Ganado: toros de Santiago Domecq, seriamente armados y de muy desigual volumen, los tres últimos rondando o sobrepasando los seiscientos kilos. En general, complicados por falta de entrega y empuje para seguir los engaños, en defecto de raza o de falta de fuerzas.

Diego Urdiales, de azul noche y oro: gran estocada (ovación); pinchazo y estocada (silencio).

Daniel Luque, de blanco y plata: estocada trasera (ovación); media estocada (vuelta al ruedo tras aviso y petición de oreja).

Rafael Serna, de corinto y oro: pinchazo, pinchazo hondo y descabello (ovación); estocada baja (silencio).

Cuadrillas: destacó Manuel Burgos en dos soberbios puyazos al cuarto. De los de a pie, saludaron en bandrillas Juan Contreras, Juan Manuel Raya, Antonio Ronquillo y Alberto Zayas.

Plaza: La Maestranza (Sevilla). Cuarto festejo de la feria de San Miguel, con algo menos de un tercio del aforo permitido cubierto, unos 2.000 espectadores.


Los diestros Diego Urdiales, Daniel Luque y Rafael Serna se fueron sin trofeos de la Maestranza de Sevilla después de hacer notables esfuerzos ante una voluminosa, seria y compleja corrida de Santiago Domecq, atípica para una plaza en la que reinó un ambiente gélido y poco reconocible.

Tal vez porque a esta aplazada y aumentada feria de San Miguel le falta el contexto alegre de la de Abril o porque la corrida de hoy, para más inri, se celebró en día y horario laborable, la cuestión es que de la Maestranza típica y habitual solo quedaba el color de su albero y esa peculiar lumininosidad que, además, se fue apagando según se cernían sobre la ciudad las nubes de la tormenta.

En ese gélido y desconcertante ambiente, con un público distante y pasivamente silencioso, la terna se enfrentó a una corrida que también se alejó mucho de los estándares sevillanos, en tanto que varios de los astados de Santiago Domecq lucieron un exceso de volumen y peso que nunca fue del agrado de esta selecta afición.

Y lo peor del caso es que, quién sabe si también barruntando el cambio meteorológico, que causa siempre reacciones extrañas en el ganado bravo, ese excesivo tonelaje condicionó su juego para mal, pues a todos les faltó empuje en los cuartos traseros para llevar hacia adelante y con una embestida descolgada tan aparatoso volumen.

A Diego Urdiales ya le tocó por ello "ayudar" mucho a su astifino primero, al que también le faltó equilibrio en sus cortas embestidas. Haciéndoselo todo a favor, con suavidad y sin alternaciones de ritmo y alturas, el riojano toreó para el toro, aunque sin encontrar tampoco una respuesta demasiado favorable.

Pero, sin "vender" al tendido sus aciertos técnicos, la meritoria faena de Urdiales, salpicada de detalles de una honda y sobria torería, se vivió con cierto desdén, incluida la soberbia estocada con que la remató, antes de que el cuarto, reacio y descoordinado, le impidiera sacar nada más en claro.

Por su parte, Daniel Luque impuso en todo momento su sólida autoridad torera, basada en una férrea firmeza de plantas y en un mando autoritario sobre la escasa entrega de ambos enemigos, como sucedió ya con el segundo de la tarde, un toro de pelo sardo siempre atrancado y sin celo alguno en sus movimientos.

El quinto, hondo y largo cuatreño, se movió más pero no mucho mejor, porque siempre tardeó y nunca quiso descolgar su aparatosa cabeza de media muleta hacia la arena en unas arrancadas a trompicones. Luque aplicó con él idéntica fórmula, que le sirvió para sacarle estimables muletazos, especialmente unos buenos naturales sin posible ligazón pero arrancados a puro pulso .Y ya como alarde de poder, se adornó el sevillano con sus particulares luquecinas, que esta vez tuvieron un especial valor por lo quedado del toro, que, al perder luego una mano en el embroque, solo dejó que Luque le dejara media espada, aunque en longitud suficiente para que doblara. Trasteo de mérito, pues, que el presidente, tras el dispendio de la tarde anterior, no quiso premiar como debía.

Con menos bagaje técnico y, lógicamente, menos autoridad, el también sevillano Rafael Serna tuvo que hacer su particular esfuerzo con un primero que, este sí, humilló, aunque sin desplazarse lo suficiente, o bien protestando o bien ciñéndose ante cada requerimiento del torero.

Serna aguantó con firmeza para tirar de él y sacarle dos tandas por la derecha más que estimables, tras las que el de Santiago Domecq acabó afligiéndose, aunque no tanto como el sexto, un torancón de 620 kilos que, dolido de riñones y vacío de raza, acabó echándose en mitad de un pase de pecho.