FERIA TAURINA EN MADRID

Una vibrante y espectacular "victorinada" pone el cierre a un gris San Isidro

El duelo de Paco Ureña con el vareado primero, al que se enfrentó desesperadamente, rozó la tragedia, que no llegó a producirse

El diestro Paco Ureña tras la lidia del segundo de los de su lote, este domingo, en Madrid.

El diestro Paco Ureña tras la lidia del segundo de los de su lote, este domingo, en Madrid. / Borja Sánchez-Trillo / Efe

Paco Aguado (Efe)

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Ganado: seis toros de Victorino Martín, todos cinqueños y, salvo el vareado primero, también de un imponente trapío, especialmente los dos últimos. Dieron un juego muy variado dentro de su alto tono de casta, desde el sentido y la falta de entrega de primero y quinto hasta la bravura profunda y enclasada del cuarto y la emotiva raza del sexto.

Paco Ureña: estocada contraria y descabello (gran ovación tras aviso y petición de oreja); pinchazo y estocada delantera (oreja tras aviso); estocada corta trasera (palmas tras aviso).

Emilio de Justo: estocada algo tendida (vuelta al ruedo tras aviso y petición de oreja); estocada caída trasera (silencio tras aviso); dos pinchazos y estocada delantera desprendida (silencio tras aviso).

Cuadrillas: Germán González destacó picando al cuarto.

Incidencias: Corrida de la Asociación de la Prensa de Madrid, con asistencia del Rey Felipe VI desde una barrera del tendido 9, acompañado del ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta; el presidente de la APM, Juan Caño, y el torero retirado Paco Ojeda. Vigesimotercer y último festejo de abono de la feria de San Isidro, con cartel de "no hay billetes" en las taquillas (22.964 espectadores, según la empresa) en tarde tormentosa y con viento.

Una corrida de muy serio trapío y de casta desbordante con el hierro de Victorino Martín, y de la que solo Paco Ureña logró una oreja, puso fin hoy, en el festejo a beneficio de la Asociación de la Prensa y con el Rey Felipe VI en barrera, a la feria de San Isidro más gris de los últimos años.

En una tarde tormentosa y revuelta, los "victorinos" volvieron a aportar, un año más y como en sus épocas más gloriosas, la emoción que añade a la lidia la casta más encendida, que vino a acompañada además del tremendo trapío que lucieron casi todos los ejemplares de la divisa azul y grana.

Fue, por tanto, una corrida muy exigente para los toreros que la lidiaron mano a mano, ya fuera por las dificultades que, por falta de celo o el sentido, tuvieron varios de ellos, pero sobre todo por la raza desbordante de cuarto y sexto, que pedían una entrega total para estar a la altura.

Con ese panorama, Paco Ureña y Emilio de Justo hicieron un denodado esfuerzo, dentro de sus posibilidades, por sacar partido de los cárdenos cinqueños, solo que a ninguno les fue suficiente para conseguirlo como los animales merecieron, y especialmente esos dos toros estrella del encierro.

Los momentos más aplaudidos los lograron ambos toreros por la vía de la épica, como le sucedió a Ureña con el vareado primero, el de más peligro y sentido, al que se enfrentó desesperadamente en un duelo en el que rozó una tragedia que, afortunadamente, no llegó a producirse, a pesar de que el "victorino", en una de sus constantes y aviesas coladas, prendió al de Lorca hasta en dos ocasiones.

En la primera, le derribó y le tuvo a merced contra la arena durante unos largos y angustiosos segundos, y en la segunda, cuando se tiró a matar directamente entre los veletos pitones, le cogió por el pecho antes de desplomarse, lo que impresionó a un tendido que pidió por ello un trofeo que negó la presidencia.

Sin más consecuencias visibles que la paliza, la suerte siguió respetando a Ureña con un tercero manejable y humillador, al que abrió con buen aire una faena de altibajos por sus desajustes técnicos, pero que se premió con esa única oreja que ya no pudo doblar con el quinto, un toro reservón y de peligro sordo con el que, entre el viento y un escaso gobierno, también se libró de la cornada.

El lote más completo de tan auténtica "victorinada", el que ofreció un más claro y redondo triunfo, cayó en la bolita de Emilio de Justo. No tanto su primero, que tardó en romper a embestir, aunque lo hizo, y del que se le pidió también la oreja sin demasiado fundamentel, sino los otros dos, que llevaban en la punta de sus pitones, a cambio de poner toda la carne en el asador, la llave de un triunfo sonoro.

El cuarto lo ofrecía porque, con el hocico haciendo surcos por la arena, tuvo clase y profundidad a raudales en unas embestidas para sublimar el toreo, y el impresionante sexto porque, enrazado y empleándose a fondo cuando era exigido, fue toro para poner boca abajo esos tendidos que tenía totalmente embelesados.

Emilio de Justo no cejó nunca en su agitado empeño de intentar estar a la altura de ambos, solo que le faltó siempre, más aplomo y más mando en la muleta para, aparte la excusa del viento, sacar de uno más allá de algunos estimables muletazos sueltos y una única tanda ligada con aplomo del otro, que siempre impuso su ley sobre la arena.