Ganado: toros de Luis Albarrán, aceptables de presentación y desiguales de juego. Complicado el primero, sin contenido el segundo y manso el tercero. Los otros tres, muy toreables aunque en distinto grado. El mejor, el sexto.

Juan José Padilla: estocada caída (fuerte ovación tras petición insuficiente); y estocada trasera y muy caída, y cuatro descabellos (ovación tras un aviso).

José Antonio Canales Rivera: media estocada desprendida y descabello (ovación); y pinchazo y estocada caída (una oreja).

Jesús Millán: dos pinchazos, media estocada y ocho descabellos (silencio tras un aviso); y pinchazo y estocada caída (una oreja).

Plaza: Cabra (Córdoba). Algo menos de media entrada en tarde de nubes y claros.

De la misma moneda ganadera, la de Luis Albarrán, tres y tres. Y de los mismos toreros, Juan José Padilla, Canales Rivera y Jesús Millán, también dos caras. De aquellos, generalizando, tres malos y tres buenos. De estos, también en conjunto, concluir que se taparon con los primeros y que los segundos los dejaron al descubierto. Así que siendo destacable la honestidad ante los más complicados, al final pesó más la incapacidad artística ante los potables, los que dicen que descubren, para bien y para mal, a los toreros.

Padilla, muy animoso con el capote y las banderillas en su primero, al que dejó un excelente par por los adentros cuadrando en la cara, estuvo muy honesto ante un animal nada claro, colándose por el derecho y muy probón por el izquierdo. El torero lo llevó siempre muy tapado y le buscó las vueltas en una labor seria que, eso sí, afeó mucho con una estocada caída.

SIN CUERPO En el otro, sin embargo, desde el principio tiró de populismo. Correcto con los palos en un tercio larguísimo en los preparativos, con la muleta ya en la mano estuvo pasado de revoluciones. Si por el izquierdo no había toro, por el otro pitón sí que en cada serie hubo tres viajes potables de los que no sacó provecho. Faena, a la postre, sin cuerpo, de mucho desplante y toreo por arriba.

En el caso de Canales valdría el recurso de las dos caras por la excusa de que su primero resultó muy deslucido, pero aun así también aquí habría que ponerle muchas pegas. El caso es que ni uno ni otro. El animal, blando y de medio viaje, no tuvo contenido. El torero, superficial, tampoco aportó gran cosa.

Y en el otro, al que saludó bien de capa, faena vacía de principio a fin, mucho más atendiendo al buen toro que tuvo enfrente. Pero Canales tardó un mundo en verlo. Sin acierto en las distancias, el hombre se entretuvo en darle cabezazos en los lomos, repartir molinetes aquí y allí, y de toreo, nada de nada. Incluso cuando bien avanzada la faena vio el excelente pitón izquierdo, Canales fue incapaz desde el punto de vista artístico.

Por último, Millán dio en primer lugar con un toro mansurrón y con genio al que se enfrentó con mucho desparpajo y honestidad con la muleta. El animal, que más que embestir se defendía, encontró delante un torero muy metido en su terreno, atacando en corto y con ligereza de pies para sortear las tarascadas. El hombre tiró de pundonor y se marcó un parón final muy sincero. Los aceros, sin embargo, lo emborronaron todo.

Y en el sexto, el mejor de la tarde, debió de estar mejor. El caso es que tras un buen quite por chicuelinas, inició faena con dos pases cambiados por la espalda que metieron en ambiente a los tendidos. Pero luego, por uno y otro pitón, las más de las veces se puso muy encima y no dejó evolucionar a un toro claro y noble en la media distancia, de dulce por el izquierdo. Por ahí, desde luego, Millán se apuntó lo mejor de la tarde: naturales de buen trazo y con cierta continuidad, pero sin alcanzar la altura deseada, sin romper al de Albarrán. Luego vinieron los molinetes, los redondos y los circulares, pero todo eso supo a relleno para una faena que tuvo que ser mucho más, como la tarde.