Ganado: cuatro novillos de Villamarta y dos de Jesús Janeiro --tercero y sexto--, bien presentados y de juego desigual. El segundo fue el mejor.

Manuel Benítez ´El Cordobés´: pinchazo, media estocada y dos descabellos echándose el novillo (una oreja).

Rafael González ´Chiquilín´: estocada (dos orejas y rabo).

Alejandro Castro: estocada casi entera (dos orejas y rabo).

Reyes Mendoza: estocada envainada, dos pinchazos y descabello (dos orejas).

Julio Benítez ´El Cordobés´: media estocada (dos orejas y rabo).

Curro Bedoya: rejón (dos orejas y rabo).

Incidencias: festival a beneficio de las hermandades de la Soledad y de la Oración en el Huerto.

Plaza: Puente Genil (portátil). Media entrada sin apreturas.

No hubo novillos ni toreo lucido para tantas orejas --hasta once-- ni para tanto rabo --nada menos que cuatro--. Ni tan siquiera hubo pañuelos que los pidieran. Pero esto, en un festival y en una portátil, no sorprende ya a nadie. Lo que si fue sorprendente es la escasa respuesta de público. O no, porque se las traían los 25 euros (4.150 pesetas) que costaban las entradas.

El caso es que sólo hubo un novillo que se dejó hacer el toreo. Fue el segundo y le correspondió a Chiquilín. Y uno y otro estuvieron a un alto nivel. El astado, de embestida clara y bonancible, para hacerle faena de tiralíneas; el torero, templado y manejando la muleta con hilván, sobre todo por la zurda. Así, los naturales surgieron largos, redondos y rematados atrás, y los de pecho, muy de verdad. Una buena faena y un gran novillo, en suma.

TOREROS FIRMES Pero ahí quedaron las alegrías, salvo matices. Por ejemplo, Alejandro Castro estuvo muy firme con su complicado enemigo. El animal, que se revolvía en un palmo de terreno, le buscó los tobillos descaradamente en el centro del ruedo. Pero ya en tablas, a base de meterse con él, cruzado siempre, le robó muletazos en los que todos los méritos fueron, sin duda, para el torero.

También Julio Benítez mostró una pasmosa quietud ante un animal noble pero sin fuelle que medía cada uno de sus viajes. En el terreno corto, sin inmutarse, péndulo va, péndulo viene, El Cordobés aguantó los parones sin rectificar mientras se veía venir la voltereta. Y claro, ésta llegó, quedando el torero maltrecho al sufrir varios pisotones, aunque ya recuperado se puso otra vez en el mismo sitio. Esa fue su mejor virtud entre las carencias lógicas de quien empieza, por cierto que con un inconfundible aire al toreo de su padre a la hora de manejar capote y muleta.

A Reyes Mendoza, de su lado, le duró el novillo un suspiro. Lucido y variado con el capote, en el recibo y en un posterior quite, dejó luego sus consabidos estatuarios con la mirada clavada en el suelo que pusieron en calor a los tendidos. Pero poco más. Apenas unos derechazos antes de que al cambiar de mano se viniera abajo el animal y la faena resultara desigual aunque volviera a la diestra. La espada, además, volvió a fallarle.

Y tampoco pudo resolver nada a favor Manuel Benítez. Encastadito el novillo, un punto violento, la papeleta fue complicada. Sin poder confiarse, con gestos de desagrado hacia el público por el juego del astado, El Cordobés puso, eso sí, esfuerzo y voluntad para entresacar pases uno a uno en los que contó más la entrega que el lucimiento.

Eso en cuanto a los toreros de a pie, que el broche corrió a cargo del rejoneador Curro Bedoya con una faena larga y desigual con innumerables banderillas a una y dos manos, al violín, y en su versión de largas y cortas. Para él fueron otras dos orejas y rabo, que sumado a todo lo anterior hacían once y cuatro. Muchos trofeos, poco lucimiento y, sobre todo, escaso público.