FICHA DEL FESTEJO:

Ganado: Dos toros de Carmen Lorenzo, despuntados para rejones, de correcta presencia y justos de raza, y cuatro de Domingo Hernández, para lidia a pie, con cuajo y volumen y de cabezas "agradables", que en conjunto resultaron nobles y manejables, con un primero destacado por clase y entrega. El segundo de estos se lidió como sobrero al partirse de salida los dos pitones contra la arena el titular.

El rejoneador Guillermo Hermoso de Mendoza, con chaquetilla azul azafata: rejonazo contrario (dos orejas); pinchazo, rejonazo contrario y dos descabellos (ovación).

José María Manzanares, de negro y oro: estocada caída (ovación tras petición de oreja); estocada trasera desprendida (ovación).

Roca Rey, de tórtola y oro: pinchazo y golletazo (silencio); estocada (dos orejas).

Hermoso y Roca salieron a hombros al final del festejo.

Cuadrillas: Entre las cuadrillas, Antonio Chacón saludó tras banderillear al último de lidia a pie, una vez que volvió a la cara del toro tras golpearse contra el callejón al saltar la barrera en el primer par.

Plaza; Tercera y última corrida de la feria, con tres cuartos de entrada (unas 8.000 personas) en los tendidos.


 El rejoneador navarro Guillermo Hermoso de Mendoza y el diestro peruano Roca Rey compartieron este lunes salida a hombros, tras cortar dos orejas cada uno, en la última corrida de la feria que ha significado la vuelta de los toros a San Sebastián.

Definitivamente, el público donostiarra encontró motivos más justificados para el entusiasmo en esta última tarde, salpicados a lo largo de un festejo de casi tres horas a causa de las constantes interrupciones para adecuar un ruedo que, desde el primer día, presentó un pésimo estado.

Esas largas pausas, de diez minutos, dilataron sobremanera un festejo que aun así no dejó perder el interés de un público que aguardó siempre expectante lo que sucediera en el ruedo, que fue más que lo visto en las corridas anteriores.

Los buenos momentos se vivieron ya desde la apertura ecuestre de Guillermo Hermoso de Mendoza, que lidió con facilidad un toro de Carmen Lorenzo noblote pero de escaso celo, aunque sin aplicarse tanto y con tanta garra como lo hizo con el último toro de la feria, ya que, para no empeorar el estado de la arena, accedió a retrasar su segundo turno al sexto lugar.

Con todo, tras un rejonazo efectivo se premió al joven navarro con las dos orejas de ese primero, las mismas que hubiera paseado también del último de no marrar con los aceros de muerte, una vez que, más comprometido en los embroques, enceló a un toro reservón dejándole como cebo las grupas de sus caballos a centímetros de los pitones.

Dos orejas también de un toro, como exige el reglamento vasco para poder salir a hombros, se llevó Roca Rey, que tuvo una actuación muy seria en su regreso a Illumbe ante dos toros que tuvieron sus complicaciones.

El segundo de lidia a pie, por ejemplo, fue un sobrero alto y voluminoso que, sin gran clase, no terminó de romper hacia adelante, exigiendo del peruano un esfuerzo de tesón, muy fajado con el animal, para sacarle partido. Y, lo que es más significativo, siempre lo hizo por derecho, sin una sola concesión a los "arrimones" habituales de su repertorio.

Un feo golletazo restó méritos a ese trasteo, pero pudo desquitarse con su segundo, un toro muy largo y muy hondo que derribó aparatosamente en varas y que llegó a la muleta sin muchas energías pero galopando con franqueza.

Pero eso sucedía siempre y cuando no se le llevara demasiado sometido, tal y como acertó a manejarse Roca que, ahora sí, se metió finalmente en la distancia corta para entusiasmo del tendido y el corte de esos dos trofeos.

El mejor toro de los de Domingo Hernández fue el que abrió el lote de José María Manzanares, pues, muy poco sangrado en varas, se dio desde el primer momento a seguir la muleta con el hocico a ras de arena y con un ritmo de gran clase, que, en todo un recital de tirones y destemple, el alicantino no llegó a aprovechar ni mínimamente.

En cambio, peor condición tuvo el cuarto, que acudió a los cites ceñido y sin fijeza hasta que acabó por pararse, pero con el que Manzanares, paradójicamente, estuvo más firme y menos acelerado.