EN LA MAESTRANZA

Sevilla ignora a un Morante antológico y avala a De Justo con un gran toro

El torero de la Puebla realizó sobre el albero dos auténticas obras de arte

Morente de la Puebla, en plena faena con su segundo de la tarde de este lunes en La Maestranza.

Morente de la Puebla, en plena faena con su segundo de la tarde de este lunes en La Maestranza. / Raúl Caro (EFE)

Paco Aguado (EFE)

FICHA DEL FESTEJO

 Ganado: seis toros de Hermanos García Jiménez (el 3º y el 1º, lidiado como sobrero, con el hierro de Olga Jiménez), muy bien presentados, con cuajo, seriedad y finas hechuras. En cuanto a juego, sobresalió el 3º, "Filósofo", de bravas y profundas embestidas, premiado con la vuelta al ruedo. También dieron buen juego, por nobles y claros, 2º y 5º. Los otros tres, escasos de raza y fondo.

Morante de la Puebla, de amaranto e hilo blanco: estocada trasera desprendida (ovación tras petición de oreja); estocada (oreja).

Alejandro Talavante, de blanco y oro: seis pinchazos (silencio); bajonazo y dos descabellos (silencio).

Emilio de Justo, de rioja y oro: estocada desprendida (dos orejas); estocada caída (silencio).

Cuadrillas: Miguel Murillo saludó tras banderillear al segundo.

La plaza: octavo festejo de abono de la feria de Abril, con el cartel de "no hay billetes" en taquilla (10.500 espectadores), en tarde calurosa

 El público que llenó este lunes la plaza de la Maestranza de Sevilla, ya tan cambiante y "global" como la mayoría, prácticamente ignoró y aplaudió de manera muy tibia una actuación antológica de Morante de la Puebla con un mal lote, y premió con holgura a Emilio de Justo, por debajo de uno de los toros del año.

No deja de ser extraña esta situación en un coso que siempre fue garante de las esencias del toreo, y menos aún ante un torero como Morante, que goza de miles de partidarios, que hoy pusieron el "no hay billetes" pero que, visto lo visto, parece que lo son más por pose que por convicción.

Porque la tarde que dio hoy el torero de la Puebla sobre el albero maestrante solo cabe calificarse de antológica, pues eso fue, toda una antología de la más clásica y eterna tauromaquia, lo que el sevillano desplegó ante dos ejemplares de García Jiménez muy bajos de raza, pero con los que creó dos auténticas obras de arte... para paladares muy bien educados.

Al sobrero que se jugó en primer lugar, afligido casi desde que lo saludó de capa, Morante le hizo una faena impensablemente, larga y consistente, sustentada en una técnica tan perfecta como oculta para el espectador, y consistente en el manejo perfecto de la altura del engaño para ayudar al animal a ir a más y a mejor.

En todo ese tiempo, a medida que quitaba su tendencia a puntear el engaño, fue sacando derechazos y naturales de intenso compás, solo con la cintura como eje y con esa difícil facilidad de los auténticos maestros del toreo.

El presidente le negó una oreja que tampoco se pidió con fuerza suficiente, como si allí no hubiera pasado nada, pero luego se la tuvo que dar del cuarto, tras una faena que, en otra Sevilla, en otro tiempo, hubiera sido de dos.

Porque esta vez Morante se sobró de todo: de valor, de torería, de firmeza, de naturalidad, de temple, de buen gusto y, sobre todo, de un intenso sabor añejo... con un toro que apenas tuvo medias arrancadas de sosa nobleza.

Con la montera calada, Morante le abrió con ayudados por alto recostado en las tablas una faena plagada de detalles y de guiños a la historia del toreo, tanto en lo fundamental como en la variedad de adornos con que la envolvió, siempre con reposo, asentados los dos talones en el ruedo y pasándose al ralentí, una y otra vez, los pitones del de García Jiménez por la mismísima bragueta.

Pero, fuera por la sosería del toro o porque, entre gintonics, corbatas, peinas y wasaps para citarse en la caseta, es más difícil distinguir el grano de la paja, la pureza de Morante apenas generó unas tibias palmas de aprobación y una displicente petición de oreja.

Justo antes se había vivido una situación muy opuesta, con un entusiasmo desbordado para pedir las dos orejas para Emilio de Justo por su actuación ante Filósofo, que va a ser, con toda seguridad, uno de los toros más bravos y destacados del año.

De hecho, fue el astado del hierro de Olga Jiménez, marcado con el número 13, el que puso el mayor porcentaje para que el cara a cara resultara tan vibrante, pues acudió incansablemente tras la muleta, arrancándose al galope, descolgando el cuello y rematando las embestidas mucho más lejos de donde las dejaba el torero.

De Justo, que no le volvió la cara, aprovechó sobre todo tan profundas inercias, dejando que fuera el toro el que marcara el ritmo y el trazo de los pases, una vez que, tras perder pie llevándolo al caballo, Filósofo le volteara con una ágil fiereza.

Tras la quinta tanda de muletazos, sin que el toro rebajara el diapasón para hacer vibrar a la plaza, De Justo se fue a por la espada con la sensación de que aún había para mucho más dentro de la honda lámina de un soberbio ejemplar premiado justamente con la vuelta al ruedo.

El triunfador numérico de la tarde no tuvo luego opción de sumar el tercer trofeo con el sexto, un toro a menos y al que tampoco él atacó, mientras que Alejandro Talavante se dejó escapar el lote más completo, por nobleza y calidad, de la corrida salmantina.

Aunque se gustó de capa a pies juntos con el segundo y le abrió el trasteo con unos excelentes y lentos muletazos con las dos rodillas en tierra, sus dos faenas pecaron de ligeras y poco comprometidas, con brusquedad en las muñecas y una amplia holgura en los embroques, mientras entre el indiferente silencio del tendido solo se escuchaban las voces con las que él mismo intentaba darse ánimos.