«Llegué al hotel y estaba roto -recuerda el torero-. No cené. Fui a casa de mis padres a recoger a la niña y me acosté a las dos. Me desperté a las seis y me fui a correr. Luego, lavé el coche, desayuné y me fui a torear de salón. Ahí fue cuando solté toda la carga, la adrenalina. A partir de entonces, pasé el domingo relajado, viendo el tenis y los coches. No tenía cuerpo para más».

Unas horas antes, en la plaza de Lucena, el matador se había desfondado. Fue tal la intensidad de la faena de aquel 7 de julio del 2007 finalizada en indulto que, acabada la obra, el cuerpo se resintió de la tensión de la entrega, del abandono de la inspiración, de la paliza emocional. Finito de Córdoba acabó roto, aún más de lo que se rompió en el ruedo. El público también salió vapuleado del torrente de emociones vivido. Hay quien incluso asegura que vio gente llorar en los tendidos.

Fui testigo directo. Lo fui de aquella tarde como de tantas otras de esta figura del toreo a la que he dibujado en decenas de crónicas taurinas y entrevistado en las páginas de Diario CÓRDOBA a lo largo de 30 años, los mismos que ahora Finito festeja de matador de toros al cumplirse el aniversario de su alternativa. Tres décadas de trayectoria en las que las luces, que han sido muchas, no pueden hacer olvidar las sombras, que igualmente las ha habido. Mucho menos en una semblanza que no pretende ser de números y estadísticas, ni siquiera exhaustiva en los detalles de su carrera, sino un recorrido de sentimientos, de recuerdos, de crónicas en primera persona, de pausas en algunas tardes señaladas, insisto, no en todas, pero sí en algunas muy importantes, y de rememorar algunas de sus palabras en tantas entrevistas compartidas que servirán para trazar su perfil. Una semblanza que, reitero, no huye de los altibajos de su carrera ni de los divorcios, a veces, con el público cordobés. Pero, por supuesto, en la que también reluce su toreo, la grandeza del mismo en tantas tardes de gloria, la influencia de su irrupción y permanencia a lo largo de tantos años para el bien de la plaza de Los Califas en particular y de la Fiesta en Córdoba en general, sin olvidar la trascendencia de su figura en el orbe taurino.

Porque, habrá que decirlo sin más preámbulos, su toreo, su concepto de arte y pureza, de elegancia y profundidad, no solo ha sido cantado en cuantas plazas ha pisado, sino que goza del respeto de sus compañeros, habiéndose convertido en espejo de toreros, un halago al alcance de muy pocos. Y eso en una carrera jalonada de triunfos en la que, más allá de estos, ha trascendido su concepto del más puro y clásico toreo, de tanta elegancia como profundidad, de tanto sabor como rotundidad.

Una carrera, también, de números rotundos. Así, ha participado en 1.392 corridas y ha sido protagonista de 25 indultos. Fue líder del escalafón en 2001 con 102 corridas. En Córdoba, en Los Califas, en su plaza, es el que más paseíllos ha realizado, actuando en 60 festejos mayores en los que mató 137 toros, además de indultar dos ejemplares y alzarse con tres trofeos Manolete.

Unos números que, afirma -lo hizo al cumplir 25 años de alternativa-, «no me preocupan», aunque «también te sientes orgulloso por todo lo conseguido». Pero, insiste, «lo más importante es la fidelidad a un concepto al que hoy día sigo fiel». «Para mí -explica- el toreo es una forma de vida» y a estas alturas, lo dijo entonces y lo mantiene hoy, lo que persigue es «acercarme a la perfección, inexistente por otra parte, porque la perfección no existe en el toreo», aunque cada día «busco seguir corrigiendo defectos». Pero, ¿cómo mantener la llama después de tantos años? «Con afición, disciplina, amor y pasión por tu profesión», explica. ¿Y no cree que en todos estos años podía haber mandado en el toreo, como lo han hecho los califas? «Tampoco me ha preocupado nunca lo de mandar -admite-. Siempre he sido una persona que he llevado mi camino y he sido muy feliz. ¿Cosas por hacer? Está claro que se ha quedado mucho por el camino, pero quizás sea una forma de seguir ilusionado y con el interés de pensar que todavía quedan muchas por demostrar».

