Una tarde de verdad, por el cartel, se quedó solo en apariencia. No va por José Manuel Roldán Nogueras, rector de la Universidad, o por Manuel Brenes, director general de Espectáculos Públicos y Juego de la Junta de Andalucía, presentes en el coso califal. Quizá tenga más que ver con el mundo que vive ahora Carmen Martínez-Bordiú, que repetía comparecencia, en esta ocasión en la contrabarrera del tres. Y es que, ya se sabe, en la televisión todo es mentira. Parece que en algunas otras facetas de la vida y de las profesiones también ocurre, visto lo visto.

Quizá lo más auténtico fue la antítesis en el gusto de dos hermanos: Antonio Tejero y José María Tejero, ambos subalternos del académico Enrique Ponce. El primero, con un precioso terno en rosa palo y plata. Con la misma sangre por las venas, que no con el mismo gusto, el segundo con un traje de color indefinido y azabache. Algunos comentaron que iba "de mal gusto y azabache".

Ajenos al tema de los trapos, Rafael Blanco, Marcelino Ferrero y Antonio Santos, que se situó en uno de los tendidos. El veterano tabernero seguro que ha vivido otros tiempos en Los Califas. Desde luego, los alumnos del Programa de Mejora Genética del Toro de Lidia , presentes ayer invitados por la empresa, no aprendieron mucho de lo que vieron sobre el albero. Iban a evaluar las reses y seguramente los papeles se les quedarían más blancos que la cara de alguno de los presentes cuando vieron a Joselito Gutiérrez presionado por uno de los astados en el tercio de banderillas. En definitiva, que lo que ayer salió por toriles aparentaban ser toros bravos, pero solo eso.

Tarde de parecer lo que no se es. Córdoba, plaza de primera, afición entendida y, mientras la banda toca Opera Flamenca , la mitad de los tendidos se rompe las palmas al compás de la música enmedio de la lidia. Hubo un atisbo de realidad, justo en el instante en el que el fugaz cantante de boleros toreaba a su segundo. Estaban los que no se lo creían y protestaban levemente. El de Chiva sacó sus dotes más comerciales, se puso a "vender muletazos", como dijo alguien y, ahí, todos de acuerdo. Desaparecieron los contestatarios, fuera porque se sumaron a la mayoría o porque callaron.

Algún rebelde se atrevió a gritar a Talavante cuando toreaba a su primero: "¡Mátalo ya!", como diciendo que bastante había comprado ya antes como para seguir haciéndolo a sabiendas de que no, que eso no es. Y otro que lo hizo por abandono, sin esperar a que el pacense matara al último: "Pepe, que yo no aguanto más, que me voy". Y vaya si se fue. Ambiente auténtico, profundo, de conocimiento y real, como el jamón de Pepe, que se situó en la contrabarrera del cinco. Pero a pesar de asegurar que era pata negra , esta no soltaba pringue ni ná. Era medio kilo de plástico.