Ganado: cinco toros de María José Barral, chicos, nobles, justos de fuerza, bajos de raza y sospechosos de pitones. Corrida facilona en extremo. El sexto fue un sobrero de La Martelilla, mucho más aparente, también por comportamiento.

Jesús Janeiro ´Jesulín de Ubrique´: estocada trasera y desprendida (una oreja); y tres pinchazos y tres descabellos (silencio tras un aviso).

Manuel Díaz ´El Cordobés´: pinchazo y estocada (silencio); y media y descabello (una oreja).

Francisco Rivera Ordóñez: media estocada tendida (vuelta por su cuenta tras insignificante petición de oreja); y pinchazo, media tendida y ladeada, y dos descabellos (palmas en la despedida).

Plaza: Valencia. Lleno en tarde de agradable temperatura.

Horror: los mediáticos amenazan con asaltar las plazas y ferias de primera. En Valencia se han ahorrado la contratación de triunfadores como César Jiménez y Sebastián Castella, y para compensar esta terna rosa, de toreros asiduos en la mal llamada prensa del corazón. El caso es que traen un público a la plaza, (su público, habría que advertir), que llena el tendido, sostén en cierto modo de la taquilla. Pero no es público entendido, al contrario, nada exigente, que se conforma con muy poco, fácil de contentar, que incluso prefiere lo chabacano, sin importarle mucho o poco la verdadera categoría del espectáculo, su esencia y liturgia. Así, estas corridas tienen unas singularidades que en ocasiones las desvirtúan como tales.

Los trapazos se jalean con olés. Las peticiones de oreja, sin tener en cuenta los méritos estrictamente taurinos de la faena, son una diversión, hasta el extremo de llevarlas más allá del arrastre del toro, y en cambio para compensar la negativa presidencial no se escucha una ovación que saque a saludar al torero.

Y a todo esto es norma en casi toda la faena el llamado birlongueo, entiéndase el mínimo riesgo y muchos efectos especiales. Esta no es la Fiesta. No lo ha sido nunca, ni lo podrá ser de aquí en adelante. No es serio en una plaza y feria de primera como Las Fallas de Valencia.

Para marcar la diferencia con lo que debe ser una corrida seria, salió (no se explica cómo tragaron los apoderados) un sobrero de La Martelilla que vino a poner las cosas en su sitio, al menos le hizo pensar mucho a su matador, Rivera Ordóñez, que vio cómo salía su picador por los aires en el primer encuentro con el caballo. Desconcierto en el ruedo durante el tercio de varas, con el toro arreando por allí de lo lindo.

Pero nada fue óbice para que Rivera Ordóñez se comprometiera al máximo con él, eso sí, dentro de las limitaciones de su propio estilo y concepto del toreo. Hay que aplaudirle el gesto de coger los palos en este toro, el padre de los cinco chotos que habían salido. El hombre cuadró como pudo, sin ser gran cosa, destacando en un par al violín después de arrancar de dentro a afuera. Los dos anteriores, planteados de poder a poder, le salieron de cualquier manera. Aunque quede constancia de su compromiso.

Con la muleta abrió faena tocándole los costados, presumiblemente por entender que el toro no se iba a dejar. Nada más lejos de la realidad puesto que metió la cabeza y se desplazó largo por el lado derecho. Rivera lo toreó sin entrar en profundidades, aunque fue lo más serio de la tarde. Tanto que si llega a estar más contundente con la espada hubiera cortado una oreja de las de verdad. En su toro anterior Rivera no se dio ninguna coba en un trasteo de la más absoluta vulgaridad.

MUCHO PISOTON Jesulín cortó una oreja al que abrió plaza, un animal noble, pero defendiéndose mucho por su falta de fuerzas. Faena de muleta retrasada y mucho pisotón, en la que podría salvarse una tanda al natural de cierta enjundia. En el cuarto tuvo el mérito de apuntalar ¿al toro?, que no podía con su sombra. El arma del torero, una vez más, el temple, puro mimo para el animalito. Hubo una tanda por el pitón derecho que valió la pena. Y a partir de ahí un proyecto de arrimón, que no llegó a resolver, pero muy celebrado. El fallo a espadas le privó de otro trofeo.

Al Cordobés, especialista como nadie en este tipo de espectáculos, le faltó enemigo en su primero, y cuando parecía que iba a ocurrir lo mismo en el quinto echó mano de su repertorio, en un toreo de cercanías que incluyó cabezazos, saltos de la rana y lindezas por el estilo. Su gente --la pana, como decían los revisteros antiguos--, se lo pasó divinamente. Casi el paroxismo. Tanto que le dieron una oreja y todavía le pedían la segunda. No es serio. Quizás ridículo, triste, según se mire. Pero es lo que hay.