Los comienzos de un torero largo

Fue allá por el año 1988 cuando debutaba en la plaza de Córdoba un chaval desconocido, de nombre Juan Serrano y apodo Finito de Córdoba. Fue ya entonces, bien pronto, cuando Juan sorprendió a los aficionados con un toreo de calidad y aportó entusiasmo a una, por entonces, desilusionada afición. Además, bendita casualidad, en su segunda tarde alternó con Chiquilín, con el que al año siguiente iniciaría una competencia que elevó el ambiente taurino cordobés. Ambos levantarían pasiones en los años siguientes, siendo inolvidables aquellos mano a mano que ambos protagonizaron, consiguiendo llenar la plaza, emocionar y generar una expectación como hacía años que no se vivía y disfrutaba.

Plaza de Los Califas, 30 de mayo del 2015.

Plaza de Los Califas, 30 de mayo del 2015. EFE / RAFA ALCAIDE

Con este bagaje llegó a la alternativa. La expectación fue máxima y la plaza se llenó hasta la bandera. De padrino, Paco Ojeda, y de testigo, Fernando Cepeda. No fue una tarde triunfal, aunque sí muy emotiva: el brindis de Juan a su padre a quien, según confiesa, le debe haber sido lo que ha sido en el toreo; Córdoba volcada; la impresión para Juan de encontrarse en el patio de cuadrillas con Paco Ojeda; el recuerdo de los días previos, con las colas para sacar entradas para una fecha señalada…

Al fin, aquella tarde sería el inicio de una carrera de trascendente importancia. Porque, además, lo de Finito no era solo la estética ni la elegancia que pudiera parecer predominar en sus primeros pasos. Poco a poco, la técnica fue sobresaliendo hasta hacerse presente con mayúsculas en la misma plaza cordobesa, al enfrentarse en 1993 a un toro de Cebada Gago con el que dio la dimensión de ser un torero grande. Tras someterlo, lo toreó de lujo. Aquel fue el año de su salida a hombros en Madrid, y también el de la llamada finitomanía que cruzó el charco para verlo actuar en la Monumental México.

Ese 1993, Finito dio un paso decisivo cumpliendo su mejor año como matador de toros hasta ese momento, y eso que no comenzó bien. «No estaba a gusto y no me encontraba con la moral y la ilusión suficientes», admite entonces. Madrid, sin embargo, fue un punto de inflexión y Valencia, la confirmación de un momento esplendoroso. Tanto que al hacer balance al finalizar aquella temporada española afirma que «quería hacerme figura del toro, pero lo que nunca pensé es que iba a ser tan prematuro». Luego, eso sí, en México, hasta donde le siguieron 430 cordobeses, pintarían bastos, aunque quedaría para la historia ese desplazamiento masivo de aficionados.

El indulto de ‘Tabernero’

«Sé qué clase de torero soy y lo que puedo dar de sí», declara a comienzos del 94. Ese es el año del primer gran hito de Finito en Los Califas. El 28 de mayo indulta a Tabernero. Fue «la apoteosis. No hay otra palabra para explicar lo que ayer se vivió en la plaza de toros de Córdoba. Cuánta emoción. Cuánta belleza. La grandeza de la Fiesta. Quién sabe cuántos muletazos pudo dar Finito a Tabernero. Derechazos, naturales, pases de la firma, manoletinas, los de pecho, ayudados… Toda una lección de toreo. La plaza era un hervidero, el público puesto en pie y las palmas echando humo. Era una tarde para la historia. Una página de oro en la tauromaquia cordobesa. Un recuerdo imborrable para Los Califas», narré al día siguiente.

Pero del idilio con Córdoba aún quedarían muchas páginas por escribir. En el 96, Finito toreó tres tardes en Los Califas, como en tantas otras ferias en las que ha sido base indiscutible. Un pilar para el ciclo taurino, para la plaza cordobesa, que no solo permitió durante años ensanchar el abono hasta el punto de programarse más de una docena de espectáculos, sino que a su calor, bajo su reclamo, figuras de estas tres décadas que lleva Juan en activo se han asomado a esta plaza. Y con todas ellas ha alternado en sana competencia resuelta, muchas veces, a su favor.

