Hubo un tiempo en el que el si se fijaba en ti el sello discográfico Chapa discos era como si George Martin, el popular manager de The Beatles, te hacía una llamada flexionando el dedo índice para que lo siguieras. Si te decía ven, lo dejabas todo. La banda cordobesa Mezquita fue una de esas señaladas por el puntero de Vicente ‘Mariscal’ Romero, uno de los benefactores que más han hecho por el crecimiento del rock en nuestro país. Bloque, Asfalto, Tequila, Moris, Mermelada, Leño, Ñu, Kaka de Luxe, Topo, Cucharada, Wyoming con Paracelso, Obus o Barón Rojo son historia indeleble en la memoria colectiva rockera gracias a Mariscal y a su buen ojo clínico para apadrinar talentos. Y uno de ellos fue Mezquita.

Muchos se extrañarán ahora de que ofrezcan un ADN cuarentón cuando vienen de más lejos. De hecho, hay a quien le gusta seguir llamando a Mezquita por el nombre con el que se dio a conocer en su génesis, Expresión, allá por los setenta, antes incluso del jurásico de lo que después vino a ser el boom del rock andaluz. Expresión era puro rock y su cambio de identidad a Mezquita vino acompañado de una metamorfosis en la que, sin ceder a sus reconocibles riffs, la banda ganó sin embargo en sonidos sinfónicos y progresivos. Con matices legados de la reminiscencia de Al Andalus. Mezquita era, y es, rock andaluz, sinfónico, árabe, flamenco y jazzístico.

No olvido cuando cayó en mis manos Recuerdos de mi tierra , el primer LP de Mezquita. Fue en el año 1979. Era uno de mis primeros vinilos. Me reconozco admirador de Expresión. En Córdoba abrió los oídos hacia al rock a más de un quinceañero de entonces, harto de las machaconas canciones y coplas de la radio comercial. Lo adquirí en Fuentes Guerra junto al primer larga duración de Medina Azahara, también llamado así. Otra joya. Vinieron al mundo discográfico como hermanos siameses. El rock siempre ha tenido algo de tremendista, y la carátula del neófito disco de Mezquita lo reflejaba. Como en la escena final del Planeta de los Simios en la que Charlton Heston se da de bruces con una estatua de la Libertad semienterrada en la arena, Mezquita se anunciaba al mundo por vez primera con una Córdoba devorada por la apocalipsis, al borde de ser tragada por la nada de la Historia Interminable de Ende. Y aquí estaba el rock para salvarla.

Pocos días después, tuve una experiencia en la calle Cardenal González con el bizco de los patios, protagonista de uno de los temas que componían ese incunable trabajo. Una voz desde un balcón nos gritaba «correr, que como ese os pille...», y yo aceleraba las piernas lo más veloz que podía sin mirar hacia atrás mientras que en mi interior se repetía en bucle la canción que le dedicó Mezquita a Paco ‘el bizco de San Francisco’, tal vez enganchado, pero con más leyenda que peligro.

El caso es que la vida está concebida para que cada momento tenga su canción, y en los ochenta muchos de estos tienen el rock de Mezquita como hilo musical. ¿Y la Córdoba ‘¿post?’ Covid?. También. Se lo está poniendo el rock. Primero fue Medina Azahara, después 091 y anoche Mezquita. Viejos rockeros, los inmortales. La coartada, el 40 aniversario de aquel Recuerdos de mi tierra (después le sucedió Califas del rock ) que contribuyó a posicionar a Córdoba en el mapa del llamado rock andaluz. ¿Y qué era ese movimiento si no la voz de un pueblo que pedía dignidad y libertad desde el escaparate más rebelde como es el rock? Recuerdos de mi tierra, El bizco de los patios, Desde que somos dos, Ara buza, Suicidio o la Obertura en si bemol sonaban hace 40 años con Randy López, Rafael Zorrilla ‘Pelucas’, José Rafa García y Roska López en la banda. Ya no está ‘Pelucas’, se les ha sumado el batería Eduardo Viñolo. 40 años después Mezquita demostró en La Axerquía que conserva su esencia y cumple con el dogma de la inmortalidad rockera. Larga vida.