Puede que la prensa y el público celebren las alegrías de los famosos, pero tampoco les hacen ascos a sus desgracias: el infortunio de las celebrities ejerce de balanza para el ánimo de sus seguidores, que les envidian y agradecen que, de vez en cuando, les suceda algo desagradable. En ocasiones, incluso, las desgracias sirven para ponerle cara a alguien que te sonaba (o no), pero no sabías qué pinta tenía: véase el caso de Harvey Weinstein, que ha pasado de anónimo productor cinematográfico a Cerdo Máximo de Hollywood desde que le acusaron de propasarse con un montón de actrices durante años. No es el caso de Shakira Isabel Mebarak Ripoll (Barranquilla, 1977), la cantante colombiana cuyo espléndido físico (¡y sus gorgoritos!) son conocidos urbi et orbi.

Lo que concita el morbo en torno a su persona es el hecho de que, hasta ahora, su vida parecía un cuento de hadas, un sueño hecho realidad, y ahora se han descubierto algunas grietas en el relato sobre las que la prensa del corazón y la otra -¡hay para todos, chicos!- se han lanzado como fieras.

Malos informes

Los informes más catastróficos hablan de una dolencia en las cuerdas vocales que puede afectar (o no, Adele quedó estupendamente después de la operación) a sus inconfundibles trinos quebradizos; de una crisis conyugal tremebunda con su futbolista de cabecera, Gerard Piqué -se nos debería haber ocurrido un alias conjunto, como el Brangelina de Brad Pitt y Angelina Jolie, pero me temo que Shakipiq suena fatal- y de una posible evasión de capitales, tasada en cerca de 32 millones de euros aparcados en Malta, según se dijo tras la publicación de los Paradise Papers.

No se sabe hasta qué punto se dan exageraciones en estos asuntos, pero es indudable que el público que tanto la quiere y que tanto celebraba su existencia ideal se lo está pasando pipa con sus problemillas. Puede que haya alguien, incluso, que se sienta aliviado y vuelva de mejor humor a su existencia inane después de enterarse de una nueva desgracia de su ídolo. La condición humana es la que es, amigos.

Gira anulada, posible intervención quirúrgica, llorera en una crepería de Barcelona ante los niños porque Piqué ha vuelto a llegar tarde, tristeza por la muerte del modisto Azzedine Alaia, problemas con la justicia por un quítame allá esos Papers… Los que le tengan manía a Shakira se deben de estar poniendo las botas, pero si le echamos un vistazo a su carrera, llegaremos a la conclusión de que hacen falta desgracias más gordas para hundirla: esta mujer ha tenido el triunfo en la cabeza desde la noche en que su padre la llevó a un restaurante libanés y ella, a la tierna edad de cuatro años, se obsesionó con la danza del vientre en particular y por la música, en general.

Shakira ya existía antes de ser la Shakira que todos conocemos: grabó su primer disco a los 14 años, aunque no lo compró nadie y es actualmente inencontrable. No la quisieron en el coro de la iglesia de la escuela católica a la que acudía -suponemos que a sugerencia de su madre, de origen catalán- por culpa de su tono de voz, que se le antojó al cura de turno demasiado estridente, aunque luego fuese ese tono, ese quejido roto, el que la hiciera mundialmente famosa.

Logró triunfar

No era fácil convertirse en una estrella global saliendo de Barranquilla -o de Bogotá, da igual- y lo más normal era que se hubiese quedado por el camino o que, a lo sumo, hubiera triunfado a nivel local o a nivel hispano. Pero ella lo consiguió: se puso a cantar en inglés, idioma que no dominaba, y se benefició de una de esas extrañas adopciones que se marcan a veces los gringos con gente que les hace gracia.

En un tiempo razonablemente breve, Shakira se convirtió en una estrella global, con 70 millones de discos vendidos, 100 millones de seguidores en Facebook -récord que comparte únicamente con el futbolista Cristiano Ronaldo-, duetos con Pitbull o Rihanna, giras mundiales con todo el papel vendido y hasta una fundación propia, Pies Descalzos, para hacer el bien entre los niños pobres de Latinoamérica. No está nada mal para una chica de Barranquilla, ¿verdad?

Nada hay de sorprendente o renovador en sus propuestas musicales, pero eso no parece tener la menor importancia. Lo mismo ocurre con Madonna o Lady Gaga: todas son mujeres que han apostado fuerte por ellas mismas y les ha salido bien. En el caso de Shakira, es poco probable que las desgracias que ahora la afligen consigan tumbarla: la niña va lanzada desde que tenía cuatro años.