Ganado: cuatro toros, despuntados para rejones, del Capea y dos de San Pelayo (3º y 4º), el 5º lidiado como sobrero al devolverse un titular que se partió un pitón de salida. Corrida casi toda cinqueña, de hechuras muy desiguales pero de gran volumen y de escaso fondo. Los mejores fueron 2º y 3º, que galoparon con clase y ritmo tras las monturas.

Leonardo Hernandez: pinchazo, medio rejón contrario delantero, rejonazo contrario y tres descabellos (silencio); medio rejonazo contrario perpendicular y rejonazo perpendicular (palmas).

Roberto Armendáriz: rejonazo desprendido y nueve descabellos (silencio); pinchazo hondo trasero, rejonazo contrario y dos descabellos (oreja).

Guillermo Hermoso de Mendoza: rejonazo trasero y diez descabellos (ovación); pinchazo, rejonazo contrario y descabello (dos orejas). Salíó a hombros.

Plaza: Pamplona. Segundo festejo del abono de San Fermín, con casi lleno en los tendidos (unos 18.000 espectadores), en tarde agradable.


El joven jinete navarro Guillermo Hermoso de Mendoza salió este miércoles a hombros por la Puerta del Encierro al final de la ya tradicional corrida de rejones de los Sanfermines, en la que la presidencia volvió a bajar notablemente el listón de la exigencia a la hora de conceder los trofeos.

Tras el aparatoso dispendio de la novillada inaugural, hoy se concedieron otros tres trofeos muy generosos a los dos rejoneadores de la tierra -también hubo otro para Roberto Armendáriz- y que, visto lo visto, hubieran sido hasta alguno más de no andar los jinetes tan desacertados con los aceros de muerte.

Pero eso no significa que se vieran momentos de toreo a caballo especialmente brillantes durante el festejo, a causa de una acusada falta de fondo en los voluminosos toros del Niño de la Capea y de los desaciertos de los montados incluso con los de mejor juego.

Uno de esos toros destacados fue el segundo, igual de voluminoso que el resto pero, este sí, con motor para seguir las monturas con un galope de mucha clase que no siempre aprovechó Armendáriz en una faena desigual de temple y ajuste, antes de fallar reiteradamente con un minúsculo descabello.

En cambio, el otro navarro de la terna paseó la oreja del quinto, un sobrero escurrido de riñones que no humilló ni se entregó y ante el que, buscando puntuar, optó por quitar el cabezal a uno de sus caballos para clavar banderillas cortas en un golpe de efecto que, al matar con menos premura, provocó la petición de esa oreja barata.

El tercero, de excelentes hechuras, fue el otro de los toros de calidad, que mantuvo de principio a fin de una lidia que Guillermo Hermoso llevó con cierta rapidez hasta que la redondeó sobre Ecuador, sobre el que ejecutó una soberbia batida a pitón contrario antes, solo con un rejonazo de escaso efecto, precipitarse a perderlo todo por sus fallos con el verduguillo.

Claro que, heredero de la fama y la gloria de su padre, el ídolo de esa tierra, Guillermo estaba obligado a mantener en alto el apellido y salió a por todas con el sexto, otro toro con son y ritmo pero que, pasado de kilos, se aplomó pronto.

Puso todo de su parte el joven jinete por mantener en alto la faena sobre las estrellas de su cuadra, y especialmente con Berlín, con el que intentó encelar una embestidas que se fueron agotando y que no existían ya cuando, en tablas, hizo varias pasadas fallidas para clavar dos pares de cortas a dos manos.

Aun así, como esta vez no falló mucho con el rejón de muerte y el descabello, acabó por llevarse esa injustificada segunda oreja que, pedida y dada por un público y una presidencia metidos en plena fiesta tras el chupinazo, le valió la salida en hombros.

A Leonardo Hernández, el veterano del cartel le cupo en mala suerte el lote más deslucido de los murubes salmantinos, con un primero noble pero sin motor para mover su gran carrocería, y un cuarto que se reservó ya desde su salida a la arena.

A ambos los lidió con oficio el jinete madrileño, sin conseguir gran lucimiento, a pesar del esfuerzo añadido que hizo con su segundo, clavando alguna banderilla con frontalidad y buscando con alardes una conexión con el público que apenas existió.