El cese de la actividad taurina, obligado por las medidas contra el virus Covid-19, es el primero que se produce en España desde hace más de un siglo, en concreto desde la mortífera epidemia de gripe del año 1918, pues las corridas de toros no dejaron de celebrarse ni durante la Guerra Civil.

El virus de la que injustamente dieron en llamar «gripe española», la mayor pandemia de la Humanidad desde la peste negra de la Edad Media, llegó a Europa a primeros de 1918, con los soldados americanos enviados a luchar en la Primera Guerra Mundial, y se comenzó a extender por España en el mes de mayo.

Este tipo de gripe, entonces desconocida y sin vacunas, provocó 50 millones de muertes en todo el mundo, de las que más de 200.000 -el 10% de la población- se produjeron en España, donde el gobierno liberal de Manuel García Prieto tomó ya medidas tajantes en el mes de octubre.

Una de ellas fue el cierre del acceso a los mayores focos de contagio, en ciudades como Zaragoza, donde se suspendieron todos los actos de la feria del Pilar, como fueron las corridas en las que se iban a inaugurar las reformas de su antigua plaza de toros, consistentes en una nueva fachada y en la construcción de las gradas y andanadas que aumentaron su aforo hasta los 14.000 espectadores.

La última corrida de aquella temporada del 18 se celebró en Madrid el 10 de octubre, un espectáculo en el que coincidieron dos grandes efemérides a cargo de dos toreros hermanos: la despedida del legendario Rafael El Gallo y la primera concesión de un rabo a un matador de toros en la historia taurina de la capital, a Joselito El Gallo tras cuajar al toro Gorrión, una gran faena.

Ya en 1919, aunque el virus de la gripe seguía latente, la temporada taurina se desarrolló con toda normalidad , como siguió sucediendo año tras año hasta el estallido de la Guerra Civil, cuando la actividad taurina en España, aunque se redujo, no llegó tampoco a detenerse.