La feria del 25 aniversario de la alternativa de Finito de Córdoba, programada como un miniciclo, al final no fue ni eso. La suspensión, precisamente, de la corrida en la que el matador cordobés iba a conmemorar la efeméride encerrándose con seis toros en solitario dejó todo en una corrida a pie, otra de rejones y una novillada sin picadores, una oferta escasísima para una plaza como Los Califas que, por historia y tradición, merece una mayor apuesta empresarial, por mucho que corran malos tiempos de asistencia de público. Así es que, como primera reflexión, urge imaginación, arriesgar y revitalizar el coso. En definitiva, renovarse o morir.

Y en esa tarea, desde luego, sucesos como los del sábado hacen un flaco favor. Porque si bien, después de la lluvia caída a lo largo del día, se suspendió oficialmente al encontrarse el ruedo en “condiciones impracticables”, los aficionados se quedaron con muchas dudas que sirven para alimentar la desilusión y la desconfianza en un espectáculo, por momentos, moribundo en esta ciudad.

Mirando al ruedo, nadie podía imaginar una suspensión. El propio presidente del festejo era de la opinión de que «ni muchísimo menos estaba impracticable». Pero los actuantes dijeron nones, sin tan siquiera aceptar que se intentara acondicionar el piso a su gusto, como se ha hecho otras veces en peores circunstancias. Y sabiendo, además, con las predicciones en la mano, que no volvería a llover. Como así fue. Así es que, con estos elementos, y ante la pobre entrada --apenas un cuarto--, la mayoría interpretó que el verdadero motivo era la lluvia en taquilla.

Se puso primero de escudo a las cuadrillas, que por «consenso» se negaron a torear en unas condiciones, para ellos, imposibles. Pero no conviene olvidar que estas, siguiendo el principio de jerarquía tan tradicional en la Fiesta, actúan a las órdenes de un jefe de filas. Así es que el presidente exigió el pronunciamiento de Finito. Y no hubo sorpresas. Según el acta, el director de lidia decidió no dar comienzo al espectáculo «al observar que el ruedo se encuentra en condiciones impracticables». Una decisión que no se comunicó a los espectadores hasta las 18.45, tras tres cuartos de hora de espera en los tendidos. El enfado fue mayúsculo. Desde luego que el trato al cliente dejó mucho que desear. Mala política en estos tiempos.

¿Fue la lluvia una excusa para no celebrar una corrida que, a pesar de los ingredientes sentimentales, no había logrado arrastrar público? ¿Se intentaba con la suspensión tapar un fracaso, más allá de la coincidencia con la final de la Champions League? ¿Quién se jugaba los cuartos ese día? ¿Quién el prestigio? ¿O se fundían estos intereses? Demasiadas preguntas y muchas dudas. Y en medio, Los Califas y la Fiesta en Córdoba, otra vez vapuleados.

Solo Hermoso

Por lo demás, en lo poco que hubo, casi nada destacado, con casi tres cuartos de entrada en la corrida de a pie -buena asistencia que, al compararla con otros años y carteles similares, invita a pensar que el público se volcó en este abandonado el del sábado-- y un cuarto o menos en los otros dos festejos. En lo artístico, el triunfador fue el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, el único que abrió la Puerta de Los Califas tras cortar dos orejas gracias a una labor muy completa en uno de sus toros. También obtuvo dos apéndices, uno y uno, Alejandro Talavante, pero no pasó de lo aparente, sin exprimir un buen toro de Núñez del Cuvillo e intermitente en el otro. Eso en una tarde en la que el ganado, falto de fuerzas y casta en conjunto -la presentación, ¡ay!, es batalla perdida--, deparó un festejo sin suerte de varas ni emoción. Y otro que cortó dos orejas, también una y una, el rejoneador Manuel Manzanares, con altibajos en lo fundamental.

Del resto, Ginés Marín, que sustituyó a Morante -baja por enfermedad--, lo hizo todo con mucho gusto y se llevó una oreja en tarde, eso sí, sin toros. En esta, El Juli, sin enemigos ni ánimo. Y en la de rejones, Lea Vicens, voluntariosa y punto, aunque tocara pelo. En el festejo de noveles, la única oreja fue para Rocío Romero, entregada ante un novillo complicado, aunque el que dejó buen cartel fue Carlos Jordán. También estuvo solvente Romero Campos. El Rubio no explotó un buen eral; Fernando Navarro, aún verde, mostró buen concepto, y Carlos Blázquez se llevó una soberana paliza. Y punto. Se acabó la feria, o algo parecido. Así, desde luego, el futuro se antoja complicado. Mucho más si el enemigo está en casa.