Solo hay que hacer un pequeño ejercicio de imaginación para recrear la Peñíscola del siglo XIV, cuando su castillo-fortaleza se alzaba solitario sobre el Mediterráneo, protegido por la altura del peñón donde se asienta y sus gruesas murallas medievales. Una imagen épica que ahora ya es historia, pero hay algo que no ha cambiado: desde lo alto de la fortaleza se siguen teniendo las mejores vistas del entorno.

Primero hay que acceder al casco antiguo por el Portal de Sant Pere, antigua entrada a la ciudad amurallada, y comenzar a callejear por sus calles empedradas cuesta arriba, hasta llegar a las puertas del Castillo de Peñíscola, que puede ser visitado con o sin guía, al igual que el Parque de Artillería, que rodea la fortaleza por su parte marítima. Una vez se han conocido las distintas estancias, desde el centro del patio arranca una estrecha escalera que conduce a la atalaya.

Panorámica espectacular

Desde allí se divisa el Maestrazgo costero, con las estribaciones de la Serra d'Irta y las vecinas ciudades de Benicarló y Vinarós en un llano fértil y marítimo. Y se puede distinguir perfectamente la pequeña península en la que se asientan castillo y población amurallada, para dar luego paso a una larga costa con todo tipo de playas y calas. Una información privilegiada, especialmente en verano, cuando nada apetece más después de una visita cultural que darse un buen chapuzón.

Las playas más accesibles son las urbanas: la inmensa playa norte, de cinco kilómetros de largo de arena fina, y la playa sur, donde se encuentra la estación Naútica Benicarló-Peñíscola. Y para los que prefieren algo más de tranquilidad, a lo largo de la costa se despliegan calas y playitas de rocas como Basseta, Irta, La Petxina, Santa Lucía y Torrenova, entre otros lugares de excepción para mirar de frente al Mediterráneo.