Ficha del festejo:

Ganado: Seis toros de Victoriano del Río, de buena y pareja presentación y seriamente armados, aunque a falta de un punto más de cuajo. Salvo el quinto, que se rajó pronto, el resto, con sus matices, dio muy buen juego en el último tercio, especialmente el lote de Manzanares.

José María Manzanares: media estocada tenida y dos descaballos (ovación tras dos avisos); pinchazo, media estocada tendida, pinchazo hondo y ocho descabellos (silencio tras aviso).

Roca Rey: estocada (ovación); media estocada tendida y dos descabellos (ovación tras dos avisos).

Juan Pedro García Calerito, que tomaba la alternativa: estocada (oreja); pinchazo hondo y seis descabellos (silencio tras aviso). Tomó la alternativa con el toro Orador, negro mulato, nº 115 , de 565 kilos.

Cuadrillas: destacaron picando Carioca, Óscar Bernal, Paco María y Manuel Jesús "Espartaco"; en la brega, Antonio Punta; y con las banderillas, el mismo Punta, Daniel Duarte, Mambrú, Luis Blázquez -que saludaron- y Antonio Chacón.

Plaza: La Maestranza de Sevilla. Segunda corrida de la feria de San Miguel con cartel de "no hay billetes" en las taquillas-unos 10.000 espectadores- en tarde de calor. 

El recuerdo y el peso de la soberbia actuación de Morante de la Puebla en la primera corrida de la feria sobrevoló, y pesó, durante la tarde de este sábado en La Maestranza, en la que hasta cuatro toros de claro triunfo de Victoriano del Río no fueron, en mayor o menor medida, debidamente aprovechados.

Si acaso, de la quema general se puede salvar al sevillano Juan Pedro García Calerito, que tomaba la alternativa y que le acabó cortando una oreja al de la ceremonia, el primero de la suelta, básicamente por la excelente estocada con la que lo tumbó y por la que puede presumir, efectivamente, de ser ya matador de toros.

Después de recibirlo con unas decididas y asentadas verónicas, el toricantano planteó una faena de corrección formal, sin excesiva apuesta, a un toro encastado que puso la transmisión que le faltó al joven torero antes del espadazo.

Pero si este sábado hubo en Sevilla un lote de triunfo claro, de triunfo clamoroso habría que especificar, ese fue el de José María Manzanares: dos finos y vareados ejemplares del parejo encierro de la divisa madrileña, con los que el alicantino se perdió en su propia indecisión e incapacidad para aprovecharlos lo más mínimo.

Si su primero fue bravo y claro, el quinto además fue de una dulzura franciscana, lo que hizo aún más patente el claro desperdicio que supuso el planteamiento de Manzanares, siempre refugiado de rayas para adentro, donde los toros lucieron menos, y dejando que ambos astados llevaran siempre el ritmo y la iniciativa en los embroques.

Destemplado, escondido en la pala del pitón y deteniendo constantemente la faena, y además errático con esa espada que en otras plazas le asegura orejas de poco peso, Manzanares se dejó ir una tarde más, pero ahora ruidosamente, un lote para poner boca abajo una plaza donde aún se le respeta en recuerdo de lejanos triunfos.

Por todo ello, y por aquello de las odiosas comparaciones, entre el público comenzó a ser recurrente según avanzaba la corrida el comentario acerca de la entrega de Morante la tarde anterior, que, de manera diferida, pareció encoger los ánimos incluso de Roca Rey.

Sin toros para mucho más, es cierto, el peruano apenas cumplió el trámite de estoquearlos, sin arrimones, sin alardes y sin una sola concesión ante un público que, también en Sevilla, acudió a su reclamo taquillero para poner el cartel de "no hay billetes" y que por eso mismo, salió de la plaza con un punto de decepción.

Por encima de la condición de ambos toros, al limeño, en cambio, le faltó enganchar y llevar más embarcado a su primero, que tuvo un puñado de buenas arrancadas antes de que él desistiera pronto de dominarlas, y no tuvo apenas contemplaciones con un quinto que se rajó muy pronto y al que mató, como al anterior, al mismo hilo de las tablas.

La tarde ya se iba directamente por el sumidero cuando Calerito se dilató demasiado tiempo con el descabello, después de tardar también en soltarse y en apostar con un noble, hondo y fino colorado con el que, para apurarlo, no bastaba con la corrección. Solo veinticuatro horas antes, Morante había predicado con el ejemplo.