PLAZA: Los Califas (Córdoba). Media entrada en tarde calurosa.

GANADO: Toros de Núñez del Cuvillo, justos de presentación --algunos sin apenas cara--, y desiguales de juego. Noble y falto de entrega el primero, al igual que el segundo, también sin fuelle. El tercero, con codicia, duró poco; el cuarto, de excelente calidad; el quinto, noble pero algo descompuesto, y el sexto, deslucido.

FINITO DE CÓRDOBA: Estocada trasera y descabello (ovación); y estocada después de escuchar los tres avisos tras petición de indulto (fuerte ovación).

MORANTE DE LA PUEBLA: Pinchazo, media tendida, otro pinchazo y estocada desprendida (silencio); y pinchazo y estocada trasera y desprendida (oreja).

ALEJANDRO TALAVANTE: Estocada trasera y desprendi-da (una oreja); y pinchazo, estocada y dos descabellos (palmas).

CUADRILLAS: Saludaron montera en mano tras parear Javier Ambel (2º) y Juan José Trujillo (6º).

LA CRÓNICA

Finito otra vez protagonista, en lo bueno y en lo malo. Un escándalo lo suyo en todos los sentidos. Sublime en el toreo, pero equivocado en la resolución. Mitad torpeza, mitad soberbia. Empeñado en el indulto de su segundo, cambió un triunfo de rabo por una polémica absurda, a todas luces innecesaria. ¿De verdad estaba convencido de que ese toro, que sólo cumplió en el caballo, saliendo suelto del segundo puyazo, y que hizo amagos de rajarse a mitad de faena, era de indulto? ¿A quién podría beneficiarle? ¿A él, al ganadero...? ¿Era un toro para padrear? Quizás para la fiesta moderna, pero no es ese el espíritu del indulto. ¿No hubiera sido suficiente y, además con todas las de la ley, premiar al toro con una vuelta al ruedo? ¿Alguien recuerda que existen las vueltas al ruedo, para toreros y toros? Lo de Finito fue un pulso al presidente y este, que ya había sido vencido en otro disputado por la mañana (ver página 9), esta vez no claudicó. La plaza echaba humo. Mitad bronca, mitad incredulidad; unos a favor del torero, otros del presidente. ¡Qué lástima! ¡Qué borrón, Finito! ¿Por qué manchar una faena cumbre, excelsa, rotunda, deliciosa, profunda...? Sí, una faena grandiosa, de izquierda apabullante, de naturales esculpidos. Una faena que, tras un saludo capotero de algunas verónicas sabrosas y un remate exquisito, y unas probaturas por la derecha, rompió a colosal al echarse el trapo a la izquierda. Qué largura, qué temple, qué trazo, qué sentimiento. De tanta elegancia como naturalidad, de tanta estética como rotundidad. Hubo pureza, torería, duende y aroma. También mando y mimo, magia y plasticidad. Una borrachera de toreo. ¿Se puede torear mejor al natural? Una obra de arte cincelada con una muleta única. Toreo caro, con mayúsculas, inmortal. Ahora despatarrado, ahora de frente ofreciendo el pecho. Los muletazos siempre rematados atrás, por debajo de la pala del pitón. La plaza era un manicomio. Y también con la derecha, en series cortas pero rotundas avanzada la faena. Qué gozo. La Puerta de los Califas abierta ya de par en par cuando ni se apreciaba el fin de la faena. Pero el toreo de escándalo dio paso a la polémica. Apenas que surgieron unos tímidos pañuelos en el tendido pidiendo el indulto --a todas luces desmedido para un animal que solo había cumplido en el caballo--, el torero comenzó a animar el debate, mirando al palco y haciendo gestos preguntándose si lo mataba o no. Su intención era clara. El desafío era evidente. Y siguió toreando. Y el toro, de excelente calidad y duración en la muleta, amagó con rajarse. Varias veces lo hizo, con intención de huir, mirando a tablas... Pero Finito seguía toreando. Deliciosos naturales, derechazos con usía, remates toreros... Sonó el primer aviso y el presidente, reiteradamente, hizo indicaciones al torero para que lo matara. Pero nada. Otro muletazo, y otro más, y a cada cual mejor, más delicioso y espléndido. Qué expresión torera, qué dimensión... y qué polémica más absurda. Segundo aviso y aún el tercero. Finito se había negado a matar. Y advertido de que el toro volvía a los corrales --toda la plaza vio a los alguacilillos aporrear la barrera alertando al torero--, todavía aumentó el escándalo el torero al entrar a matar. Desobediencia al no hacerlo en el tiempo estipulado y desobediencia al acabar con la vida del animal una vez devuelto. Y lo que era de rabo, de Puerta de Los Califas, de Trofeo Manolete, de tarde histórica, de cumbre irrepetible, de sueño torero, de explosión magistral, de torería sin límite, de vuelta al ruedo al toro por su magnífica condición --que excelente fue su juego, pero no de indulto--, quedó en una fuerte ovación para Finito. ¡Qué escándalo de toreo y qué escándalo de actitud!

El resto apenas contó, o se hace difícil narrarlo ahora. Imposible remontar el recuerdo de obra tan grandiosa. El propio Finito, en una labor que no llegó a despegar nunca, no pasó de un intento solo aparente en su primero, noble pero falto de entrega. Tampoco Morante encontró suficiente enemigo en el segundo de la tarde, animal sin fuelle al que muleteó sin llegar a ninguna parte. E igual le ocurrió a Talavante en el sexto, ejemplar deslucido al que pasaportó sin más. Difícil narrar incluso las orejas que se llevaron Morante y Talavante. El primero, en el quinto, con toreo de mucho relajo y estética por la derecha, y con un tramo final de inspirados naturales. El segundo, en el tercero de la tarde, con una primera fase en la que brilló la codicia del animal y la variedad y firmeza del torero, pero que vino a menos a medida que el toro perdió gas.

Pero, ¿qué contar de lo de ayer y cómo contarlo? La tarde fue de Finito, para lo bueno y lo malo. Lo suyo, un auténtico lío. Cumbre en el toreo, equivocado en la actitud. ¿Se puede torear mejor? No. Singular Finito. Unico Finito. De auténtico escándalo.