Toros: cinco toros de Alcurrucén, bien presentados, nobles, pero bajos de raza y apagados, con la excepción del extraordinario quinto. El tercero fue un sobrero de Antonio López, manso y deslucido.

César Rincón: estocada (una oreja); y pinchazo y estocada (una oreja).

Manuel Jesús ´El Cid´: cuatro pinchazos y estocada (silencio); y tres pinchazos y estocada caída (dos vueltas al ruedo).

Eduardo Gallo: estocada baja y tendida (silencio); y pinchazo y estocada (palmas).

Plaza: Madrid. Lleno de "no hay billetes".

Qué tarde de toros! Para ser exactos, de toreros. Dos torerazos: Rincón y El Cid, o El Cid y Rincón, por el orden que se quiera. El colombiano salió a hombros, mientras que el sevillano de Salteras abandonó la plaza por su pie. Pero esta vez da igual las orejas. Rincón cortó dos, una y una, y El Cid se dejó el doble trofeo en fallo a espadas. Es igual, se habla tanto de uno como de otro, de la maestría de Rincón, de la genialidad del Cid.

Los dos distintos, los dos inconmensurables. Las faenas de cada uno, de absoluta rotundidad. Gracias a ellos el toreo vivió ayer una de sus tardes más gloriosas.

Podrían hacerse los elogios por orden cronológico, podría incluso prescindirse del reconocimiento material de las orejas para ponderar las faenas. Porque Rincón, sin duda el torero que mejor maneja la colocación y distancias, y El Cid, el más puro en la interpretación, los dos a tope de inspiración, bordaron el toreo, adentrándose en las profundidades de la técnica y la maestría, del sentimiento y la entrega, de la firmeza de ánimo, de la pureza de líneas. El Toreo con mayúsculas.

Importante la primera faena del colombiano, que arrancó muy fuerte en un quite por chicuelinas réplica a otro a la verónica en el que El Cid mostró tarjeta de visita de mucha categoría.

ACIERTO EN TODO Con la muleta Rincón alternó distancias según evolucionaba el toro, que unas veces se vino de largo y otras hubo que obligarle mucho en las cercanías. Acertó también el torero en las pausas entre series para evitar que el animal se agotara. Consiguió ligar lo fundamental y se adornó antes de buscar la igualada con unos recortes por bajo de verdadero primor. Estocada y oreja de ley.

En el cuarto se superó si cabe, pues parecía inimaginable que pudiera pegarle pases a un toro que tardeó, que le costaba ir mucho y que no repetía en un principio. Pero se los pegó, y de qué forma. La fuerza del torero empujó al toro hacia adelante en un trasteo basado en la derecha, pero sin renunciar otra vez a los naturales ya prácticamente en el epílogo.

Un final a base de cositas que incluyó trincheras, recortes y toreo a dos manos. ¿Se equivocó Rincón citando a matar en la suerte de recibir? A muchos entendidos les parecería que sí, como después se demostró, ya que el toro no le ayudó lo más mínimo. Se entiende, sin embargo, por las ganas de reventar aquello del todo. Aunque tuvo que imponerse la cordura: entró de nuevo en la suerte contraria y ya con un volapié de órdago. El toro patas arriba y la oreja que le puso en la puerta grande.

Del Cid, que nada pudo hacer en su manso e imposible primero, hay que destacar la uniformidad en todas sus actuaciones, la grandilocuencia y majestuosidad en su forma de presentar y mover los engaños. Con el capote, los lances a la verónica lo mismo en el saludo que un quite posterior, meciéndose, de verdadero escándalo.

PROFUNDIDAD Con la muleta, el cite de largo, el engaño adelantado, la expectante espera hasta que el animal llega a jurisdicción y la suavidad en el manejo de las telas. A todo esto la figura perfectamente encajada, con tanto asiento como naturalidad. Las series, intercalando los dos pitones, ganaban en cantidad, naturalmente en emoción, en profundidad.

Todo de una limpieza inmaculada. Y todo con los remates precisos y preciosos de los de pecho, las trincheras y otras alegrías. Las Ventas era un manicomio de olés, rendida la plaza tanto como el toro, que dicho sea de paso había sido también un magnífico colaborador.

Pero hay que terminar hablando de un pasaje negativo, la espada. Maldita espada, que no entró hasta el cuarto viaje. El Cid perdió las dos orejas, y el público la oportunidad de contar la gran apoteosis. Las dos vueltas al ruedo y el reconocimiento del público puesto en pie fue inenarrable.

El confirmante Gallo, pese a no haber tenido su tarde, tampoco quiso ser convidado de piedra. Su noble pero soso primero no le dejó entrar en profundidades. Y al acobardado sexto, que hizo amagos de rajarse, le tragó una barbaridad, aunque a la postre sin resolver faena.