No estaba ayer la tarde para comprar un libro con calma. Al menos en la Casa del Libro de Barcelona, que se vio sacudida por un wakaterremoto con la presencia de Shakira y Gerard Piqué, que acudieron a la presentación de Dues vides (Dos vidas) , la primera novela de Joan, el padre del central del Barça.

El defensa azulgrana llegó junto a su novia en su coche. Salir del vehículo fue una heroicidad, por el gentío, aunque a ello contribuyeron los seis mossos que aguardaban en la calle. Luego, la entrada al local se convirtió en una carrera de obstáculos para fotógrafos y cámaras de televisión, que recorrieron toda la tienda sin tirar al suelo ni un solo ejemplar. Todo un milagro.

Hubo dos que fueron más listos y, aprovechando el revuelo, se colaron por un lateral a toda carrera. Eran Carles Puyol y Cesc Fàbregas, cuyo esprint hizo temer a más de un culé por una lesión muscular. Por suerte, el trayecto era corto.

El periodista Jordi Basté, reciente premio Ondas, presentó la obra. "Mi padre ha hecho una novela y no la he podido dejar de leer", le dijo el central al periodista hace unos meses para que leyera la ópera prima de su padre. "Es un libro para los que viven en el estrés y para los que disfrutan con los culebrones. Y lo bueno es que está escrito por alguien que no es escritor", apostilló Basté, mientras los flases iluminaban la abarrotada sala cada vez que Gerard y Shakira, cogidos de la mano, cuchicheaban. Lo que hubieran dado algunos por pillar una sola palabra.

Joan Piqué, emocionado, dedicó la obra a su padre, ya fallecido --"cuando Gerard empezó a triunfar en el fútbol, nos dejó"-- y a su esposa, Montse, en primera fila junto a Helena Rakosnic, esposa del presidente de la Generalitat, Artur Mas. Por una esquina cerraba la zona noble Marc, hermano pequeño del jugador, y por la otra, Puyol, Cesc, Manel Estiarte y Paco Seirulo, preparador físico del Barça. Completaban la platea directivos del club y amigos.

"Skaki, te queremos tanto como te quiere nuestro Gerard", le soltó el suegro. Al final, la pareja volvió a su coche para marcharse. Detrás del vehículo, un conductor no paraba de tocar la bocina. Era Cesc, que se partía de risa.