, a veces ni habían identificado. No, aquello no solamente les había pasado a ellas. Y no, no era culpa suya. Boom.

Verge pone así las coordenadas de este cambio en marcha. La primera: «Se ha hecho visible la magnitud de las violencias sexuales en la vida cotidiana de las mujeres, que se dan en todos los ámbitos y en todas las edades». La segunda: «Ha tenido un efecto multiplicador de apoyo al feminismo entre las más jóvenes -¿recuerdan a toda las chicas de la facción chandalera del 8-M, que desfilaban con el nervio de sus 15, 16 y 17 años?- que igual aún no han vivido en su propia carne las desigualdades derivadas de la maternidad o el mercado laboral, pero sí han sufrido ya alguna violencia de este tipo». Y la tercera: ha circunscrito el fenómeno al marco de las relaciones y los abusos de poder de género: «Ha quedado claro que estas violencias se dan porque quienes las ejercen tienen una estructura social detrás que no les ha parado los pies y les ha permitido ser impunes -apunta- . Las desigualdades producidas por la ideología patriarcal impregnan todas las estructuras sociales, políticas y económicas. Y el #MeToo y otras campañas han evidenciado que esto va de poder y, cada una a su manera, han servido para romper la falacia de la igualdad».

CAMBIOS LEGISLATIVOS

¿Y qué hacía el Gobierno mientras miles de mujeres documentaban esta memoria colectiva de violencias y opresiones a través de hashtags locales y gremiales como #Cuéntalo y #SerActriuÉs o #SerPolíticaÉs? Pues lo cierto es que, durante meses, toda esta ola... se ha estado estrellando contra el muro gubernamental. Tras el recorte del PP de las partidas destinadas a Igualdad, en septiembre del 2017 se firmó el Pacto de Estado contra la Violencia de Género. El acuerdo, que incluía 200 medidas de las que ninguna se había puesto en marcha seis meses más tarde, no contó con dotación económica hasta agosto, ya con el PSOE en el puente de mando de la Moncloa.

El nuevo Gobierno también se ha comprometido a abordar las violencias sexuales, un foco de violencias aún oculto: se estima que el 80% de casos se dan en el entorno de confianza y que, de estos, apenas afloran el 20%. Así, antes de fin de año, la legislación incluirá como violencia de género no solo las agresiones que se dan en el ámbito de la pareja o expareja, sino todas las que sufren las mujeres por el hecho de serlo, también las sexuales, de acuerdo con el Convenio de Estambul, firmado, atención, en el 2011. El nuevo expediente gubernamental también estudia revisar la diferencia penal entre abuso y agresión (con el argumento de que el acceso sexual contra su voluntad del otro siempre implica un grado de violencia), y modificar la tipificación del consentimiento, uno de los grandes melones abiertos con el #MeToo y 'la manada', para que este deba ser explícito.

DEL 'NO ES NO' AL 'SÍ ES SÍ'

La abogada Carla Vall está de acuerdo con que el consentimiento "se genere en positivo". Y lo está porque la evidencia forense internacional apunta a que, a menudo, las víctimas entran en 'shock', se paralizan y no pueden decir que no, y porque, al fin y al cabo solo un sí, asegura, debería abrir la compuerta al otro. Sin embargo, las juristas especializadas en violencias machistas, asegura Vall, no depositan «grandes expectativas» en las reformas legislativas. ¿Saben por qué? Porque sin una formación transversal que logra obrar «el cambio de mentalidad que ya se está dando en la calle y que aún es anecdótico en los tribunales», se seguirá desacreditando a las mujeres, tanto cuando piden medidas de protección, como cuando, en los procesos por violencia sexual -«una auténtica carrera de obstáculos»- la defensa cuestiona una y otra vez «cómo es y qué hizo la víctima para llegar hasta ahí».

Ya conocen el estribillo. Cómo viste. A qué se dedica. Si tiene muchas o pocas relaciones. «Al final, se acaba validando un solo tipo de víctima, un perfil que parece que merece protección». Y si algo nos ha enseñado el #MeToo, apunta Vall, es que la realidad, tozuda, es una trituradora de clichés. «Las mujeres con voz pública que han denunciado han desdibujado el viejo perfil de víctima: con ellas hemos visto que cualquiera puede serlo y que las violencias se dan de maneras muy diferentes -asegura-. También hemos descubierto que los agresores lo son en base a su poder y que todas las historias que no han sido creídas podrían ser ciertas. Ahí se ha obrado un cambio de paradigma».

TRAPOS SUCIOS Y MASCULINIDAD

¿Y cómo está afectando a la masculinidad todo este destape de trapos sucios del patriarcado? La politóloga Tània Verge cree que un grueso de hombres están haciendo el esfuerzo de escuchar antes de opinar -«porque una experiencia que no vives en primera persona o la escuchas o no la entenderás nunca»- y han empezado a revisarse. «No hace falta que hayan sido agresiones graves, a menudo son menosprecios, invisibilizaciones o relaciones en las que ha pesado más la voluntad de uno que la de la otra persona». Las resistencias, no obstante, recuerda la politóloga, son una constante a lo largo de la historia en los grupos que no sufren un determinado tipo de opresión -ya sea de género, clase, raza o capacidad-, porque, directamente, no la ven. Ya saben el viejo dicho: cuando una mujer negra se mira al espejo ve a una mujer negra; una mujer blanca ve a una mujer, y un hombre blanco, a un ser humano. «El privilegio es invisible para quien lo tiene. Además, aquí estamos tocando hueso, porque todo lo que tiene que ver con el poder se conquista, cuesta mucho que quien lo detenta lo ceda graciosamente».

Sin embargo, sí hay cierta impresión de que algo se está resquebrajando bajo nuestros pies. Y no solo por ese mensaje de «andaos con cuidado» que, según la antropóloga Mercedes Fernández Martorell, se ha lanzado a todos aquellos que se sentían impunes. «El #MeToo, como la reacción a ‘La manada’ y el 8-M, indica que hemos llegado a un lugar de no retorno en el que ya no sirve mirar hacia otro lado y en el que lo que antes era tolerable ya no lo es», asegura Ritxar Bacete, especialista en nuevas masculinidades.

38 ASESINADAS Y UNA VIOLACIÓN CADA SEIS HORAS

En su opinión, la mayoría de hombres están viviendo «con cierto desconcierto el cambio de las reglas del juego que antes eran válidas para nuestra satisfacción». Sin embargo, el mayor desafío que pone sobre la mesa apunta hacia los más jóvenes y la coeducación, la eterna asignatura pendiente. «La nueva era del #MeToo tiene un rostro femenino, de chicas poderosas y herederas de las transformaciones de sus madres y abuelas, pero ¿dónde están los referentes alternativos para que los nuevos códigos lleguen a los chicos? ¿Dónde están los futbolistas gays? Las violencias machistas no son un problema de las mujeres, son un problema de los hombres».

No son precisamente preguntas retóricas las que arroja Bacete. «Las niñas se están socializando con modelos poderosos y transformadores, y los niños, en cambio, aún están expuestos a los mandatos rígidos y tóxicos de la masculinidad tradicional -apunta-. Esto es una disonancia cognitiva y, si no lo remediamos, se estará larvando el conflicto del siglo XXI».

Y con esta advertencia acabamos esta suerte de auditoría del #MeToo que, desgraciadamente, no ha servido para evitar que cada día se denuncien cuatro agresiones sexuales -repunte que los expertos relacionan con una mayor concienciación- ni que este año hayan sido asesinadas 38 mujeres y tres menores.