En su tercera tarde cortó tres orejas. «Finito -se pudo leer en el periódico de todos los cordobeses- se recuperó para sí mismo y para toda la afición. Porque el cordobés volvió a ser el torero de las grandes tardes, el torero largo, templado, de muñeca prodigiosa, de relajo y de arte. El torero único que es. Ayer lo hizo en Córdoba. Y lo hubiera hecho igual en cualquier plaza. Que ayer Finito volvió a ser un torero grande».

Y es que a Córdoba había llegado en uno de sus momentos más grises, al menos en cuanto a bagaje de trofeos y éxitos en otras plazas. «No soy una máquina y no todos los días se puede estar inspirado», justifica entonces. Pero, ¿por qué entra un torero en un bache? «Porque somos humanos. La gente se cree que somos máquinas y eso es imposible. A mí no me programa nadie. Un pintor se pone a pintar a la hora que se encuentra inspirado, pero un torero no. A las cinco de la tarde tiene que ponerse el traje de luces y no todas las tardes a esa hora tenemos ganas de torear». ¿Y qué necesita Finito para ser un torero regular? «Primero, como dice la gente, querer; después, que influya la suerte», apunta. Y eso, lo primero, a esas alturas -vendrá a ser una constante en toda su carrera- es lo que más le han echado en cara, que puede pero no quiere. ¿Qué piensa el torero? «Bueno, que cuando lo dicen por algo será. La verdad es que eso siempre me ha motivado».

Finito, de corto, antes de hacer el paseíllo en la plaza de Córdoba, el 5 de abril del 2014. A.J. GONZÁLEZ

Corte de temporada

Al año siguiente, sin embargo, una noticia inesperada. Juan dio por terminada la temporada en agosto. Había comenzado la campaña apoderado por José Antonio Martínez Uranga. En una entrevista en febrero el apoderado dibuja al torero: «Tiene cualidades excepcionales como para mandar en esto. Yo creo -dice sin embargo- que le falta un poquito de ambición personal. Estos dos años se ha dejado un poquito. Pero, en fin, yo le veo muy mentalizado y, preparándose, puede mandar y ser figura».

Pero no rodaron las cosas y en agosto cortó la campaña. Por suerte, el 23 de octubre de aquel mismo año 1997 anuncia que regresará la temporada siguiente apoderado por Manuel Morilla. Aquel día explica que se había ido porque «había perdido la ilusión y la moral», porque sentía que «tenía a la gente en contra» y notaba que sus actuaciones «no transmitían al público». Sin embargo, en ese momento anunciaba su vuelta «mentalizado para devolverle a toda la afición la ilusión». Aquel año, en la Feria de Mayo, había sido despedido con almohadillas en la plaza cordobesa, algo que en su regreso comprendió y justificó al entender que «es -según dijo- porque me quieren, lo malo es que no hubieran pitado. Sé que cuando les pueda devolver la ilusión van a estar ahí como siempre».

Ya en el 98, antes de arrancar la temporada se sincera en una entrevista y dice que «lo importante es tener capacidad de reacción» después de estar inmerso en un profundo bache profesional y personal. Pero de nuevo, hablando del bache, vuelve a surgir el tema de la falta de ambición, la crítica que le perseguía entonces y quizás a lo largo de toda su carrera. Su explicación es la siguiente: «Siempre he sido igual y me moriré igual. Yo soy por encima de todo una persona muy sensible. Como torero soy así y no voy a cambiar. Nunca voy a cambiar. No sé, quizás haya compañeros con más ambición. Yo soy así, mi madre me parió así, y la verdad es que así me conservo y me moriré siendo como soy».

