Ganado: seis toros de Miura, de muy variadas hechuras y en su mayoría alejadas de las habituales de la legendaria casa ganadera. En cuanto a comportamiento, la mayoría tuvieron una casta y una fuerza muy medidas, ya apagadas tras el primer tercio. El quinto y, sobre todo, el sexto, fueron los de mayor entrega y duración.

Domingo López Chaves: media estocada desprendida y descabello (ovación); pinchazo, estocada honda y descabello (ovación).

Octavio Chacón: pinchazo y estocada honda tendida (silencio tras aviso); estocada trasera tendida (vuelta al ruedo tras petición de oreja).

Manuel Escribano: estocada contraria (ovación); estocada trasera (oreja).

El diestro sevillano Manuel Escribano cortó la última oreja concedida en la feria de Bilbao, que se cerró ayer con la lidia de una corrida de Miura muy atípica tanto por su presentación y hechuras como por su pacífico y, en algunos casos, bravo y noble comportamiento. Si varios de los toros lidiados ayer en Vista Alegre no hubieran llevado el casi bicentenario hierro de la A con asas, pocos hubieran acertado con su procedencia, pues, aunque pesados, casi ninguno tuvo esa típica construcción voluminosa, alta y agalgada que caracteriza a esta primitiva casta de bravo.

Muy al contrario, los hubo incluso construidos cuesta abajo, más altos de cuatros traseros que de delanteros, y alguno hasta con hechuras más cercanas a la estirpe de Santa Coloma, como el tercero, o a la de Parladé, como el sexto. Precisamente este último, el que cerró las Corridas Generales del 2019 fue, además, el más bravo del sextero, con una embestida entregada y repetida desde su salida, lo que Manuel Escribano, tras una apurada larga a portagayola, aprovechó para cuajarle un templado manojo de verónicas, que podrían casi calificarse de inauditas ante toros de esta ganadería.

Ya en banderillas, el de Miura galopó con fuerza y franqueza -algo también ajeno al guión habitual- para que el sevillano se luciera en los tres pares y especialmente en el último, clavado al quiebro y citando sentado en el estribo. A esas alturas, la plaza hervía. Y aún continuó en ebullución cuando Escribano abrió el trasteo de muleta en los medios con dos pases cambiados por la espalda, a los que el bravo castaño acudió con la misma voluntad.

Pero, a partir de entonces, tras dos tandas de derechazos estimables, al torero de Gerena le faltó pulso y acople para sostener embarcadas unas embestidas que se fueron apagando tanto como la faena, aunque volvió a despertar el entusiasmo con una estocada de rápido efecto que terminó de ameritar ese último trofeo del ciclo.

El otro ejemplar destacado de la miurada fue un quinto de pelo sardo, serio armamento y finas hechuras que en los primeros tercios embistió a todo sin humillar en exceso pero igualmente con un alegre y franco galope, mientras que en el último resultó ser no solo noble y manejable sino también el de mayor duración.

Octavio Chacón, que había estado desconfiado con el terciado y desfondado primero de su lote, se extendió con este en un largo y poco asentado trabajo, más lucido cuando lo trató con suavidad y firmeza, lo que el toro agradecía con recorrido, que cuando lo desplazó con brusquedad y moviendo las zapatillas buscando el recurso populista.

Antes de todo eso, el salmantino López Chaves había hecho valer su veteranía con una solvente, templada y exactamente medida faena al primero de la tarde, el más miura de aspecto pero con una nobleza que apenas sostenían sus escasas fuerzas. Pero esa buena actitud ya no la desplegó después ante un cuarto de apagadas y cortas arrancadas.

Y antes de la faena premiada Escribano no había pasado de aseado con un tercero con hechuras de Santa Coloma que se defendió sin agresividad tras gastar en banderillas un fondo de chochona nobleza que le alejaba mucho de la temible leyenda de sus antepasados.