Ganado: toros de Villamarta, desiguales de presentación --el segundo, anovillado--. Primero, cuarto y quinto fueron nobles aunque medidos de fuerzas; el tercero tuvo mucha movilidad; el segundo, ciertas complicaciones, y el sexto, deslucido.

José Luis Moreno: pinchazo y media estocada (una oreja); y pinchazo y estocada (dos orejas).

Dávila Miura: media estocada trasera y tres descabellos (ovación); y media estocada baja (una oreja).

Enrique Peña: pinchazo, media estocada tendida y tres descabellos echándose el toro (ovación tras aviso); y estocada al encuentro (una oreja).

Cuadrillas: Rafael Gago saludó en el cuarto tras colocar un par de banderillas.

Plaza: Pozoblanco. Menos de media entrada en tarde agradable.

Pozoblanco, su plaza y su gente, rebosan amabilidad. Año tras año, feria tras feria, lo demuestran a la hora de conceder orejas y abrir la puerta grande. Así es que ayer, en la primera corrida del ciclo, para no ser menos, repartieron cinco apéndices --que debieron quedarse en uno solo a tenor de lo que ocurrió en el ruedo-- y sacaron a hombros a José Luis Moreno.

El primero del lote de éste, anovillado, tuvo ciertas complicaciones. Con mucho nervio en el capote, fue probón en la muleta, se frenó en las embestidas y se revolvió con prontitud. El torero, porfión y entregado, se puso por ambos pitones, aunque el animal no dio opción al lucimiento. Faena, pues, sin mayor relieve que, no obstante, le valió una oreja.

Y establecido ahí el listón de premios, lógico es que se llevara otras dos de su segundo, un animal noble que duró poco pero que le dio opción a realizar media faena de mucho más contenido. Tras los ayudados de inicio, Moreno se puso rápido a engarzar muletazos por la derecha, con el trapo siempre puesto, ligando por tanto y bajando la mano. Fueron tres series cortas pero de mucha compostura, abrochadas con pases por altos muy largos. Pero ahí se quedó el toro.

Venido a menos cuando le presentó la izquierda, el torero tuvo que tirar entonces de circulares y toreo por alto, amén de un buen uso de la coreografía aprovechando un solo de trompeta y un muletazo de desprecio mirando al tendido. Un final de fiesta muy a modo que terminó de poner condimento al triunfo de dos orejas que debió ser de una.

A Dávila Miura, de su lado, pareció venirle grande su primero: el toro moviéndose una barbaridad y el torero, al mismo son, sin dejar la planta quieta y haciendo el toreo al revés, de abajo a arriba. Fue una sucesión de muletazos sin fondo, con el animal --aunque sin terminar de entregarse-- aportando mucho más. La cosa quedó en ovación por el mal manejo de los aceros.

Sin embargo, también se llevó su oreja Dávila Miura. Fue en el quinto, toro noble medido de fuerzas al que pasó a media altura --y más allá--, todo muy suave y templado pero insípido. Nula emoción, nulo interés.

AL BORDE DE LA CORNADA

Enrique Peña, que tomó la alternativa, se libró por dos veces de salir herido. Se llevó un par de puntazos corridos, pero pudo ser peor. El primer percance lo sufrió en el saludo con el capote al del doctorado, cuando se echó de rodillas para rematar con una larga cambiada y salió prendido de forma escalofriante. El segundo, también con el capote, al recibir un pitonazo en un muslo que pareció increíble que no le calara.

Así es que entre estos dos pasajes y que Peña no se mostró demasiado puesto, su labor pasó con más pena que gloria. En el de la alternativa, toro noble, pasó la faena entre recolocaciones, y cuando logró cruzarse los muletazos no pasaron de mediocres. Y en el sexto, deslucido, anduvo muy desconfiado. Con el toro saliendo distraído y el torero fuera de sitio, el cuadro resultó muy descompuesto, pero como cazó al toro en una estocada al encuentro también para él fue otra oreja. La que hacía cinco de una tarde en la que sólo hubo media faena para premiar.