Aún estoy cubierto de nubes y gotas. Si supiéramos que el final se acerca, quizá daríamos más besos. Nos gusta cambiar cuando ya es tarde. ¿Por qué esperar para atrapar la esencia de las personas, de los lugares? ¿Hay miedo a descolgar un teléfono? No es siempre falta de tiempo, a veces es ausencia de valor.

Jorge, con su furgoneta de fruta en Bolea (Huesca).

Se pueden transformar las relaciones, y también los espacios. Es posible ser feliz más de una vez en un mismo sitio. Por eso nada tiene de malo volver. Crear nuevos significados. Es lo opuesto a la melancolía, que te paraliza. Volver, no para quedarse quieto, sino para continuar la acción. Te darás una doble satisfacción.

Rocío, en Alcubierre, en la comarca de Monegros (Huesca)

Rocío, en Alcubierre, en la comarca de Monegros (Huesca)

Qué pena no saber en el momento que una persona te va a voltear la vida. Con 25 años estudiaba fotografía en Huesca y mi profesora Eva nos mandó a principio de curso hacernos un autorretrato en vídeo, con la ayuda de un compañero. Yo decidí hacerlo solo y muchas tardes me iba al mirador de Bolea, a 20 kilómetros, para grabar planos, pero otras no sacaba la cámara y simplemente me quedaba en un banco leyendo, otras veces mirando a la llanura de la Hoya de Huesca, otras a la montaña que se eleva tras el pueblo. A mitad de curso Eva sufrió un accidente, se dio de baja y yo perdí la ilusión por el autorretrato, pero no por las tardes en el mirador. Me solía quedar hasta tarde y cuando ya me entraba frío, me tomaba un colacao en el bar y volvía a casa, aunque lo que realmente sentía es que me estaba yendo de ella. Hay historias que dejamos incompletas.

India, Eva, Lorenzo y Javier, el lunes 26 de julio del 2021.

India, Eva, Lorenzo y Javier, el lunes 26 de julio del 2021.

Atravieso los Monegros, una parada, Alcubierre, una camarera, Rocío, un almuerzo, torrezno, huevos y patatas, una botella de vino peleón, otra parada porque me estoy durmiendo en la bici, merienda en casa de Eva. Su voz sigue sonando tan armónica como hace doce años, cuando me quedaba embobado escuchándola en clase. El patio donde le hice la primera foto cuando por fin me invitó a pasar, la habitación que están haciendo tras la llegada de Javier e India. No me puedo quedar, pese al festival de frutos secos y chocolate que hay sobre la mesa, y pedaleo rápido para llegar a Bolea antes de que se vaya el sol, porque sé que no será la noche más espectacular, pero sí la que más me hará sentir. Subo al mirador cargado con los melocotones que me acaba de regalar el frutero Jorge y allí sigue todo, el banco, la colegiata, la recta interminable en miniatura. Imito el autorretrato que me hice y añado tres: duchándome, leyendo, cocinando. Puede que algún día me canse de la bici, de dormir a la intemperie, de escribir, pero nunca me agotaré de la fotografía. Y en este sitio, cuyo cielo no había visto de madrugada, es donde nació mi fotografía.

Atardecer desde la colegiata de Bolea, en la Hoya de Huesca, el lunes 26 de julio del 2021.