De vuelta, en el 98, se encierra con seis toros en Los Califas, el 4 de abril. Era la segunda vez que lo hacía en esta plaza. El mal manejo de los aceros le impide obtener un mejor resultado. Pero la actitud, la disposición, contó mucho. «Finito anda buscándose -escribí entonces- y por eso encerrarse con seis toros en Córdoba era un reto, un examen, pero más hacia adentro que de cara a la galería. Y Finito, para sí, sacó un balance positivo. La disposición demostrada le dijo mucho de su recuperación y de su nueva mentalidad ante la cara de los toros. Ya no se vio como el torero apático de la campaña pasada. Ese que ni él mismo reconocía al mirarse al espejo y que un día le obligó a cortar la temporada. Ayer se demostró que viene dispuesto a no regatear esfuerzos».

Ese año, volver a los ruedos, recuperar el apoyo de la afición y mantener la regularidad eran sus objetivos y también sus miedos. El examen, sin embargo, lo supera con éxito, con una temporada en la que vuelve a ganarse el respeto y que salpica de triunfos. «Siempre he confiado en mis posibilidades», afirma al concluir la temporada.

Líder del escalafón

El comienzo de la temporada del 2000 fue sensacional: indultos en Huelva, Osuna y América, buenas actuaciones en Jerez y, sobre todo, las dos orejas en Sevilla. Entonces reconoce en una entrevista que «estoy toreando ahora mejor que nunca». Y al año siguiente, en el 2001, se convierte en líder del escalafón, un líder de lujo. «Finito -resumía al acabar la temporada- no solo volvió a hacer alardes de un toreo de muchos quilates, sino que, revestido de una mayor ambición, alcanzó una regularidad que salpicó el año de grandes faenas, y eso hasta colocarse primero del escalafón con 102 corridas en su haber justo al cumplirse diez años de alternativa». «Las 102 actuaciones que ha sumado en el 2001 -resueltas con el corte de 116 orejas y cinco rabos- han aupado a Finito al primer puesto del escalafón de matadores de toros. Un logro que, amén de la importancia de los números que le permiten entrar en la historia de las estadísticas, cobra relevancia al ir parejo a una temporada marcada por la regularidad y la presencia en todas las grandes ferias, y esto con un fondo artístico de mucho peso y protagonizando triunfos en plazas de toda índole».

En Málaga, en agosto, donde corta dos orejas de un toro, titulo en Diario CÓRDOBA La clarividencia de Finito: «Faena de dos orejas por ligazón, temple y belleza; por el pulso y el trazo firme a la vez que dibujado con mimo y elegancia; por un contenido de tanta intensidad como empaque […]. De fondo sonaban las notas del pasodoble Manolete ahogadas por el clamor de los tendidos. La pasión estaba desbordada. Pero aún habría más. Con la planta erguida, los muletazos por la derecha hacia adentro en una obra que rozaba lo sublime, y con la figura genuflexa, los pases por bajo como broche de lujo. La estocada, rotunda, desató al fin el frenesí».

 Indulto en Antequera, el 9 de octubre del 2020.

Indulto en Antequera, el 9 de octubre del 2020. EFE / JORGE ZAPATA

Fue aquel año el de las tres salidas a hombros en Barcelona, por ejemplo, o el de la izquierda en La Maestranza. La luminosa izquierda de Finito, encabecé mi crónica: «Sucumbía la tarde, plúmbea y aburrida, fría y lluviosa, cuando surgió la izquierda luminosa de Finito. Y ahí abrió el día, inundándose La Maestranza de destellos de toreo. Toreo en mayúsculas, al natural, con la mano de la verdad, el toro humillado, la mano mandona, la inspiración, la profundidad, la ligazón, la cadencia, el temple… Todo un tratado de tauromaquia gracias al mejor Finito, al esperado, al deseado, al tantas tardes añorado. Un torero capaz de poner de acuerdo a miles de almas con una muñeca de prodigio, una elegancia portentosa y un sentimiento para soñar, disfrutar, saborear y paladear».

Después, en Córdoba, conjugó elegancia, cadencia y torería para crear una obra para el recuerdo, de tanto calibre como para hacerse merecedor al Trofeo Manolete, uno de los tres que tiene en su haber. Y ya en octubre, en Jaén, cerró con otro indulto. «Madurez, ambición, regularidad y técnica han sido las claves. Hoy sé lo que quiero y cómo hacerlo», reconoce entonces. «Yo estoy aquí para crear algo de arte, no para dar miedo a base de zapatillazos», añade el torero.

