FICHA DE FESTEJO:

Ganado: Cuatro toros de Santiago Domecq y dos de La Ventana del Puerto (2º y 4º), todos cinqueños. Los titulares, de muy desigual presentación, con algunos anovillados y sin gran cuajo, y la mayoría con escaso fondo de raza y fuerzas, salvo el tercero, incierto y con genio. Los remiendos de La Ventana, de mejores y más serias hechuras, nobles y con opciones.

El Juli, de negro y oro: dos pinchazos, estocada trasera atravesada y descabello (silencio); pinchazo y bajonazo (palmas).

Miguel Ángel Perera, de nazareno y oro: estocada desprendida perpendicular y atrasvesada (división de opiniones al saludar); estocada perpendicular (ovación).

Daniel Luque, de blanco y plata: estocada delantera contraria (oreja); estocada tendida y descabello (ovación tras aviso).

Entre las cuadrillas, saludaron en banderillas Juan Contreras y los tres miembros de la de Perera: Curro Javier, Javier Ambel y Vicente Herrera.

Octavo festejo de la feria de Otoño de Madrid, con cartel de "no hay billetes" en taquillas, dentro del aforo limitado al 50% (unos 12,000 espectadores).

El diestro sevillano Daniel Luque tuvo una actuación muy destacada en el octavo festejo de la feria de Otoño celebrado este domingo en Madrid, al imponerse con sereno valor y gran autoridad a un incierto y peligroso ejemplar de Santiago Domecq al que cortó una oreja de auténtico peso.

Aunque el cada vez más disperso y ruidoso público de Las Ventas tardó en entrar y en valorarla, la faena del torero de Gerena fue creciendo en dimensión a medida que se iba pasando una y otra vez, sin un solo aspaviento ni alarde, las cambiantes y nada claras arrancadas de un animal que, de ser protestado por su escaso remate, acabó por crear una patente sensación de peligro.

Y es que después de "tragarse" aparentemente sin problemas los primeros capotazos de Luque, el de Domecq comenzó enseguida a quedarse corto y a cruzarse con un creciente temperamento de manso que no se atemperó en el caballo de picar.

Por eso se dobló por bajo el sevillano en el arranque del trasteo de muleta, para pasar a asentarse de inmediato sobre la arena y aguantar así los inciertos arreones de un animal que nunca respondió con claridad, pero con el que Luque se la jugó conciencia en apenas cuatro series de muletazos -una de ellas al natural- solo que de una gran intensidad, por su verdad y su sincera emoción.

Con el toro reservándose y midiéndole mucho una vez vencido, para mantener la coherencia, el de Gerena aún tuvo arrestos y vergüenza torera para tirarse a matar tan recto y entregado como en cada uno de los muletazos, y cobrar de esa manera una gran estocada que, por la misma razón, de tanto atracarse de toro, cayó un punto contraria.

Tardó el presidente, inexplicablemente, en sacar su pañuelo, pero la oreja que acabó por concederle a Luque es una de las de más peso y mayor justificación que se han cortado en esta rara y corta temporada madrileña.

Ya con el sexto, y con opciones de abrir la Puerta Grande, Daniel Luque echó el resto, con idéntica firmeza y autoridad lidiadora, solo que este toro, desrazado y venido abajo, no le respondió siquiera con peligro para volver a hacer ostentación de su tremenda capacidad torera.

Miguel Ángel Perera también se aplicó con firmeza con los dos de su lote, en su caso con un autoritarismo, más que autoridad, que no estaba justificado ni ante la poca raza del anovillado quinto ni, menos aún, ante las suaves y abiertas embestidas del segundo, un ejemplar de La Ventana del Puerto que pedía más sutileza en el trato que la que le dio el expeditivo torero extremeño.

El otro toro con opciones de la tarde, también de esta divisa salmantina, le correspondió a El Juli, una vez que el madrileño tuvo que abreviar con un primero de la tarde afligido por su falta de empuje.

En cambio, el cuarto de La Ventana, serio y fino de hechuras, repitió sus embestidas, aunque le costara un tanto rematarlas, y El Juli se empeñó también en un dilatado esfuerzo por cogerle el aire, el punto exacto de equilibrio para macizar las series de muletazos, lo que consiguió solo en una especialmente honda por el pitón derecho que recordó el toreo de sus mejores tiempos, aquellos en los que no se salía tan descaradamente de la suerte a la hora de matar.