Ganado: toros de Parladé, aceptablemente presentados, aunque con sospechas de afeitado, en el límite de las fuerzas y de la mansedumbre, que aun sin molestar tampoco sirvieron.

Morante de la Puebla: cuatro pinchazos (pitos); y dos pinchazos (bronca).

Julián López ´El Juli´: pinchazo, estocada trasera y un descabello (ovación); y pinchazo hondo y estocada en el rincón (ovación).

David Fandila ´El Fandi´: estocada y descabello (ovación); y estocada caída y descabello (una oreja con petición de la segunda).

Volvió a responder la gente en la segunda de las dos corridas que realmente tienen interés en este ciclo valenciano en honor de San Jaime que de unos años a esta parte llaman feria de julio. Pero nadie estuvo en justa correspondencia con la parroquia. No fue un encierro como para tirar cohetes, sin embargo, con alto índice de toreabilidad como se dice ahora. Y los toreros por allí nada más. Que una cosa es pasar al toro y otra llevarlo toreado. Lamentablemente nada de esto hubo en la tarde.

A Morante se le cruzaron los cables al comprobar las nulas posibilidades del que abrió plaza, un borrico del más absoluto descastamiento y alarmante invalidez. No podía el toro, y no quiso el torero. Ausente Morante en un breve trasteo por la cara mientras la gente se desgañitaba pitándole.

Más metido en el papel de la desvergüenza, Morante le cogió un miedo atroz al cuarto. Un detalle más allá de la desfachatez, de verdadera impotencia, cuando el propio torero se echó para atrás al ver a su picador Aurelio Cruz derribado en la cara del toro. No fue capaz de meter el capote, ni ademán de moverse. Y ya muleta en mano, dos trapazos con el mando a distancia. Más que precauciones, pánico es lo que tuvo Morante. La bronca y los improperios que escuchó fueron de los que hacen historia.

El Juli no dijo nada en su primero, toro un punto distraído y que remataba los viajes con la cara siempre arriba. Derechazos y naturales sin fuste. Si acaso en el epílogo de faena, en un socorrido circular por detrás, El Juli llegó a fijar la atención del público más que la del toro.

El quinto fue un animal verdaderamente desaborío, con genio y embistiendo a oleadas, que trajo de cabeza a la cuadrilla en banderillas. El Juli resolvió la papeleta poniéndose en el sitio. En corto le hizo pasar para allá y acá, sin terminar de armar faena. Demostrado que no había nada que hacer tomó la espada, y punto.

El Fandi brindó en sus dos toros su habitual espectáculo en banderillas, variado, fácil y muy seguro al clavar. En su primero se lució también con el capote en una larga cambiada pegado a tablas y en airosos lances a la verónica. Pero nada con la muleta. No colaboró el toro lo más mínimo, ni él esperó lo suficiente para engancharlo. Se frenaba el toro y se quitaba el torero. Le ovacionaron en recuerdo del segundo tercio.

A punto de ahogarse la tarde en el inmenso y desolador mar de la desesperanza salió un gran toro, el último, que repetía con nobleza y por abajo, y con mucha transmisión en su forma de embestir. El Fandi aguantó aquel chaparrón de bravura como pudo. Al menos no le faltó disposición para dar pases a destajo, eso sí, muy pocos en condiciones. De hecho no remató ni uno por debajo de la pala del pitón. Tampoco es que llegara el hombre al maltrato del animal, pero ni mucho menos estuvo a la altura del toro. Le dieron la oreja porque algo es algo en tan pésimo contexto como tuvo la tarde.