Al fin, una constante esta: la fidelidad a un estilo, a una forma de entender el toreo. Aunque, eso sí, reconoce ya entonces, «he conseguido ese punto de ambición que me faltaba». Porque la ambición, la falta de ella o la dosificación de la misma, ha sido, insisto, la eterna referencia que ha acompañado la carrera de Finito, a la que se ha recurrido siempre para explicar algunos de sus altibajos.

El perdón de ‘Bondadoso’

En 2004 se anuncia de nuevo con seis toros en Córdoba y en los días previos, un Finito mucho más maduro, declara que está en su mejor momento profesional, con una técnica depurada y muy feliz en lo personal. «Mi niña y mi mujer son las que me dan la felicidad y la fuerza necesaria. Lo que haga y consiga en el toreo va a ser para ellas, y eso me empuja a mantenerme», señala. Además, confiesa, esta tercera encerrona con seis toros era muy distinta porque «es una iniciativa mía y no me ha tenido que convencer nadie». Sin duda, esa mezcla de felicidad personal y madurez profesional influyó en el resultado de aquella tarde del 29 de mayo del 2004, en la que indultó a Bondadoso, de Domingo Hernández.

La del 2005 fue una gran feria para Finito. En su primera tarde deleitó con muletazos excepcionales y en la segunda surgió el mando en una faena poderosa y maciza ante un toro violento, encastado y con genio de Torrealta al que doblegó con una técnica infalible adobada con una expresión artística reservada para grandes del toreo.

En junio, el Club Finito inició un proceso para nombrar califa a su torero por aclamación popular. La idea la maduraban desde hacía años y aquella temporada, al cumplir el torero 15 años de alternativa, la pusieron en pie. Para ellos, según reflejaba el documento titulado Consideraciones para nombrar a Finito VI califa del toreo cordobés, el torero era «la expresión más depurada, técnica y artística de la tauromaquia». Aquello, sin embargo, no contó con todo el apoyo y respaldo necesario en la ciudad y no cuajó. «A mí no me gustan esas cosas porque me siento joven y aún me quedan muchos años por disfrutar del toreo si me lo permiten tanto el toro como el público […] Es algo siempre bonito que la gente piense en esa posibilidad, pero hay que darle tiempo. Vamos a esperar, y las cosas poco a poco», dice Finito ya en el 2006 en las primeras declaraciones al respecto.

Lo hace en una entrevista en la que explica un 2005 que acabó antes de tiempo tras una lesión que le tuvo apartado un mes y medio de los ruedos, que le obligó a varios parones y a la definitiva suspensión de la campaña. Por entonces, se llegó a decir que abandonaba, que dejaba el toreo. «Estaba afectado psicológicamente, pero no pensé en dejar el toro […] Yo nunca voy a dejar el toreo, soy feliz toreando y disfruto toreando. Podré descansar, pero está claro que soy un amante del toreo y estaré en activo mientras me lo pida el cuerpo y esté ilusionado en coger los engaños», declara ya en marzo del 2006.

Feria del 2009, la del desaire

Muchas tardes de luces, de gloria, pero también ha habido sombras en la carrera de Finito y en su relación con Córdoba. La Feria del 2009 fue la del desaire. Lo cierto es que el año anterior empezó a gestarse un divorcio entre torero y público que se alimentó en su primera actuación de aquel año, en la que habían caído algunas almohadillas al abandonar la plaza. La segunda tarde, a nada que el torero tuvo ocasión, tras torear con mucho mando y temple, y obtener dos orejas, respondió a la afrenta negándose a pasear los trofeos. Dos días después, a través de una entrevista con Diario CÓRDOBA, Juan pide disculpas y explica que no quiso faltar al respeto a nadie, pero reconoce que se había sentido dolido con el trato del primer día y que había reaccionado en caliente. «Córdoba me ha dado lo máximo y su plaza es lo que más me duele», afirma.

