Ganado: Toros de Parladé, desiguales de presentación --algunos terciados-- y de poco juego. Encierro descastado y medido de fuerzas.

Enrique Ponce:Estocada (una oreja); y media estocada (una oreja tras un aviso).

Miguel Ángel Perera:Estocada trasera y caída (ovación); y estocada caída (una oreja).

Alejandro Talavante:Estocada baja y atravesada, y descabello (silencio); y pinchazo, estocada caída, tendida y atravesada, y descabello (silencio).

Cuadrillas: Saludaron en el quinto Joselito Gutiérrez (foto) y Guillermo Barbero.

Plaza: Los Califas. Menos de tres cuartos de entrada en tarde de temperatura agradable.

La corrida moderna, la que más se repite en la Fiesta actual, la que suele acompañar a las figuras de relumbrón, se sustenta en el medio toro, entendiendo este como un animal descastado, de poca fuerza y que, con fondo de nobleza, se deja medio hacer si anda. En función de ello, además, el espectáculo pasa de puntillas por muchas de sus suertes, dejando la de picar en un remedo, en leves picotazos para cuidar el material. Orillada la bravura, tampoco hay, por supuesto, emoción. Y el torero, convertido entonces en mero enfermero, asume el papel de apuntalar aquello como puede. Unos con más gusto y vendiéndolo mejor; otros, con menos recursos, derechazo va y natural viene, pero siempre haciendo el toreo al revés, de abajo arriba, desahogando las embestidas, la mano a media altura... Esa es la corrida moderna en el ruedo que, ya en el tendido, se complementa con un público nada exigente, poco conocedor del toro, dispuesto a aplaudir cualquier pasaje bonito --la profundidad y la hondura son palabras mayores en este tipo de festejos-- y presto a sacar el pañuelo a nada que el toro caiga con prontitud, dando igual cómo se mate. Así se escribe gran parte de la tauromaquia moderna, y en ella, precisamente, quedó encuadrada la corrida de ayer en Córdoba. A pesar de que no hubo toros --de los de verdad--, tres orejas. Pero lo que por el marcador puede parecer mucho, fue nada. Corrida vacía, sin fondo, sin contenido. Corrida moderna.

Ponce, que volvía a Córdoba tras dos años ausente de la Feria, contó de entrada con el favor del público, muy cariñoso toda la tarde con él, y el maestro supo responder muy ceremonioso y elegante para llevarse dos orejas. La primera por una faena compuesta pero superficial ante un animal insulso. La segunda, por una labor tan larga y limpia como falta de chispa, la misma que no tuvo el parladé . Se empleó el hombre en prolongarle la embestida, también en llevarlo cosido sin molestar y, por supuesto, en venderlo bien con refinadas formas. El público le respondió amable.

De su lado, Perera, que destacó en su primero en un quite por tafalleras, despachó de entrada un animal sin fuelle, protestón y deslucido. Una ruina de toro ante el que el hombre se puso encima para vender un arrimón inconsistente. Ovación en este y una oreja en su segundo por una faena muy desigual, siempre a media altura y algo acelerada. También poco limpia, acortando las distancias y haciendo que el animal se defendiera aún más. Un trasteo sin fondo rematado con una estocada caída. Pero hubo muerte rápida y trofeo, que no es otra cosa que la ecuación de la corrida moderna.

Y en ella, también, Talavante --en sustitución de Manzanares--, empeñado en demostrar que no había motivos para anunciarlo y en dejar en evidencia a la empresa. En su primero, inútil, de trámite. En su segundo, un catálogo de trapazos.

La corrida moderna es así, corrida vacía. Para qué profundizar más en lo de ayer.