Ganado: cinco toros de Victorino Martín, bien presentados pero justos de raza y de fuerzas, aunque quinto y sexto fueron buenos. El cuarto fue un sobrero de Criado Holgado, mansurrón y a menos.

Juan José Padilla: dos pinchazos y media (silencio); y pinchazo, otro hondo y bajonazo (silencio).

Diego Urdiales: dos pinchazos, estocada contraria y tres descabellos (silencio tras un aviso); y siete pinchazos y dos descabellos (silencio tras un aviso).

Manuel Jesús ´El Cid´: estocada caída y tendida (silencio); y bajonazo (ovación).

Plaza: Logroño. Rozó el lleno.

La categoría de la plaza de Logroño parece un simple formulismo a tenor del toro que se lidia en ella. Administrativamente está catalogada de segunda, aunque su espíritu es de primera. Pero a veces se pasan, sobre todo con lo de los dos puyazos, que hace que el toro llegue al último tercio exhausto, parado y sin posibilidad de un solo muletazo. Así la corrida de Victorino se fue prácticamente en blanco, aunque no es el caso de culpar en los seis toros a esta segunda entrada al caballo.

La actuación de Padilla en el primero de la tarde se limitó prácticamente al capote y las banderillas, a pesar de las apariencias que tuvo la faena de muleta. Una larga cambiada pegado a tablas y estimables lances a la verónica dieron paso a un desordenado tercio de varas. Padilla puso tres pares de banderillas, con soltura, y ya muleta en mano apenas dijo nada. El toro paradito, como mucho yendo al paso, no tuvo la menor alegría en la embestida.

Y más de lo mismo en el sobrero que hizo cuarto, con nueva larga cambiada en el tercio. El toro peleó con mal estilo en varas, saliendo suelto de los dos encuentros. Cumplió de nuevo Padilla con los palos. Y la faena de muleta no fue más allá de las simples probaturas, con el toro rematando los viajes por arriba en los primeros compases y parado del todo en la tercera tanda.

Urdiales pasó con más pena que gloria. Vencido por la desconfianza en sus dos toros estuvo muchas veces a merced de los mismos. Superficial con el segundo, toro que tuvo el inconveniente de hacer hilo a la salida de los muletazos, pero con el que no supo imponerse en ningún momento. Descolocado siempre y sin sujetar los pies al suelo.

El quinto fue el único que no humilló, aunque se movió mucho y con cierta franqueza, pero otra vez las indecisiones del torero. Y a la hora de matar, un verdadero desastre.

LO MAS ESTIMABLE

El Cid, dentro de lo poco bueno que tuvo la tarde, hizo lo más estimable. Sin llegar a armar faena del todo en su primero, en ocasiones acertó a correrle la mano en la corta distancia con muletazos de trazo muy firme. El toro, quedándose corto y echando la cara arriba, no dio para más.

El sexto fue la excepción, ya que fue toro con auténticas posibilidades de triunfo, aunque para ello contó sin duda la disposición del torero. Dicho más claro, lo excepcional lo hizo el propio Cid, que se puso en el sitio y se quedó quieto. Se sucedieron las series por los dos pitones con especial vibración por la seguridad y lentitud de cada muletazo, porque hubo ligazón entre pases y, en fin, por el regusto en la interpretación. Fue la faena de la tarde, que compensaba todo lo anterior. Mas, qué pena, un infame bajonazo lo estropeó todo.