Ganado: seis toros de Juan Pedro Domecq, incluido el sobrero que sustituyó al inválido quinto, de muy desigual presencia y remate y de juego muy descastado y afligido en su conjunto, por falta de raza y fuerzas, con un sexto de mínima pero mayor duración que el resto.

Morante de la Puebla: media estocada baja (silencio); estocada caída atravesada (silencio); estocada trasera desprendida (ovación).

Juan Ortega: dos pinchazos y estocada corta (ovación); estocada perpendicular atravesada y tres descabellos (silencio); estocada desprendida trasera (oreja).

Cuadrillas: buena y templada brega de Andrés Revuelta con el segundo; Fernando Sánchez y Sánchez Araujo saludaron en banderillas.

Plaza: La Maestranza (Sevilla). Sexto festejo de la feria de San Miguel, de Sevilla, con el aforo del 60% cubierto en su totalidad (6.000 espectadores).

El esperado mano a mano de hoy en Sevilla entre Morante y Juan Ortega, tras la forzada caída de cartel de Pablo Aguado, se saldó apenas con dos cimas aisladas de rivalidad capotera y una oreja de consolación para el segundo, entre el absoluto vacío de casta de los toros de Juan Pedro Domecq.

El enfrentamiento entre los dos toreros sevillanos, el artista consagrado y el joven que apunta el cante, había generado una enorme expectación en la ciudad, hasta el punto de poner, por segunda vez en lo que va de abono, el cartel de "no hay billetes" en las taquillas.

Cada aficionado especulaba y se relamía con ver a ambos sacar a flote las esencias sevillanas del toreo, evocando la grandeza de las más emblemáticos figuras de la tierra, pero con lo que nadie contaba era con que la corrida de Juan Pedro Domecq se cargara con su absoluto y afligido descastamiento todos los sueños y las expectativas.

Aun así hubo alguna rendija para el disfrute, puntual, tal vez corta, pero esplendorosa, como fue lo visto durante el primer tercio de la lidia del segundo, al que Ortega recibió con un mazo de lances entregados, de los que los cuatro últimos y la media tuvieron un ritmo de tan morosa lentitud que puso a los tendidos en pie.

El más nuevo del cartel siguió desplegando su buen gusto con el capote en un galleo por chicuelinas y delantales de orfebrería para llevar al de Juan Pedro ante el picador, de donde, en el segundo puyazo, se iba a encargar de sacarlo el mismo Morante de la Puebla para cuajarle en el quite dos lances a la verónica y una media belmontina aun más perezosas, si cabe, que las de su rival.

Pero ahí se quedó la cosa, con la miel en los labios, porque ya en el capote del de la Puebla el toro comenzó a perder celo hasta acabar dejando en poco el compuesto pero deslucido muleteo de Ortega, en el que, como le sucedió con los otros dos de su lote, se empeñó en cerrar muy hacia adentro los pases, lo que no le agradeció una corrida de tan poca bravura.

En ese sentido, la diferencia la marcó el maestro, que les hizo todo a favor a sus tres juampedros, con una enorme paciencia, dándoles tiempo y espacios sobrados para no incomodarlos, y con un temple balsámico indicado para provocar un mínimo de codicia a sus acobardadas o defensivas arrancadas.

Morante puso todo de su parte pero sin encontrar respuesta, si acaso solo para darle una estimable serie de muletazos a cada uno, antes de tener que quitárselos de en medio con una proverbial habilidad manejando la espada de acero.

Hubo que esperar casi hora y media para que la tarde saliera del silencio y la decepción, justo hasta que salió el sexto y Ortega se fue a recibirlo tan decidido como al segundo, y esta vez con el resultado de dos o tres soberbios lances por el lado izquierdo, aprovechando un brío del animal que duró hasta el tercio de quites.

Y fue entonces, en pos de la pretendida rivalidad que quería encontrarse el público, cuando ambos sevillanos compitieron en quites por el mismo palo: la chicuelina. Las de Morante, muy toreadas con los vuelos, airosas, con gracia; las de Ortega en la réplica, también con aroma sevillano solo que más apretadas, de más emotivo ajuste.

Despertaban la Maestranza y la tarde porque Juan Ortega abrió el trasteo de muleta con un variado surtido de ayudados, cambios de mano y adornos de pausada chispa, continuados en una tanda por la derecha en la que ya el toro comenzó a rajarse, tal vez exigido de más en ese curvo trazo de los pases.

Bajó así la faena hasta el nivel general de la tarde. Y, como remate, una oreja de poco peso acabó por consolar al torero y al público que se quedó con ganas de más.