Derechazo de Finito en el ruedo de Los Califas, el 30 de mayo del 2008. EFE / JUAN CARLOS MOLINA

Unos años después, en 2014, Finito se queda fuera de la feria, el único año en estos 30 (salvo el obligado por la pandemia) que no ha actuado dentro del abono. «Indignado, defraudado y traicionado», así se muestra Finito. Su ausencia causó un terremoto. Tal es la fuerza que ha tenido en Córdoba, su Córdoba. La sociedad propietaria llegó a parar los carteles y aunque finalmente la empresa pudo echar adelante el ciclo, los gestores salieron de la plaza de inmediato y por la puerta de atrás. Polémicas que, como no podía ser menos hablando de una figura del torero, también las hubo en estos 30 años y, sin ir más lejos, en la feria del 2015. Porque aquel indulto que se pretendió por el propio torero y no fue, generó no poca controversia. «Sublime en el toreo, con una grandiosa y rotunda izquierda, Finito se empeñó en un indulto que no llegó, escuchó los tres avisos y mató más tarde en un pulso a la presidencia», resumí al día siguiente.

Pero esta semblanza de Finito, como dije al principio, no solo trata de ser un perfil sincero, de cara y cruz, de altibajos y tardes de gloria, sino sobre todo una semblanza apoyada en los recuerdos, en los sentimientos. Y la faena de aquel año, más allá de su polémico final, la plasmé así y así la rememoro: «Faena cumbre, rotunda, deliciosa, profunda. Una faena grandiosa, de izquierda apabullante, de naturales esculpidos. Una faena que rompió a colosal al echarse el trapo a la izquierda. Qué largura, qué temple, qué trazo, qué sentimiento. De tanta elegancia como naturalidad, de tanta estética como rotundidad. Hubo pureza, torería, duende y aroma. También mando y mimo, magia y plasticidad. Una borrachera de toreo. ¿Se puede torear mejor al natural? Una obra de arte cincelada con una muleta única. Toreo caro. Los muletazos siempre rematados atrás. La plaza era un manicomio. Qué gozo. ¿Qué contar de lo de ayer y cómo contarlo? La tarde fue de Finito, para lo bueno y para lo malo. Lo suyo, un auténtico lío. Cumbre en el toreo, equivocado en la actitud. ¿Se puede torear mejor? No. Singular Finito. Único Finito. De auténtico escándalo».

2016 fue la campaña del 25 aniversario de alternativa, efeméride frustrada en Córdoba por un día de lluvia y por la falta de público en el tendido. En los días previos, en otra entrevista, señala el torero: «Aún busco corregir defectos y acercarme a la perfección, aunque esta no existe». Y añade: «Después de casi 30 años de torero no se me puede reprochar falta de ambición». Siempre la ambición presente en la carrera de Finito.

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La luz en el desierto

Tres años después, en 2019, de nuevo delicias de toreo en Los Califas. Escribo, al comparar su actuación con la de un compañero de terna: «¿Puede premiarse igual el toreo sentido y el rutinario? ¡Qué mas da! Uno queda para el recuerdo, el otro para la estadística […] ¿Cómo se valoran las pinceladas geniales, que arrebatan? Ahí quedan. En el recuerdo. Pura delicia». Lo que, precisamente, le pareció a la mayoría su faena del año pasado en Antequera. En medio del desierto pandémico, la luz taurina de un torero maduro, descubierto ahora por muchos. En fin. Porque este Finito de Antequera es el mismo de la luminosa izquierda de Sevilla, el de la clarividencia de Málaga y el torero de escándalo de Córdoba, el protagonista «roto» de aquel 7 del 7 del 2007 de Lucena con el que empezaba esta semblanza: «Sublime. Lo de Finito en el cuarto de la tarde fue un monumento al toreo. ¡Qué gozo! ¡Qué pasión en los tendidos! Faena cumbre. Una delicia el capote. Los muletazos, categóricos. Mando y poderío. Torería y elegancia. El no va más. Finito lo bordó. Excelso, altivo, entregado… Gritos de ¡torero, torero! en la plaza. El cuerpo abandonado, la figura hundida. El mejor, el más grande, el Finito soñado y deseado. El toreo desnudo». Yo fui testigo. La crónica de aquella tarde la titulé A sus pies, maestro Finito. Ahí lo dejo.