Tuvo muy mala suerte y quizá tú no ayudaste. Era su primer viaje en bici con alforjas y ya en la primera noche, tras una etapa sencilla pero cargada de cielos nublados desde Ponferrada, y lluvia en la llegada, le hiciste cambiarse en el cuarto de baño de un bar de Cerredo, y una vez calentado el cuerpo, sin margen para que se hiciera ilusiones, le alejaste de los cafés y las infusiones, de la comodidad, y le obligaste a volver a salir a la calle, donde seguía el chirimiri, subir a lo alto del pueblo y montar la tienda de campaña en el soportal de una iglesia.

Javi y Pepe, por las duras rampas que esconde la Sierra de los Ancares, en Lugo.

No sé cuánto durmió, la lluvia no molestaba, pero sus gotas se distinguían en las farolas anaranjadas que decoraban la pequeña plaza. Javi no protestó, tampoco cuando tuvo que empezar a pedalear al día siguiente y al kilómetro ya estaba empapado, subiendo y bajando por carreteras resbaladizas y un sinfín de curvas entre Asturias y Lugo. Tampoco emitió un solo gruñido cuando a las diez de la noche seguíamos buscando un lugar donde acampar en Navia de Suarna, con una tromba de agua sobre nuestras cabezas.

Parte final del puerto de Ancares, al pasar Pan do Zarco, en dirección a Castilla - León.

Así tuvo que afrontar el muchacho uno de los puertos más duros de España, Ancares, entre Murias y Pan do Zarco, la vertiente más cruel, seis kilómetros de infierno, pendientes continuas que bordean el 15%, que llegan al 20%, que no dan respiro, cuatro metros de anchura. Se le va el aliento, la respiración, casi no puede hablar, se retuerce, prefiere no mirar los carteles, tampoco al fondo, le sobra todo el peso de las alforjas, desearía no haber echado aquellos gramos de más que en su casa parecían insignificantes pero que ahora siente como plomo. No sé si pensará en sus hijos, en la playa, en lo que le llevó aquí, pero a golpe de riñón se planta en la aldea Pan do Zarco, un bucólico lugar donde los perros se amodorran plácidamente en los prados, junto a las pallozas y una fuente que sabe a manantial. Un espacio recóndito al que hasta hace poco no llegaba el asfalto, solo el ganado para aprovechar los inmensos pastos. Aún no ha terminado el puerto pero la sangre vuelve a su lugar, la montaña te deja que la mires, te regala un tramo cómodo, te puedes volver a sentar. El valle se va abriendo conforme ganas altura y culmina en la provincia de León, a 1668 metros de altura. Hace 14 kilómetros estabas a 500, insensato, ingenuo.

Vista de la Sierra de Ancares, a la altura de Murias, desde el mirador del río Balouta, justo antes del cruce hacia Pan do Zarco.

Vista de la Sierra de Ancares, a la altura de Murias, desde el mirador del río Balouta, justo antes del cruce hacia Pan do Zarco.

No sé si te merece la pena estas vistas, el pico Cuiña, la Cruz de la Cespedosa; no sé si te sirve de consuelo que comparen a este puerto con el Mortirolo italiano, el terror de los terrores, ni si te compensará una noche en un hotel rural de Piornedo, otra aldea gallega en la que uno podría empezar una vida si quisiera retirarse del mundo. No sé si será suficiente.

Estuvimos varios días más dando vueltas por Galicia, dejó de llover, pero aparecieron los mosquitos, hubo cámpings, pero también una noche en un polvoriento secadero de chorizos, el de los abuelos de Lorena, la chica que en La Baña, provincia de León, le echaba una mano a sus padres en el único bar abierto, el que nos devolvió a la realidad con un partido de Supercopa entre el Sevilla y el Inter, tras siete días de carreteras deshabitadas.

No te quejaste, Javi, pero no volvimos a sacar el tema.